Usted está aquí: miércoles 16 de abril de 2008 Opinión Memorial de deudas

Arnoldo Kraus

Memorial de deudas

Y sin embargo, hay que seguir escribiendo. No sólo para disminuir las deudas con uno mismo y con la obligación que se tiene con los seres cercanos, sino para tratar de acotar un poco el peso del poder omnímodo y cada vez más sordo. Hay que seguir escribiendo y hablando. A pesar de que las palabras y las ideas investidas de ética y justicia poco pueden contra las férreas estructuras del poder, son, sin embargo, casi la única herramienta que tenemos para contestar y una de las escasas vías para dignificar a quienes discrepan con la dolorosa realidad del mapamundi humano y terráqueo. Aunque de poco sirva, hay que escribir: escritura y voz son antídotos contra la violencia y la desmemoria de todos los poderes.

La memoria está endeudada. Consigo misma y con quienes bregan por ella. Debe escribirse porque el olvido es funesto y permite la repetición de sucesos ética y humanamente inaceptables, amén de que el silencio es cómplice fértil de acontecimientos bárbaros. Ejemplos somos, ejemplos sobran. China y las Olimpiadas de 2008 son una muestra. El genocidio que hoy se lleva a cabo en Darfur es continuación de sucesos similares. Las mujeres violadas en el Congo por las milicias y después rechazadas por sus propios familiares reproducen historias viejas. La brutalidad contra los monjes en Myanmar se debe leer utilizando la misma lupa que se usa para entender cuáles son los intereses económicos que tienen sobre esa nación India, Rusia y China. Y etcétera.

La mayoría de los hechos enlistados son nuevos porque hoy se escribe de ellos, pero son a la vez viejos porque comparten historias similares. Son semejantes porque el origen es el ser humano y porque no hay justificación que valide ninguna de esas acciones. Son idénticos a otros avatares porque violentan el edificio ético de nuestra especie cuyos cimientos derruidos empiezan a semejar los establos en los que se han convertido las religiones. Son nuestros porque a pesar de que sabemos poco hacemos. Y aunque son iguales a rancias historias son peores: las tragedias contemporáneas se difunden in vivo y se hacen y se viven bajo la égida de la globalización y con el consentimiento de los líderes de ese movimiento.

Aunque de poco sirva, y como reza el título de un viejo libro, Contra toda esperanza, hay que seguir escribiendo. Hay que hacerlo porque Mahatma Gandhi tenía razón cuando afirmaba que “la violencia es el miedo a los ideales de los demás”. La violencia es eso y otras cosas: es amenaza, es intimidación, es madre de la desmemoria. Y es silencio y es muerte.

La experiencia demuestra que el poder disminuye sus destrozos cuando son muchas las voces que protestan y valientes las denuncias. Hay que escribir. Por ejemplo, al presidente Felipe Calderón para sugerirle que México no participe en las Olimpiadas de 2008 a menos de que China deje de encarcelar a los activistas de esa nación, deje de asesinar a los monjes tibetanos y permita que en el Tíbet se lleven a cabo elecciones libres. No sería la primera vez que se boicoté una olimpiada en nombre de la justicia y a favor del ser humano. Sucedió durante las olimpiadas de Montreal en 1976: 26 países africanos no acudieron como protesta por la presencia de Nueva Zelanda, que seguía manteniendo relaciones con el régimen racista de Sudáfrica; en 1980 no asistieron a los Juegos Olímpicos de Rusia 66 seis naciones por estar en desacuerdo con las políticas de esa nación.

Si fuese más joven y menos escéptico escribiría esas ideas que sólo se hacen cuando el aura de la juventud alumbra; sugeriría, por ejemplo, que no deberían comprarse productos chinos porque en ese país se explota a sus habitantes, porque sus investigaciones en medicina carecen de ética, porque asesinan a sus reos para vender sus órganos a receptores extranjeros –“turismo de órganos– y porque su comercio, en muchos rubros, es desleal: los productores de guayaberas en México se encuentran al borde de la quiebra porque los empresarios chinos exportan prendas baratas y de mala calidad. De igual forma me gustaría denunciar, aunque de nada sirva, la presencia rusa en Darfur y el turismo sexual europeo y estadunidense tan en boga y tan brutal en Tailandia.

El memorial de deudas es inmenso. Aunque sea imposible restañar las deudas, quizás, por medio de la escritura, será posible mitigar un poco el dolor de esa herida. Algo similar podría decirse acerca de la memoria: denunciar sin ambages y sin distinciones para que las acciones viejas y perversas no se vivan de nueva cuenta.

Bueno es hablar en pasado y mejor en presente: la gramática de la memoria debe rescribirse para saldar algunas de las cuentas pendientes. La frase de Germaine Tillion, “soñamos con una justicia implacable con el crimen y compasiva con el criminal” podría ser lema para disminuir las deudas de la memoria.

 
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