Usted está aquí: martes 29 de abril de 2008 Economía La nueva cara del hambre

Economist Intelligence Unit

Crisis alimentaria

La nueva cara del hambre

Ampliar la imagen Venta de granos en Mumbai, India, donde el costo se ha incrementado en parte por la utilización de los productos para elaborar combustibles Venta de granos en Mumbai, India, donde el costo se ha incrementado en parte por la utilización de los productos para elaborar combustibles Foto: Ap

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Samake Bakary vende maíz en cuencos de madera en el mercado Abobote, en los suburbios del norte de Abidjan, en Costa de Marfil. Bakary apunta a un tazón de arroz quebrado tailandés que, a 400 francos CFA (aproximadamente un dólar) el kilo, es la variedad más popular. Durante un buen día solía vender 150 kilos. Ahora se siente afortunado si vende la mitad. “La gente pregunta el precio y se marcha sin comprar nada”, se queja. A principios de abril hubo marchas y motines: dos días de violencia que convencieron al gobierno de aplazar las elecciones.

“La agricultura mundial ha entrado en un periodo insostenible y políticamente riesgoso”, dice Joachim von Braun, director general del Instituto Internacional de Investigación Sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés) en Washington. Para demostrarlo, han estallado disturbios por alimentos a todo lo largo del ecuador. En Haití, manifestantes que coreaban “Tenemos hambre” obligaron a renunciar al primer ministro; 24 personas fueron asesinadas en protestas en Camerún; el presidente de Egipto ordenó al ejército ponerse a hornear pan; en Filipinas quienes acumulen arroz serán castigados con cadena perpetua. “Es una situación explosiva y amenaza la estabilidad política”, advierte Jean-Louis Billon, presidente de la cámara de comercio de Costa de Marfil.

Granos “de oro”

El año pasado los precios del trigo se elevaron 77%, y los del arroz, 16% (ver gráfica). Ha sido uno de los incrementos más agudos de precios de alimentos. Sin embargo, este año la velocidad se ha acelerado. De enero a la fecha, los precios del arroz se han elevado 141%; el de una variedad de trigo alcanzó 25% en un día. A 40 kilómetros de Abidjan, Mariam Kone, quien cultiva patatas, okra (quimbombó o ají turco) y maíz, pero alimenta a su familia con arroz importado, se lamenta: “el arroz es muy caro, pero no sabemos por qué”.

Los precios reflejan sobre todo cambios en la demanda, no problemas de la oferta, como cosechas malogradas. Entre los cambios se incluye la sutil presión a la alza de personas en China e India que consumen más grano y carne a medida que prosperan y el repentino apetito voraz de programas de biocarburantes occidentales, que convierten cereales en combustible.

Este año, se incrementó en EU la proporción de maíz destinado a la producción de etanol, mientras la Unión Europea traza sus propios objetivos de biocarburantes. Para empeorar, un comportamiento febril parece influir en los mercados: cuotas de exportación de grandes productores de grano, rumores de compras de pánico de importadores de grano, fondos de inversión en busca de nuevos mercados para su dinero.

Esos cambios no corresponden a otros similares ocurridos en el campo. Esto, en parte, porque no pueden suceder: los agricultores necesitan cierto tiempo para responder. Y también porque los gobiernos han reducido el impacto del alza de precios en los mercados internos, atenuando señales que de otra manera habrían animado a los agricultores a cultivar más alimentos. De 58 países cuyas reacciones son seguidas por el Banco Mundial, 48 han impuesto controles de precios, subsidios al consumidor, restricciones a la exportación o aranceles inferiores.

Pero el pánico alimentario de 2008, severo como es, sólo es síntoma de un problema mayor. El aumento en los precios de alimentos ha terminado con 30 años de comida barata; la agricultura recibió subsidios en países ricos y los mercados internacionales de alimentos se deformaron profundamente. Tarde o temprano, sin duda, los agricultores responderán a los precios altos cultivando más y se alcanzará un nuevo equilibrio. Si todo sale bien, la comida será barata de nuevo, y sin los subsidios, el dumping y las distorsiones del periodo previo. Pero en este momento la agricultura está en el limbo. La transición a un nuevo equilibrio ha resultado más costosa, prolongada y mucho más dolorosa de lo que se hubiese esperado.

“Somos el canario en la mina”, dice Josette Sheeran, directora del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, el mayor distribuidor de ayuda alimentaria. Por lo general, una crisis de alimentos es evidente y focalizada. Las cosechas son malas, a menudo debido a guerras o contiendas y, en la región afectada, la carga recae sobre los más pobres. Esta crisis es diferente. Ocurre de manera simultánea en muchos países, por primera vez desde principios de los años 70. Y afecta a personas que, por lo general, no habían sido golpeadas por el hambre. “Para las clases medias –dice Sheeran– significa perder la asistencia médica. Para los que ganan 2 dólares por día, significa eliminar la carne y sacar a los niños de la escuela. Para los que ganan un dólar diario, es eliminar carne y verduras y comer sólo cereales. Y para los que ganan 50 centavos por día, significa el desastre total.” Los más pobres venden sus animales, instrumentos, el techo de lámina que cubre sus cabezas; de ahí que la recuperación, si se da, sea mucho más difícil.

Como el problema aún no se refleja en las estadísticas nacionales, su dimensión es difícil de juzgar. El efecto sobre los pobres dependerá de si son compradores netos de alimentos o vendedores. Para algunos compradores netos, los incrementos de precios pueden llevarlos a convertirse en vendedores. Pero en cualquier caso, el sufrimiento humano podría ser enorme. En El Salvador los pobres comen apenas la mitad de los alimentos que hace un año. Los afganos gastan la mitad su ingreso en alimentos, cuando era una décima parte en 2006.

En un cálculo conservador, los incrementos en los precios de alimentos pueden reducir el poder de compra de los pobres en las ciudades y en el campo, quienes compran su alimento en 20% más (en algunas regiones el aumento es mucho mayor). Poco más de mil millones de personas viven con un dólar al día, punto de referencia de la pobreza absoluta; mil 500 millones viven con uno a dos dólares diarios. Bob Zoellick, presidente del Banco Mundial, considera que la inflación alimentaria podría conducir a la pobreza a cuando menos 100 millones de personas, lo cual borraría cualquier beneficio que miles de millones de pobres hayan logrado durante casi una década de crecimiento económico.

Lo pequeño, más hermoso

A corto plazo, la ayuda humanitaria, los programas de protección social y la política comercial determinarán qué tan bien enfrenta el mundo estos problemas. Pero a mediano plazo la pregunta es diferente: ¿de dónde obtiene el mundo más alimento? Si las provisiones adicionales provienen, en su mayoría, de grandes agricultores en EU, Europa y otros importantes centros de producción, entonces el nuevo equilibrio puede terminar pareciéndose mucho al viejo, y el alimento mundial dependerá de un pequeño número de proveedores y posiblemente habrá distorsiones comerciales y dumping alimentario. Hasta ahora, son los agricultores de los países ricos quienes han respondido. En invierno, las plantaciones de trigo de EU aumentan 4% y es probable que se incremente el área que se cultiva en primavera.

La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) pronostica que la cosecha de trigo de la Unión Europea se elevará 13%.

Idealmente, gran parte de la respuesta de la oferta vendría de los 450 millones de minifundistas en países en vías de desarrollo, personas que cultivan apenas unas hectáreas. Sería deseable por tres motivos. Primero, reduciría la pobreza: tres cuartas partes de quienes se las arreglan con un dólar al día viven en el campo y dependen de la salud de la agricultura minifundista. Segundo, esto podría favorecer al ambiente: los minifundistas administran una enorme parte del agua mundial y la cubierta vegetal, así que elevar su productividad en tierras existentes sería mejor para la ecología que reducir la selva tropical. Y debería ser eficiente: en términos de rendimientos de inversión, sería más fácil elevar la producción de grano de 2 a 4 toneladas por hectárea en África que de 8 a 10 en Europa. Las oportunidades son mayores y la ley de ingresos menores no ha entrado en vigencia.

Lamentablemente, no hay bonanza minifundista alguna. En partes de África oriental, los agricultores reducen las áreas plantadas, sobre todo porque no pueden comprar fertilizantes (que, impulsados por el petróleo, también han subido de precio). Esta reacción no es universal. Se pronostica que India tendrá una cosecha récord de cereal; la plantación sudafricana aumenta 8% este año. De todos modos, cierta evidencia anecdótica, más el aumento general en los precios de los alimentos, sugiere que los minifundistas no están respondiendo. “En un mundo perfecto –dice un informe reciente del IFPRI–, la respuesta a mayores precios es mayor producción. En el mundo real, no siempre ocurre así.” La agricultura de los mercados emergentes está llena de fallas de mercado y no reacciona como otros negocios a las señales de los precios.

Esto es verdad hasta cierto punto de la agricultura en general. Si uno es propietario de una fábrica de juguetes, o de un yacimiento petrolífero, y el precio de los juguetes o del petróleo sube, uno hace pone la fábrica a trabajar día y noche, o abre las llaves a todo lo que dan. Pero se necesita una estación para cultivar alimentos, razón por la cual los precios de la agricultura tienden a ser “complicados”: un aumento de 10% en los precios provoca un incremento de 1% en la producción. Pero la crisis de alimentos de 2008 sugiere que los precios de la agricultura en países en desarrollo podrían ser aún más complicados.

La manera más rápida de aumentar una cosecha es plantar más. Pero a corto plazo sólo se cuenta con una cantidad limitada de tierra cultivable. (Se requerirá un decenio o más para preparar las tierras ociosas en Brasil y Rusia.) En el caso de algunos cultivos –en particular el arroz de Asia oriental–, la cantidad de tierra productiva desaparece bajo el concreto de ciudades que se expanden. En otras palabras, el aumento de alimentos tiene que venir ahora, en especial de producciones más altas.

Las cosechas no pueden abrirse y cerrarse como una llave. Utilizar fertilizantes extras o comprar nueva maquinaria puede ayudar, pero para cosechar más se requiere también de mejor irrigación y semillas refinadas. En Filipinas, el desfase entre la invención de una nueva semilla y su cultivo comercial es de 10 a 15 años, dice Bob Zeigler, del Instituto Internacional de Investigación en Arroz (IRRI, por sus siglas en inglés). Incluso si un agricultor quisiera plantar algo más productivo este año, y pudiera financiarlo, no podría hacerlo, a no ser que se hubiese llevado a cabo un trabajo de investigación de varios años.

Y no es así. La mayor parte de la investigación agrícola en países en desarrollo es financiada por los gobiernos. Durante los años 80, los gobiernos comenzaron a reducir los gastos de la revolución verde, ya fuese por autocomplacencia (creyendo que el problema alimentario estaba superado) o porque prefirieron involucrar al sector privado. Pero muchas de las firmas privadas que sustituyeron a los investigadores estatales resultaron ser monopolistas avorazadas. Y en los años 80 y 90, enormes excedentes agrícolas del mundo inundaron los mercados y deprimieron los precios y los rendimientos de la inversión. En países en vías de desarrollo, la inversión en agricultura como parte del gasto público total descendió a la mitad entre 1980 y 2004.

Esta disminución ha tenido un impacto lento e inevitable. Crear una nueva semilla se parece un poco a diseñar una vacuna contra la gripe: hay que estar al día, o los parásitos y la enfermedad anularán su eficacia. Cuando en 1966 se lanzó la variedad de arroz IR8, produjo casi 10 toneladas por hectárea; ahora apenas genera siete. Entre los años 60 y los 80, las cosechas de los principales granos aumentaron 3-6% anual en los países en desarrollo. Ahora el crecimiento anual bajó a 1-2%, por abajo del aumento de la demanda (ver gráfica). “Pagamos el precio de 15 años de negligencia”, dice Zeigler.

Las alteraciones en la estructura agrícola han exacerbado los efectos de la subinversión. La agricultura es sólo parte de esa cadena alimentaria que va de fertilizantes y empresas de semilla en un extremo a supermercados en el otro. En el pasado, los consumidores más cercanos al extremo de la cadena eran menos importantes. Política alimentaria significaba mejorar los eslabones entre agricultores y proveedores. La Revolución Verde de los años 60, por ejemplo, proporcionó nuevas semillas y subsidió fertilizantes. Malawi hace algo parecido ahora. Pero durante la década pasada el otro extremo de la cadena se ha vuelto más importante. Para los agricultores, los supermercados son ahora más importantes que antes y representan la mitad, o más, de las ventas de alimentos, aun en muchos países en desarrollo.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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