Usted está aquí: martes 29 de abril de 2008 Opinión La zanahoria de la educación

Javier Flores

La zanahoria de la educación

En su mensaje a la nación con motivo de la entrega del proyecto de reforma energética al senado, Felipe Calderón Hinojosa se refirió en varias ocasiones a la educación. Dijo, por ejemplo: “Hay muchos jóvenes que no tienen espacio en la preparatoria o en la universidad y podemos arreglar este problema”. El momento en el que la televisión transmitía la imagen y las palabras del gobernante era, como ahora, de gran tensión social, porque semanas antes se había puesto al descubierto el propósito anticonstitucional de privatizar un recurso que es de todos los mexicanos.

Calderón, también dijo: “Si el Congreso aprueba la reforma, estaremos además en condiciones de garantizar un mejor futuro para nuestros hijos. Si logramos obtener los recursos que la reforma nos daría, el Estado podrá garantizar plenamente el acceso a la educación de calidad…”

Lo primero que muestran estas referencias es que existe en el discurso gubernamental una gran necesidad de vincular la reforma de la industria petrolera con la política social, en particular con el futuro educativo del país. No solamente estos dos temas están ligados aquí, sino que aparecen condicionados. Algo así como: “Si hay reforma habrá educación, si no, pues no”.

Hubo algo de perverso en el mensaje televisivo. Revela que Calderón sabe muy bien cuáles son los mayores anhelos de los mexicanos. En todas las familias, la esperanza de un mejor futuro para los hijos es el acceso a la educación, que sigue siendo uno de los medios más efectivos de capilaridad social. La referencia a la preparatoria y la universidad obedece a que no existen suficientes espacios educativos en estos niveles y millones de jóvenes son rechazados, lo que constituye una desilusión o inclusive un drama en muchos hogares en nuestro país.

Calderón Hinojosa ofrece algo que los gobiernos panistas, enemigos de la educación pública, nunca han querido enfrentar y resolver: “Con la reforma, por ejemplo, tendríamos los recursos necesarios para crear preparatorias y universidades, a fin de que ningún joven mexicano se quede sin estudiar una carrera técnica o profesional por falta de oportunidades”. 

No es más que la demagogia y el chantaje a su máximo nivel. Si los mexicanos quieren educación y un mejor futuro para sus hijos, si desean que se construyan más preparatorias y universidades, deben apoyar la reforma privatizadora, deben ser cómplices de la entrega de los recursos nacionales a los capitalistas nacionales y extranjeros, deben cerrar los ojos ante el saqueo. ¿A cambio de qué? Tan sólo de una promesa, que sabemos que nunca será cumplida, pues no existe ningún antecedente, ni referencia explícita en las iniciativas que garanticen que los recursos que se obtengan tendrán fines específicos en materia social… Y aunque así fuera, el precio que habría que pagar es demasiado alto.

Por ejemplo, los mexicanos nos seguimos preguntando cuál ha sido el destino de los enormes recursos que se han obtenido como excedentes por los elevados precios del petróleo. Si la preocupación por vincular petróleo con educación fuera real, ya tendríamos varias universidades nuevas e institutos de investigación científica y técnica. Pero no es así.

Se trata de una falacia. No se debe vincular de manera condicionante petróleo con educación. Más bien es al revés: con índices elevados de educación sería posible manejar racionalmente los recursos petroleros. Aun en el peor de los escenarios, en el que las reservas se hubieran agotado, la única posibilidad de salir adelante serían la educación y la ciencia, como muestra la experiencia de las naciones industrializadas que no figuran entre las potencias petroleras.

La secretaria de Energía, Georgina Kessel, planteó el fin de semana la necesidad de un debate de altura, serio y responsable sobre la reforma energética. Tiene razón: podríamos empezar eliminando la demagogia.

 
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