Usted está aquí: miércoles 26 de marzo de 2008 Opinión Jazz

Jazz

Antonio Malacara
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■ Clausura del Festival Nacional de Jazz 2008

A pesar de que los 10 primeros conciertos del Festival Nacional de Jazz 2008 habían sido llenos absolutos, los pesimistas profesionales y las lenguas de doble filo seguían danzando; aseguraban que la triste realidad nos alcanzaría de un salto el día de la clausura, que la sala Nezahualcóyotl resultaría demasiado foro para las pretensiones del encuentro, que el festival Eurojazz estaría presentando gratuitamente ese día, casi a la misma hora, a la James Band de la República Checa, que además sería el inicio de las vacaciones de Semana Santa y que, pa’ pronto y en resumidas cuentas, ojalá que todo saliera mal.

Y fue el día once

A las seis en punto del 16 de marzo sonó la tercera llamada y un taciturno organizador entró despacio al escenario de la sala Nezahualcóyotl; volteaba para todos lados en busca, inútilmente, de espacios vacíos. Entre aturdido y pasmado llegó al micrófono central y dijo: “¿Ya se vieron?” El público empezó entonces a aplaudirse a sí mismo. El ritual del jazz aún no iniciaba y en el aire se respiraba ya el aroma del éxito y la plenitud.

A los dos tríos pintados por Jazzamoart, Alfredo Arcos y Daniel Manrique se les olvidaba que sólo eran escenografía y se ponían a improvisar mil motivos desde la plasticidad de sus bastidores. Vinieron los agradecimientos a la hospitalidad de la Universidad Nacional Autónoma de México, al apoyo de Gustavo Rivero-Weber y de Blanca Ontiveros. Apareció luego Germán Palomares Oviedo, empezó a conducir con la elegante soltura de siempre, y el jazz nacional volvió a ser.

Los comentarios todos al final de la jornada, hablaron de un suculento manjar de jazz; “casi tántrica experiencia”, comentaba Pepe Janeiro (aunque no todos gustasen o degustasen de los cuatro grupos). El Trío de Eugenio Toussaint abrió de forma inmejorable y trajo consigo el vino tinto, los trazos abstractos, el swing del siglo XXI y el virtuosismo instrumental.

Iraida Noriega, Enrique Nery y Aarón Cruz se presentaron como lo que son, como tres instrumentistas contemporáneos de excelente factura en busca (en encuentro) de un sonido. Las canciones que presentaron fueron grabadas en la misma sala Nezahualcóyotl, pero vacía, hace unos tres años, y hoy son un disco compacto a punto de aparecer.

El potosino Jorge Martínez Zapata, perfecto desconocido para 99 por ciento de los asistentes, mostró con creces los porqués de su invitación al festival y de su inclusión en el concierto de clausura. Entre el huapango y el jazz, de Gershwin a Ruiz Armengol, pasando por Bill Evans y Chick Corea, el maestro ofreció un brillante y aclamado concierto a piano solo, dándose tiempo de estrenar El festival, tema compuesto ex profeso para ese día.

Tino Contreras cerró la noche y el festival, aunque algunos asistentes empezaron a retirarse después de tres horas de música, unas mil 500 personas permanecieron ahí, felices, vitoreando, aclamando, ovacionando cada uno de los movimientos y desplantes de este icono del jazz mexicano. Tino habló y contó anécdotas y, como siempre, se echó al público a la bolsa. Su sexteto (que devino octeto) cumplió a la perfección con el cometido. Cantó The Shadow of Your Smile, pulsó la estupenda suite Betsabé, remató con Take Five. Volvió a triunfar ante su público.

La sala Nezahualcóyotl lucía temblorosa cuando quedó nuevamente vacía. Iban a dar las 10 de la noche. Notimex reportó 2 mil 300 asistentes. Germán Palomares, ocioso, localizó 15 asientos vacíos durante los primeros minutos de la clausura. Horizonte transmitió en vivo este último concierto. TV UNAM grabó todo el festival e iniciará en breve una serie de especiales con los 24 grupos participantes. Todo mundo se despedía con una sonrisa en los ojos. El maestro Gustavo Rivero, durante una entrevista radiofónica minutos antes del encuentro, anunciaba ya la continuidad del festival para el año entrante.

Había sido una noche redonda, luminosa, cubierta de excelente música, y aunque cansada, nos despedía con palmadas en el hombro y con altas dosis de aliento para la inmediatez de nuestro jazz. Era algo muy parecido a la felicidad... algo muy cercano a la plenitud. Agradecidos, nos metimos al coche y nos volvimos a sumergir en las calles de la ciudad, en la fiebre y en los planes del día siguiente. Salud.

 
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