Usted está aquí: domingo 27 de abril de 2008 Opinión Y el hombre se hizo a sí mismo

Ángeles González Gamio
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Y el hombre se hizo a sí mismo

Así titula Eduardo Matos Moctezuma, el gran arqueólogo que recientemente recibió el Premio Nacional de Artes, el breve y sustancioso texto que abre el excelente número de Artes de México, que este bimestre, con el objetivo de conmemorar su 20 aniversario, lo dedican a la cerámica de Teotihuacán.

Para coordinarlo invitaron a Mónica de Villar, la talentosa editora que dio vida a la revista Arqueología a lo largo de 13 años; el resultado es suculento. Los colaboradores son de alto nivel: Leonardo López Luján, George L. Cowgill, James C. Langley, Yoko Sugiura, Gordon Ross y Esther Pasztory, todos ellos expertos en algún aspecto del tema.

Teotihuacán es tan impactante que al descubrirla los mexicas, ya abandonada por cientos de años, la bautizaron como “El lugar donde los hombres se convierten en dioses” y la convirtieron en un venerado santuario. A principios del siglo XX la excavó Leopoldo Batres, de quien se dice que reinventó la Pirámide del Sol. En 1917 Manuel Gamio coordinó durante dos años a cerca de 40 especialistas: historiadores, arqueólogos, ingenieros, filólogos, artistas, biólogos, etcétera, quienes realizaron una de las primeras investigaciones interdisciplinarias que se llevaron a cabo en el mundo.

Magno trabajo que, según Matos, no se ha vuelto a hacer, ya que adicionalmente estuvo acompañado de innumerables obras que transformaron la economía de la zona, entre otras, de riego, escuela, caminos, clínica, reforestación, un teatro en el que los pobladores actuaban, cine documental y el establecimiento de talleres para elaborar réplicas de los objetos de obsidiana que se encontraban en las excavaciones, mismos que hasta la fecha continúan funcionando.

Durante los trabajos arqueológicos se descubrió el templo de Quetzalcóatl, se sacó a la luz la Calzada de los Muertos, la Ciudadela y se formó el primer museo de sitio. Los frutos de la magna obra se plasmaron en tres grandes y bellos volúmenes que se publicaron en 1922; México recibió 120 felicitaciones de museos y universidades de todo el orbe, mismas que publicó en un opúsculo la Secretaría de Agricultura.

A partir de entonces no han cesado los trabajos en la zona y han habido descubrimientos sorprendentes, entre otros de cerámica, mismos que conocemos en este ejemplar de Artes de México que como siempre se luce con la calidad de la impresión, el diseño y las imágenes, que en este caso muestran objetos hasta ahora prácticamente desconocidos, como el impresionante incensario tipo teatro que excavó Manuel Gamio en Tlamimilolpa en 1911, primero en su tipo hallado completo, lo que permitió la reconstrucción de muchos encontrados con posterioridad.

El de Gamio parecía estar perdido, pero los afanes de Mónica del Villar lo localizaron en el Museo de Antropología. Esta pieza impresionante decora la portada y contraportada del libro, lo que permite apreciar su elaborada belleza.

De estos incensarios nos habla en la revista-libro James C. Langley, compartiendo algunas claves simbólicas que nos ayudan a descifrar ciertos misterios de estas enigmáticas piezas. Por su parte Gordon Ross, connotado ceramista, escribe sobre el hallazgo de un taller de cerámica ritual a principios de los años 80 del pasado siglo.

Esto es sólo una probadita de los tesoros que ofrece este número de Artes de México, que ha logrado sobrevivir con su misma sobresaliente calidad ¡20 años!, toda una hazaña para una revista cultural que no sea del Estado, felicitamos de corazón a sus dueños y directores, Margarita Orellana y Alberto Ruy Sánchez.

Por supuesto que la lectura del bello ejemplar despierta la necesidad de darse una vuelta por Teotihuacán, en donde el remate de la visita es una rica comida en el restaurante La Gruta, que se ubica en una inmensa caverna y que funciona como tal desde los tiempos en que Gamio trabajó en la zona. Junto se encuentra el teatro al aire libre que realizó, que semeja ágora griega con el escenario en una gruta.

 
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