Usted está aquí: jueves 27 de marzo de 2008 Opinión Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
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■ Dos poetas que nada qué ver

■ Algo sobre Gutierre

■ Cosas de Pepe Batres

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Ampliar la imagen Gutierre, Pepe y un cómic: amores  infortunados Gutierre, Pepe y un cómic: amores infortunados

Lo mismo, cuando aún era casi niño, urdí el equívoco: le pregunté a mi padre cuántos libros había que publicar para hacer parte de la historia de la literatura, y él me respondió: “Depende. Gutierre de Cetina se consagró sólo con dos poemas: un madrigal y un soneto”. Hasta la fecha no tengo claro a qué texto se refería con el segundo, porque los sonetos cetinianos son muchos, pero madrigal sólo hay uno, y lo bueno es que lo conocemos todos:

Ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿por qué si me miráis miráis airados? / Si cuanto más piadosos, / más bellos parecéis a aquel que os mira, / no me miréis con ira, / porque no parezcáis menos hermosos. / ¡Ay, tormentos rabiosos! / Ojos claros, serenos, / ya que así me miráis, miradme al menos.

Una historieta que me encantaba, me horrorizaba y que semana tras semana devoraba (yo a ella, ella a mí) era Tradiciones y leyendas de la Colonia, que hacía Sealtiel Alatriste padre, unos espléndidos cuentos de espantos y aparecidos en la Nueva España. En una ocasión, contó la muerte de Gutierre de Cetina con algo de rigor histórico, mucho de imaginación y una novedad formidable: los diálogos iban, de principio a fin, en endecasílabos rimados de los que recuerdo menos de un par.

Ubiquémonos: el sevillano, nacido en 1520, vivió unos buenos años en Italia, en donde se contagió de petrarquismo y de soneto fecho al itálico modo; entre 1546 y 1548 anduvo en México; ya poeta insigne, y bien asentadas sus lecturas del italiano Petrarca, del valenciano Ausiàs March y del toledano Garcilaso, Gutierre retorna a Nueva España en 1556, viaja a la Puebla de los Ángeles, en donde seduce a Leonor de Osma, un rival o un marido celoso (algunos sostienen que era Hernando de Nava) lo manda asesinar y el encargo se cumple, justo bajo el balcón de la dama, en 1557. Gutierre se fue de este mundo con un amor pendiente, 37 años cumplidos y un puñal trapero clavado en la barriga. El madrigal había sido escrito mucho antes, bajo el influjo amoroso de doña Laura Gonzaga. Creo que Sealtiel, en su historieta, trastocó algunas cosas con un gran tino narrativo, mejoró notablemente la vida del poeta y puso los ojos claros, serenos, en el rostro de Leonor de Osma. Luego consignó que el homicida a sueldo fue capturado y condenado a la amputación de la mano que manejó el puñal. El apéndice fue clavado en una pica y colocado en la Plaza de Armas poblana, el propietario murió desangrado y su madre, al amparo de la noche, acudió sigilosa a la plaza, de donde sustrajo la mano y se dedicó el resto de sus días, e incluso más, a vagar por las calles poblanas, lamentándose de la muerte de su vástago. Remataba el cómic: ... y dice la conseja / que aún pena por Puebla aquella vieja. Creo que algo de lo que me encantó de esa historia de espantos fue que culminara no con el ánima en pena del protagonista ni del coprotagonista ni del antagonista, sino con la de un personaje tan menor como la mamá del sicario.

Mi ignorancia y mi imaginación, conjuradas, construyeron el resto de un relato falso: que de toda la obra del sevillano sólo quedaban un madrigal y un soneto, que lo demás se había perdido en un naufragio, y que qué pena. Ya en la adolescencia empecé a experimentar un sueño recurrente: me topaba con Gutierre y él accedía a recitarme todos sus poemas desconocidos. Eran de una belleza orgásmica y, conforme avanzaba la declamación, a mí me crecía la angustia de recordarlos hasta que, plop, despertaba, y el recuerdo de aquellos versos extragalácticos se deshilachaba con rapidez y se disolvía en la nada. Llegué a la edad adulta con el embuste intacto hasta que alguien me hizo la maldad de explicarme que no, que la obra de Gutierre anda por ahí, en todos lados, en bibliotecas y librerías, y ahora, para colmo, hasta en Internet. Googleen y verán. Mi sueño obsesivo no volvió a presentarse, pero a cambio tuve el gusto de leer a un poeta más bien menor, con muchas líneas sueltas hermosas y no pocas fallidas, sonetos que arrancan en forma prometedora pero que se diluyen en el adocenamiento petrarquista y que, de conjunto, está muy por debajo de la dupla formada por Garcilaso y Boscán, sus precursores y modelos. O sea: con el madrigal habría sido más que suficiente.

No viene mucho al caso, pero ahora recuerdo a otro personaje curiosito, por decir lo menos: el centroamericano José Batres Montúfar, nacido en San Salvador en 1809 y muerto en Guatemala 35 años después. Refriteo de un viejo post en el blog de esta columna: fue militar, fue político, fue ingeniero agrimensor y fue poeta, y sobre su desempeño de este último oficio existen opiniones encontradas. Lo alabaron Menéndez y Pelayo, Juan Valera y el crítico francés Boris de Tannenberg, y lo execró Leopoldo Alas, Clarín. En todo caso, el romanticismo no fue precisamente el mejor momento de la poesía iberoamericana, y Pepe Batres estaba –por época y por temperamento– inexorablemente afiliado a tal corriente.

Pero vayamos al chisme: nuestro personaje participó en la expedición a Nicaragua que organizó y dirigió el inglés John Baily para realizar un reconocimiento previo a la apertura de un canal interoceánico que, a fin de cuentas, acabó situado en Panamá. En el viaje murió su hermano, Juan, lo que dio motivo a unos versos más raros que buenos, escritos en dodecasílabos (cito de memoria, y de seguro mal, porque no hallo a Pepe en papel y porque Google casi no lo conoce): De fieras poblado, de selvas cubierto / que han visto serenas cien siglos pasar, / allá en Nicaragua se extiende un desierto. / ¿Su historia? ¡Ninguna! ¿Su límite? ¡El mar!

Para colmo de males, a su retorno a Guatemala, Pepe se encontró con una noticia horrible (al menos, para él): Luisa Meany, su novia de toda la vida, se había casado con otro cabrón. Eso lo llevó a perpetrar su cosa más conocida, el “Yo pienso en ti”: Yo pienso en ti, tú vives en mi mente / sola, fija, sin tregua, a toda hora, / aunque tal vez el rostro indiferente / no deje reflejar sobre mi frente / la llama que en silencio me devora, etcétera.

Parece que después se le pasó la muina, se reivindicó con el ejercicio del género jocoserio y, en particular, con “Las falsas apariencias”, en donde, a lo que puede verse, tomó el asunto por el lado divertido:

Si me dicen que el sol, que por el cielo / describir un gran círculo se mira, / camina en torno de él con raudo vuelo, / como sé que la tierra es la que gira / sobre sus mismos polos, sin recelo, / digo que lo que dicen es mentira, / aunque la vista así lo represente. / ¿Por qué? –Porque el discurso lo desmiente. / Si sumerjo en un líquido una caña, / y la veo quebrada desde afuera, / entonces digo que la vista engaña, / porque sé que la caña estaba entera. / Si encuentro al regresar de la campaña / a mi mujer con un galán cualquiera / en alguna no lícita entrevista, / digo también que me engañó la vista.

 
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