Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de marzo de 2008 Num: 681

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Cinco cuentos populares serbios
JELENA RASTOVIC

El rey y el pastor

Un carnero con el vellón de oro

La mujer mala

Una doncella más astuta que el zar

Un castillo entre el cielo
y la tierra

El diario
JELENA RASTOVIC ENTREVISTA
CON NEBOJŠA VASOVIC

Columnas:
Galería
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Un castillo entre el cielo y la tierra

Había una vez un zar que tenía tres hijos y una hija. A ella la alimentaba en una jaula y la cuidaba como a sus propios ojos. Al crecer la joven, una tarde pidió a su padre que le permitiera salir con sus hermanos a pasear un poco frente al palacio, y el padre accedió. Pero, apenas salieron, en un instante bajó volando del cielo un dragón, agarró a la joven en medio de los hermanos y se la llevó entre las nubes. Los hermanos corrieron con el padre, le contaron lo ocurrido y le dijeron que ellos irían con gusto a buscarla. El padre les dio permiso para hacerlo y le dio a cada uno un caballo y lo necesario para el viaje. Así fue como partieron a buscar a su hermana.

Después de un prolongado viaje, vieron un castillo que no estaba ni en el cielo ni en la tierra. Al llegar ahí pensaron que, tal vez, en ese castillo estaría su hermana y comenzaron a ponerse de acuerdo acerca de cómo subir. Después de pensar y tratar el asunto dilatadamente, acordaron que uno de ellos sacrificara a su caballo y que harían con la piel una correa. Entonces decidieron amarrar un extremo de la correa a la flecha y lanzarla con el arco desde abajo, para que se sujetara bien al castillo y se pudiera subir por ella. Los dos hermanos menores le dijeron al mayor que él sacrificara a su caballo, pero no quiso; tampoco quiso el mediano. Fue el hermano menor quien sacrificó al suyo; con la piel del caballo hizo una correa, amarró un extremo a la flecha y la disparó hacia el castillo. Cuando tuvieron que subir por la correa, el hermano mayor y el mediano se rehusaron otra vez a hacerlo, así que subió el menor.

Una vez arriba, el muchacho comenzó a caminar de una habitación a otra y así encontró un cuarto en el cual vio sentada a su hermana; el dragón dormía con la cabeza en el regazo de la joven, mientras ella lo espulgaba. Al ver a su hermano, ella se asustó y comenzó a suplicarle en voz baja que huyera antes de que se despertara el dragón, pero él no quiso: tomó una maza, la alzó y le dio al dragón en la cabeza; el dragón, somnoliento, tocó con la mano el lugar donde el joven le había pegado y le dijo a la muchacha: “Exactamente aquí, algo me picó.” Cuando dijo esto, el hijo del zar le dio una vez más en la cabeza, y el dragón de nuevo le dijo a la joven: “Otra vez, algo me picó.” Cuando quiso pegarle por tercera vez, su hermana le mostró dónde estaba la vida del dragón y, en cuanto lo golpeó ahí, el dragón quedó muerto al instante.

En ese momento, la hija del zar quitó de su regazo el cadáver del dragón, corrió con su hermano y los dos se besaron. Entonces, tomándolo de la mano, empezó a llevarlo por todas las habitaciones. Primero lo pasó a un cuarto donde estaba un caballo moro atado a un pesebre, todo con arreos de plata pura. Luego lo llevó a otro cuarto, en el cual, detrás del pesebre, estaba un caballo blanco con arreos de oro puro. Finalmente, lo llevó al tercer cuarto donde, detrás del pesebre, estaba un caballo bayo, con los arreos adornados de piedras preciosas. Después de pasar estos cuartos, la hermana lo llevó a otro, donde una muchacha estaba sentada junto a un bastidor de oro y bordaba con un hilo, también de oro. De este cuarto lo llevó a otro, donde una segunda muchacha hilaba hebras de oro. Finalmente, lo pasó a una habitación donde una tercera muchacha ensartaba perlas; frente a ella había una charola de oro, donde una gallina de oro con sus pollitos picoteaba las perlas.

Después de pasar y ver todo esto, la hermana volvió a aquel cuarto donde yacía muerto el dragón, lo sacó y lo tiró fuera del castillo; cuando lo vieron, a los hermanos casi les dio fiebre por la envidia. Enseguida, el hermano menor bajó primero a su hermana con los demás hermanos; luego, una tras otra, a las tres muchachas, a cada una con su trabajo; al ir bajando a las muchachas destinaba para quién iba a ser cada una de ellas y, cuando bajaba a la tercera, la que estaba con la gallina y sus pollitos, la eligió para sí. Los hermanos, envidiosos porque el hermano menor era el valiente y porque encontró y salvó a su hermana, cortaron la correa para que no pudiera bajar. A la sazón, encontraron en el campo a un pastorcito con sus ovejas, le cambiaron la ropa y lo llevaron con su padre como si fuera el hermano menor; amenazaron a su hermana y a las muchachas para que no dijeran a nadie lo que habían hecho.

Después de un tiempo, en el castillo del dragón, el hermano menor se enteró de que sus hermanos y aquel pastorcito se iban a casar con las muchachas. El mismo día del casamiento del hermano mayor, él montó el caballo moro y, cuando la procesión nupcial salía de la iglesia, llegó volando en medio de ellos, golpeó un poco con la maza al novio –su hermano mayor– en la espalda para que éste se cayera del caballo, y se fue volando otra vez, de vuelta al castillo donde ahora vivía. Cuando se enteró de que su hermano mediano se casaba, llegó volando en el caballo blanco en el momento en que la procesión nupcial salía de la iglesia y, de la misma manera, golpeó también al hermano mediano, quien se cayó al instante. Y otra vez se fue volando, alejándose de la procesión. Finalmente, al enterarse de que el pastorcito se casaba con la muchacha que él había elegido para sí mismo, montó el caballo bayo, llegó volando en medio de la procesión nupcial cuando salía de la iglesia y le pegó con la maza al novio, quien cayó muerto al instante. En ese momento, quienes formaban la procesión se le abalanzaron y lo atraparon; sin embargo, él no quiso huir, sino que se quedó entre ellos. Así se descubrió que él era el hijo menor del zar y no un pastorcito, que los hermanos lo abandonaron por envidia en el castillo donde había encontrado a su hermana y matado al dragón. Su hermana y las muchachas confirmaron todo esto. Cuando el zar escuchó la historia, se enojó con sus hijos mayores e inmediatamente los expulsó del reino; a su hijo menor lo casó con la doncella que éste había elegido y lo dejó reinar después de él.