Usted está aquí: domingo 27 de abril de 2008 Opinión ¿La Fiesta En Paz?

¿La Fiesta En Paz?

Leonardo Páez
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■ Agüitas, otra lectura

Ante las corridas de relumbrón que se han celebrado entre viernes y sábado en Aguascalientes y Puebla con motivo de sus respectivas ferias, cómo cobran sentido los conceptos de Carlos Hernández Pavón sobre una tauromaquia incruenta, vertidos los lunes 14 y 21 de abril en La Jornada.

De relumbrón es todo aquel espectáculo taurino que, pretendiéndose auténtico y cobrando al público como tal, sobre todo por los famosos en el cartel, no pasa de ser un lamentable desfile de novillones descastados, a veces despuntados o tocados del extremo más agudo de sus astas o diamante, pero exigidos por los diestros que figuran precisamente por su bondad repetidora, que no bravura, y por su edad y trapío aproximados.

Mercadotecnia taurina esencialmente abusiva la utilizada en las ferias de México, empezando por Aguascalientes, en lugar de aprovecharlas como escaparate magnífico para mostrar la emoción que produce el auténtico toro bravo y lo que con éste son capaces de hacer quienes se dicen figuras prefieren abusar del espíritu desentendido de los feriantes y jugar al toreo, con toros descastados, faenas de escaso mérito y éxitos de relevancia artificial.

En la feria de Aguascalientes de este año, por acuerdos entre la Asociación Nacional de Matadores y la empresa de Alberto Bailleres, no estarán los triunfadores de la Plaza México Uriel Moreno, El Zapata; Humberto Flores, y Leopoldo Casasola, pero volverán, como en tantas otras ocasiones, ganaderías que han dado repetidas pruebas de mansedumbre y pobre espectáculo.

Así, a la falta de garantía de emoción en los hierros reiteradamente contratados, la empresa de Aguascalientes añade su sordera con los aficionados, que lo toman o lo dejan, pues, como en el resto del país, siempre han sido impotente minoría. Feriantes y público ocasional asistirán una o dos veces, más por mitote que por interés, pero sin la menor inatención de aficionarse a un espectáculo tan sanguinolento como pobre de emociones.

Aquí es donde la –en apariencia– descabellada propuesta de Pavón de ofrecer al público, sobre todo no aficionado, festejos taurinos incruentos, cobra todo su sentido. Si los conceptos tradicionales de bravura y por tanto de lidia han venido a menos o, peor aún, ya no interesan a empresas, ganaderos, toreros ni público, ¿qué caso tiene conservar puyas, arponcillos y estoques tradicionales? ¿Acaso demostrar con sangre ajena que los incomprendidos héroes de luces de alguna manera se juegan la vida delante de esos “toros”? Ojo: la falsa modernidad sólo puede ser contrarrestada con tradiciones fortalecidas, no con su caricatura.

 
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