Usted está aquí: domingo 6 de abril de 2008 Opinión Las ideas son libres

Bárbara Jacobs

Las ideas son libres

Recorro con frecuencia Cardenal Casañas, calle peatonal que parte de la Plaza del Pi a la vuelta de Petritxol, en donde paso una temporada, en la ciudad vieja de Barcelona, a un costado de Las Ramblas, camino al puerto y sus barcos, rumbo al mar, con sus tentadores brazos abiertos.

Compro el pan en el Forns del Pi, al lado de la Rellotgeria Cabrera, frente a Documenta, la librería exquisita, y la Taverna Basca Irati, que por el olor a pescado que despide perturba en particular el ambiente de la Passamaneria i Merceria Jover, del otro lado de uno de sus muros. Miro el aparador de Joan Piera, venta de Articles pera Belles Arts i Disseny, con sus cajas de lápices y tubos y frascos de colores, pero en donde de veras me entretengo es unos pasos adelante, en la Papelleria Pompeia, igual que los demás establecimientos entre los que se encuentra un viejo comercio de barrio, probablemente negocio de familia, el orgullo de la dependienta de tener “por lo menos todo lo que hay”, no puede ser el de una simple empleada.

Comparte la atención a los clientes con un hombre también en sus cuarentas, que puede ser su marido o su hermano, aunque es mucho más alto que ella y fornido, como si fuera heredero de genes diferentes de los de ella, que es menuda y de estatura algo baja. En todo caso, la pareja se desenvuelve a gusto detrás del mostrador y atiende con idéntica familiaridad a toda la clientela, tanto a vecinos establecidos como a la abundancia de turistas aleatorios. Se avergüenza si de casualidad no tiene, ni siquiera en la bodega de atrás, algo de lo que le solicitan, pero lo consigue, y reparar la falta la satisface a ella para empezar.

En una de mis visitas le pedí un tapón para la punta de un lápiz. “¡Ya no los hacen!”, se lamentó de veras compungida. Pero, compenetrada con mi urgencia o capricho, sin embargo, en menos de un día me localizó el tapón, y el rubor en sus mejillas que acompañó su sonrisa al verme entrar y extendérmelo me indicó que lo había buscado como si dar con él y poseerlo hubiera sido una obsesión o una necesidad propia.

La otra tarde entré en busca de un fajo de papel de impresión. En lo que la señora contaba 100 hojas y me envolvía el paquete, me puse a revisar los estantes de libros que ocupan el muro del piso al no muy alto techo, a la izquierda de la entrada del local de dimensiones poco anchas y profundas. Di con un delgado volumen titulado 49 lieder, subtitulado Sé que el tiempo no se llama como tú, que de inmediato adquirí, emocionada ante la sola perspectiva de regalarme un rato para leerlo.

Los editores informan que el lied artístico, poema cantado con acompañamiento instrumental, es una de las expresiones más íntimas y delicadas de la música clásica. Se cultivó sobre todo en Austria y Alemania. Surgió en el siglo XVIII y alcanzó su apogeo en la época romántica, con el especial manejo de los temas del amor, la soledad, la angustia, la naturaleza, la ironía y la muerte que caracterizaron aquel periodo de la historia del arte. La selección y traducción de Adán Kovacsics incluye colaboraciones de Goethe y Schubert, como Margarita en el torno de hilar, que comienza “Mi corazón pesa, / mi calma se ha ido”; o de Heine y Brahms Es la muerte la noche fría, que canta, “Es la muerte la noche fría, / la vida es día sofocante, / ya me duermo, cae la tarde, / me ha traído cansancio el día”; o de Mahler Canción del prisionero en la torre, que empieza, “Las ideas son libres / ¿Quién puede adivinarlas? / Ellas pasan volando / como sombras nocturnas. / Nadie puede saberlo, / nadie puede cazarlas. / O sea que lo dicho: / las ideas son libres.”

Con un suspiro como corresponde cerré el tomo, y en su delicadeza muerta lo comparé con el letrero de la relojería presidido por un reloj, y que ofrece la restauración de relojes antiguos de Paret, Carrilló, Sobretaula, Butxaca i Polsera, términos que no entendí del todo pero que igual que los lieder me provocaron nostalgia.

 
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