Usted está aquí: martes 8 de abril de 2008 Opinión Retórica del sida

Javier Flores

Retórica del sida

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la retórica es, en una de sus diversas acepciones, el arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover. Cabría aquí una reflexión sobre dos fuentes posibles de este arte para el caso de las llamadas enfermedades de transmisión sexual como la sífilis y en particular del sida: a) lo que se dice acerca de la enfermedad y b) lo que ésta nos dice.

En el primer caso no hay duda de que hay alguien que expresa algo acerca de esta patología, independientemente de la suficiencia con que la conozca, o la sufra. En el segundo caso es el cuerpo enfermo quien habla. Pero el lenguaje de la enfermedad está formado por incesantes cambios funcionales, procesos fisicoquímicos y moleculares que se expresan como signos y síntomas de difícil interpretación, lo que hace inevitable la participación de un intermediario, un intérprete que convierte en lenguaje entendible lo que el cuerpo dice.

Entonces estamos ante una dualidad de problemas: vox populi y lenguaje experto. Creencias y pruebas. Ideologías y datos. Plegarias y experimentos. Amenazas y prevención. Perdones y tratamientos. Pero siempre la vida y la muerte, al principio y el final del camino.

Así, hay una retórica sobre el sida y otra desde el sida. Esta dualidad de fuentes, que en ocasiones confluyen para hacer el fenómeno más complejo, forman un coro desordenado y en ocasiones incomprensible creado por diferentes lenguajes que se expresan de manera simultánea en torno a un mismo objeto.

El primer elemento confuso es la caracterización del sida como enfermedad de transmisión sexual. Es confuso, aunque en esta conceptualización coincidan más de una vez, tanto quienes hablan sobre el sida como quienes lo hacen desde el sida. El origen del padecimiento, se nos dice, es el contacto sexual de una persona sana con otra portadora de un virus. Pero esto, que puede ser en muchos casos una realidad, surge sólo a partir de una imagen de tipo estadístico, que en numerosas ocasiones es un algo completamente falso. Por ejemplo, el recién nacido infectado no ha iniciado una vida sexual activa y su madre pudo haber contraído al VIH a través de una transfusión sanguínea. Per,o curiosamente, la individualidad biológica, que es uno de los tesoros de la filosofía médica, desaparece y entonces sólo la sexualidad ocupa el centro del lenguaje sobre el sida.

Es interesante observar que lo mismo ocurrió en el siglo XVI y los posteriores para el caso de la sífilis, con la que la retórica sobre el sida guarda enormes paralelismos. Y ocurre hoy en el caso de otras enfermedades como la ocasionada por el virus del papiloma humano. Entonces es el sexo el que ocupa el papel protagónico. La enfermedad se borra y en el centro se coloca a la conducta sexual humana.

Es útil tomar el ejemplo de la sífilis para mostrar la persistencia, hasta nuestros días, de un discurso que toma a la enfermedad como un subterfugio para hablar en voz alta de otros temas. El caso más elemental es el nombre que se le daba a la sífilis. La sinonimia desde el punto de vista médico representa las diferentes formas en las que se nombra a una enfermedad. Se atribuye a Girolamo Fracastoro haber bautizado a la enfermedad como sífilis y simultáneamene a una de las más extendidas sinonimias Morbus Gallicus o la enfermedad francesa, con la que se le da una connotación geográfica. Así la sífilis fue la viruela francesa, para los alemanes e ingleses; enfermedad polaca, para los rusos; para los polacos, enfermedad alemana; mal napolitano para los franceses; enfermedad española o de Castilla, para los alemanes, portugueses y africanos del norte; rash de Cantón, o úlcera china para los japoneses.

Puede entenderse que estas denominaciones abandonan el terreno propio de la enfermedad, y la sitúan en un contexto en el que un mal proviene, no de uno mismo, sino de los seres a los que se desprecia, se rechaza, se teme, se odia, y a quienes se considera básicamente depravados e inmorales.

Al colocarse en el centro a la sexualidad en la retórica sobre el sida, la inmunodeficiencia se convierte en una “enfermedad del espíritu”, como afirma el dogmatismo religioso. De este modo el lenguaje convierte una patología en un mal distinto al que conforma su propia naturaleza. El discurso se transforma en una pandemia quizá más terrible por sus efectos devastadores: el miedo al sexo como fuente de placer y un mecanismo para el control de la sexualidad.

Una versión de este texto fue leída en el coloquio Retóricas de la enfermedad, realizado el 7 de enero de 2008 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.