Usted está aquí: viernes 21 de marzo de 2008 Opinión Obesidad y salud pública

Editorial

Obesidad y salud pública

Estimaciones recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) han sacado a la luz un dato por demás preocupante respecto de las condiciones de vida de la población mundial en la actualidad: alrededor de 22 millones de niños menores de cinco años son obesos, y de ellos, más de 17 millones viven en los países en vías de desarrollo. El organismo considera que esta problemática se debe a la “mayor promoción y presencia en el mercado de alimentos ricos en grasas y azúcares”, popularmente conocidos como comida chatarra, así como a un estilo de vida caracterizado por el sedentarismo.

La obesidad es una enfermedad crónica que constituye en la actualidad un problema de salud pública. Las consecuencias de este padecimiento son muy diversas: entre las físicas destacan la diabetes –principal causa de muerte en nuestro país–, la hipertensión arterial, el aumento de las posibilidades de sufrir un infarto al corazón o un derrame cerebral y, para las mujeres, un incremento en el riesgo de contraer cáncer de mama; asimismo, el sobrepeso conlleva una serie de implicaciones sicosociales como la depresión, la ansiedad y la baja autoestima de quien la padece.

En México, según datos de la propia OMS, la obesidad infantil aumentó de 1999 a 2006 en 40 por ciento, lo cual no es casual: en nuestro país, como en muchos otros, el mencionado bombardeo publicitario del que son objeto los consumidores, en conjunción con la carestía y la contención salarial, han provocado que amplios sectores de la población, sobre todo de los estratos sociales más bajos, sustituyan el consumo de alimentos básicos por la comida chatarra, que en muchos casos constituye su principal fuente de ingesta diaria de calorías. Paradójicamente, el exceso de aporte calórico por conducto de los carbohidratos y azúcares refinados –que se encuentran altamente concentrados en esos productos– representa también una forma de desnutrición que afecta a las comunidades más pobres del país, en donde la penetración de la comida chatarra ha generado una caída en el consumo de alimentos tradicionales como la tortilla.

Con ese telón de fondo, cobra especial relevancia la determinación anunciada anteayer por la Cámara de Diputados, en el sentido de exigir al Ejecutivo federal el establecimiento de normativas orientadas a disminuir el consumo de comida chatarra. Los legisladores proponen que los fabricantes de esos productos incluyan en sus empaques leyendas que adviertan sobre las consecuencias negativas que pueden derivar de su consumo, de manera similar a como ocurre con las cajetillas de cigarros.

No resultará sencillo hacer trascender esa propuesta en un entorno regido por los intereses de las grandes empresas, que tienden a imponerse en todos los ámbitos e incluso por encima de la salud y la vida de las personas, como lo demuestra la reticencia de las propias tabacaleras ante las medidas regulatorias en sus empaques y en su publicidad. Sin embargo, dada la magnitud del problema que revelan los datos de la OMS, es deseable que la propuesta de los diputados sea atendida y que el Estado asuma su responsabilidad de hacer valer el derecho –establecido en la Constitución– de todos los mexicanos a la protección de su salud.

 
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