Usted está aquí: lunes 21 de abril de 2008 Opinión El fantasma de Curro

TOROS

José Cueli

El fantasma de Curro

Terminó la feria de Sevilla y el fantasma de Curro Romero siguió presente en la Real Maestranza de Caballería. El torero que se vestía de luces pocas veces, el resto se recluía en fragosos y solitarios lugares del campo andaluz y lentamente se concentraba en el torear. Lejos, cerca de su retiro con el correr de los años siguen pasando inadvertidos para él, las caravanas de toreros en la feria y él sigue inmortal.

Al acento lánguido, acariciador aprendido en la cuna con ritmo de canción reunía para mayor sensación de dulzura en su torear señorial desmayo. Eso fue su toreo. La concepción y el logro majestuosos; la composición enérgica de esculturas toreras; la seguridad arquitectural de sus lances a la verónica y el pase natural único; el minucioso detallismo y la sutileza refinada de un orfebre.

En la Sevilla torera esencialmente artística, depuradamente poética, cimentada en una torería más allá de la inestabilidad de cuanto es sólo sugestión emotiva, o dominio técnico. Curro, el inmortal, fue el clásico de la torería, incluida la actual, con esa implacabilidad intransigente que sabía virtuar con las cualidades congénitas estructuradas en su carácter, lo aprendido en su Sevilla natal.

Dotado de un temperamento torero y una voluntad enérgica, encauzaba su propio temperamento y sabía poner freno a los propios ímpetus hasta conseguir el dominio absoluto del toreo clásico, sin transigir en el moderno e interminable, monótono pegapasismo. Era un toreo clásico, luz y color, calidad y estructura varonil suave y fina que envolvía y acariciaba a los toros al mecerlos en el lance fundamental del toreo: la verónica, en la que citaba de frente y marcaba los tres tiempos del lance cargando la suerte, quedando perfectamente colocado para el siguiente lance, sin necesidad de trucos, poses, que le permitían dar la vibración que promovía su quehacer torero.

El aire se veía, se palpaba en los vuelos de su capote y sin embargo no deformaba la estructura de ningún elemento. En las ferias sevillanas con el sol abrileño que cae a raudales producía una riqueza de reflejos interpretados maravillosamente sin quitar frescura al conjunto que quedaba libre en una vibración que enloquecía a los cabales y le permitía con dos o tres lances por temporada mostrar a las “figuras” que llegaban y se iban, lo que es lo clásico en el toreo: lo bien hecho, lo perfecto, que se complementaba con la sensibilidad, espiritualismo y riqueza emocional de ese torero único que se llama Curro Romero.

 
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