Usted está aquí: jueves 10 de abril de 2008 Mundo A cinco años de la caída del régimen de Hussein, Bagdad está bajo toque de queda

■ Estados Unidos deberá hacer “una pausa” en el retiro de soldados que tenía planeado

A cinco años de la caída del régimen de Hussein, Bagdad está bajo toque de queda

■ “Si la historia pudiera dar marcha atrás, ahora besaría la estatua de Saddam”, afirma un iraquí

Kim Sengupta (The Independent)

Ampliar la imagen Un civil murió y dos resultaron heridos en un ataque con mortero en la ciudad de Baquba, al noreste de Bagdad. Uno de los lesionados, en la imagen, es atendido en un hospital; ayer se cumplieron cinco años de la caída de la capital iraquí ante la ofensiva estadunidense Un civil murió y dos resultaron heridos en un ataque con mortero en la ciudad de Baquba, al noreste de Bagdad. Uno de los lesionados, en la imagen, es atendido en un hospital; ayer se cumplieron cinco años de la caída de la capital iraquí ante la ofensiva estadunidense Foto: Reuters

Bagdad, 9 de abril. El quinto aniversario de la caída de Bagdad y del derribo de la última estatua de Saddam Hussein, un símbolo de la victoria para Estados Unidos y su poderío, estuvo marcado este miércoles con muerte y destrucción en todo el país, y la admisión, por parte de la Casa Blanca, de que el proyecto de retiro de tropas tendrá que postergarse.

La capital iraquí permanece en toque de queda después de otro baño de sangre provocado por disparos de morteros sobre Ciudad Sadr, que mataron a siete personas, incluidos dos niños, y que dejaron 24 heridos. Posteriores tiroteos se han extendido por el barrio pobre chiíta en combates que han tenido saldo de seis muertos y 15 lesionados.

En esta zona se concentra el apoyo hacia el clérigo chiíta radical Moqtada Sadr, y la situación actual ocurre días después de enfrentamientos entre su milicia –el Ejército Mehdi–, y las fuerzas iraquíes, que causaron 55 muertos y más de 200 heridos. Los combatientes chiítas juraron anoche que se vengarán por un “ataque sin provocación” sobre Ciudad Sadr, del que responsabilizaron a fuerzas estadunidenses.

Mientras, en Washington, el presidente George W. Bush parecía listo para aceptar la petición del general David Petraeus, el comandante de Estados Unidos en Irak, de hacer una “pausa” en el retiro de algunos miles de soldados que se enviaron para el “incremento” del año pasado. Dicha operación había sido presentada al público como una validación de la política estadunidense y el reconocer tácitamente la fragilidad de la supuesta estabilización que estaría consolidándose.

Una vocera de la Casa Blanca dijo el miércoles que Bush es el tipo de líder que “escucha a sus comandantes en el terreno”. Fuentes militares estadunidenses afirman que la realidad es que con los renovados enfrentamientos entre facciones chiítas, sería imposible mantener siquiera una mínima seguridad sin contar con miles de soldados estadunidenses más.

La mayor parte de Bagdad era una ciudad fantasma este miércoles, cuando el gobierno impuso un toque de queda de las cinco de la madrugada hasta la medianoche sobre toda circulación de vehículos para evitar ataques con coches bomba.

Restricciones similares se impusieron en Tikrit, pueblo natal de Saddam Hussein. “Esto no es lo que esperábamos cinco años después”, reconoció una fuente del Departamento de Estado en Bagdad.

El número exacto de muertos en la guerra de Irak permanece incierto en un Estado que funciona en el borde de la anarquía. Más de cuatro millones de personas, muchos de ellos del sector más educado de la sociedad que se suponía iba reconstruir el país, ha huido al extranjero. Bagdad, cuya infraestructura sigue destrozada, ahora tiene dos millones de refugiados internos que han sido desplazados de otras partes del país.

La destrucción de la estatua de Hussein en la plaza Fidous fue, supuestamente, una expresión popular jubilosa ante un tirano derrocado. Posteriormente se nos informó que “ese pueblo emocionado” en realidad eran acarreados a bordo de autobuses procedentes de Ciudad Sadr, cuando todavía se llamaba Ciudad Saddam.

“Si la historia pudiera dar marcha atrás, ahora besaría la estatua de Saddam. Me arrepiento de haber participado en su destrucción. Ahora pienso que ese fue un día negro para Bagdad. Nos deshicimos de Hussein, pero ahora tenemos 50 Saddams más. En sus tiempos estábamos a salvo. Ahora le pregunto a Bush ‘¿dónde están sus promesas de hacer de Irak un país mejor”.

Abdullah Jawad, quien también participó en el derribo de la estatua, dijo: “Déjeme ver lo que me ha ocurrido, sólo a mí, desde entonces: mataron a mi hermano y una sobrina fue secuestrada y no la hemos visto en cinco meses. Nuestro país ha sido destruido por los extranjeros, no sólo los estadunidenses sino también por los extremistas que han venido a combatirlos en nuestro suelo.

“Saddam era un hombre brutal y se suponía que seríamos libres cuando él se fuera. Pero no existe libertad si temes por tu seguridad todos los días. Cuando veo en televisión a gente en Estados Unidos e Inglaterra diciendo que las cosas mejoran en Irak pienso: ‘¿Por qué no vienen a vivir aquí y se dan cuenta de la realidad?’”.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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