Usted está aquí: viernes 11 de abril de 2008 Opinión La muerte del cardenal Corripio

Bernardo Barranco V.

La muerte del cardenal Corripio

A los 89 años fallece el cardenal Corripio después de largas y penosas enfermedades; con él se va uno de los pilares eclesiales que preceden la transición de relación entre la Iglesia y el Estado mexicano. En menos de un mes dos cardenales mexicanos, Adolfo Suárez Rivera y Ernesto Corripio Ahumada, han muerto y han sellado una etapa de la Iglesia católica en nuestro país. Es inevitable realizar un balance que permita extraer enseñanzas, máxime cuando el actual episcopado está en plena mutación tanto de sus integrantes como de sus opciones.

Corripio estuvo al frente de la arquidiócesis primada de México durante 18 años; en términos pastorales su paso no fue espectacular, pero se ganó el respeto de su clero. Sustituyó la recia figura del cardenal Darío Miranda con un estilo más suave y moderado. Corripio tuvo una trayectoria interesante, su ascendencia en el clero mexicano es notable y se origina en la construcción de la Unión de Mutua Ayuda Episcopal (UMAE, 1964). Siendo obispo de Tampico, constituye fondos de retiro, enfermedad y de apoyo para el clero, y desempeña de 1967 a 1972 una exitosa primera presidencia en el Episcopado Mexicano (CEM), mostrando habilidad para mediar entre los sectores conservadores y progresistas, así como mostrar prudencia en la relación con los gobiernos, ya que en aquel entonces el presidente en turno se manejaba como emperador absolutista. Su paso como arzobispo de Oaxaca (1967-1976) fue complejo, pues enfrentó la desobediencia de un sector importante del clero que cuestionaba el celibato, según los usos y costumbres de las comunidades indígenas. Su actitud tolerante y flexible fue criticada por los escandalizados sectores conservadores de la Iglesia. Siendo figura indiscutible del episcopado mexicano, arzobispo primado XXXIII de México, se hace eco del reflujo disciplinario dictado por Roma contra las corrientes pastorales progresistas y frente a las reflexiones identificadas con la teología de la liberación. Recibió a Juan Pablo II en 1979 y en 1990. En dicho periodo, y pese a la presión de Roma, Corripio fue junto con Suárez Rivera y Sergio Obeso un contrapeso irritante frente al representante papal, Girolamo Prigione, quien se mimetizó con el sistema político presidencialista.

En sus últimos años de arzobispo, se liberó de la tutela conservadora de Roma y fue más crítico del sistema político mexicano y de la propia Iglesia; una de sus frases famosas fue: “salir del estrecho y oscuro rincón jurídico a que está sometida la Iglesia” para que sea más “osada y evangélica”. También sostuvo y apoyó la causa de Samuel Ruiz y de la Iglesia en Chiapas ante el abierto enojo del ya nuncio Prigione.

El cardenal Corripio acumuló entre 1979 y 1982 todos los blasones y títulos posibles para un clérigo: cardenal, arzobispo primado, miembro de varias congregaciones del Vaticano y, por tercera ocasión, presidente de la CEM. Su fuerza radicaba en la ascendencia personal que ejercía entre numerosos obispos y miembros del clero. Así el “círculo Corripio”, “el grupo Tampico” o el llamado jocosamente por Manuel Buendía “Partido de Ernesto Corripio Ahumada (PECA)” llega a la cúspide hasta bien entrados los años 80. Jamás cultivó una imagen mediática, por el contrario, se desesperaba ante los periodistas y era evasivo con los medios, en particular con la prensa; entre 77 y 79, debido a su parecido físico con el entonces presidente del PRI, El Negro Carlos Sansores Pérez, fue objeto de innumerables sarcasmos. Inolvidable también es aquel cartón de Magú en el que se ve al cardenal levantándose la sotana mientras sale de prisa del funeral dramático y violento de monseñor Oscar Arnulfo Romero, en El Salvador, al tiempo que va diciendo: “Más vale aquí corripio que aquí quedipio

Por su carácter mediador y gradualista, Ernesto Corripio se enfrentó al empuje de Prigione para acercar a la Iglesia al gobierno y obtener un nuevo estatus jurídico. Junto con sectores del clero “mexicanistas”, Corripio resiste y atempera las imposiciones obsesivas de Roma por disciplinar al clero progresista. Durante 1985, precisamente con los sismos de septiembre, decide emprender acciones sociales propias creando fondos para apoyar a los damnificados. Ya sea por sus posturas, sus enfermedades y por la oposición política de Prigione, fue perdiendo interlocución con Roma; no era tampoco un actor relevante en las negociaciones políticas con el Estado para los cambios constitucionales debido al relegamiento a que fue sometido. Sin embargo, sienta las bases de una verdadera restructuración y modernización de la arquidiócesis realizando un sínodo diocesano que es literalmente ignorado por su sucesor Norberto Rivera.

Sin ser espectacular, su balance en la arquidiócesis es positivo: promueve vocaciones sacerdotales, renueva la formación seminarística, crea el Instituto de Formación Sacerdotal, reorganiza las finanzas de la arquidiócesis, crea fondos de promoción social, apoya la reapertura de la Universidad Pontificia, consolida el seguro sacerdotal, se abre a la cooperación internacional católica, entre otras iniciativas como fue la reactivación del semanario Desde la Fe.

La muerte del cardenal Corripio sin duda cierra un capítulo de la Iglesia mexicana. Fue emblemático de una generación de pastores que siendo hijos del Concilio Vaticano II opera sus propias restricciones, enfrentando paradojas: adversidad política y simulación jurídica, cercanía al poder y oposición gubernamental; progresismo religioso y disciplinamiento conservador. A diferencia de muchos de los actuales jerarcas, fue un hombre de fe auténtica que sabía transmitirla.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.