Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de abril de 2008 Num: 686

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Medicina a tiempo
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

Prólogo
DIMITRIS PAPADITSAS

De cómo no aprender los pasos de baile
JUAN MANUEL GARCÍA

Cinco poemas
EMILIO COCO

Paz y las sílabas del silencio
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Octavio paz y el arte de ametrallar cadáveres
EVODIO ESCALANTE

Entrevista con Enrique Estrázulas
ALEJANDRO MICHELENA

Leer

Columnas:
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Alonso Arreola
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The Mars Volta, la mejor banda sobre la tierra

Decir banda es decir rock. Eso queda claro. Exagerar en el uso de la palabra tierra no es referirnos a la “tercera piedra desde el Sol”, sino a ese elemento en el que se enraíza el deber ser. Algo no muy claro. Lo sabemos. O sea que si hablamos de “la mejor banda sobre la tierra”, en realidad queremos decir que se trata de una recuperación del rock primigenio, ése que a finales de los sesenta destituyó al Rey para prenderle fuego al amor y destruirlo con una guitarra.

Y bueno, “destituir al Rey” es alejarse de la influencia de Elvis. “Destruir al amor” es darle las gracias a grupos como The Mamas & The Papas por organizar un gran festival (Monterey Pop Festival, Verano del Amor, 1967), para finalmente adentrarse en el nihilismo y la introspección, en la insatisfacción, la crítica y la plasticidad de quien goza la herrumbre sobre el casco de un barco que zarpa hacia la guerra.

“Prender fuego” es, obviamente, hacer referencia a Jimi Hendrix, pero también a esos otros guitarristas que incendiaron los campos para “voltear” la tierra en espera de nuevas lluvias. Pete Townshend en The Who, Jimi Page en Led Zeppelin, Eric Clapton en Cream, David Gilmour en Pink Floyd, Keith Richards en los Rolling Stones, por no mencionar a Santana, Zappa y tantos más que supieron usar poderosos amplificadores a favor de la agresión que todo lo transforma.

Así el rock psicodélico, oveja negra del blues y del rock & roll, aterrizó en el jazz, en el reggae, en el country, en el bluegrass, en el clásico y en cualquier forma susceptible de electrocutarse. He ahí la certeza del poeta Alberto Blanco en su Música de cámara instantánea, cuando hace honores a Frank Zappa en el poema “ The perfect stranger ” y lo compara con un vendedor de aspiradoras que hace la demostración no sólo de su producto, “sino de la necesidad intrínseca de la electricidad”. Ejemplo de que lo verdaderamente importante es la sustancia que anima a quienes modelan nuevos materiales.


Cedric Bixler

Claro que, al paso de los años (casi sesenta), mucho del origen ha quedado arrasado por la curiosa ambición que sofistica, que halla su discurso en lo políticamente correcto sin arriesgarse buscando la plenitud. Una actitud generalizada que no toca a los de The Mars Volta, octeto liderado por el tándem Cedric Bixler Zavala / Omar Rodríguez López (cantante y guitarrista respectivamente), en cuyo seno vuelve a escucharse el eco del Big Bang.

Cuatro veces visitantes de esta patria perdida, los méxico-puertorriqueño-americanos repitieron su quema de naves en la curva 4 del Foro Sol durante el festival organizado por una marca refresquera hace dos semanas, acto antepenúltimo que empalmó su hacer con esa otra valiosa y reconstruida banda, The Smashing Pumpkins.


Omar Rodríguez

Herederos absolutos de aquellos lireros lanzallamas a los que nos referíamos, el guitarrista, el baterista, el bajista y el cantante de The Mars Volta deberían despedir al resto de sus colegas para limpiar de rebabas al power trio que lo sostiene, y que no requiere ni percusiones, ni teclados, ni guitarras de acompañamiento para convertirse en una aplanadora que combina equilibradamente los elementos fundadores del rock: fuerza, caos, insatisfacción, gracia, técnica, virtud, actitud, dramatismo… y poco silencio.

He ahí el defecto que, al final de todo, los llevará a la extinción, al comienzo de un nuevo orden. Así es. En The Mars Volta no cabe el silencio. Su grandilocuencia es tanta que se vuelve inmanejable, débil semánticamente. Escuchar sus discos es un acto para la sorpresa compartida en reuniones, pero jamás para la convivencia. Dejarse asaetear por el mezzosoprano Zavala (virtuosismo al que no se le pueden criticar sus confusas letras en spanglish), no parece recomendable más que al momento de verlos en vivo, ahí cuando no necesitamos mayor mensaje que el del estruendo.

Y es que sí… verlos en vivo, repetimos, es… es… inexplicable. No se puede creer. Vuela un platillo hacia la audiencia, vuela un extintor previamente vaciado sobre el tinglado, vuela parte de la escenografía mientras los estertores de los músicos llaman al exorcismo, mientras la perfección de la base rítmica nos mantiene en vilo sin ni siquiera poder cantar o bailar, abandonándonos bajo una avalancha asfixiante en cuyas formas se adivina a Santana, Miles Davis, Hendrix, Zeppelin... ese “deber ser” desaparecido en una industria inquisidora que hoy, caída de rodillas, permite una vez más la existencia de brujos, demiurgos y charlatanes de valor inobjetable.