Usted está aquí: jueves 20 de marzo de 2008 Opinión La difícil costumbre electoral

Soledad Loaeza

La difícil costumbre electoral

El miércoles por la mañana, cuando se escribe este artículo, los resultados de la elección interna del PRD son inciertos. Una situación que los lopezobradoristas consideraron superada desde que se cerraron las casillas el domingo por la noche, cuando celebraron una supuesta victoria amplia con base en las encuestas de salida que hicieron dos empresas de consulta de opinión. Muchos les creímos, aun cuando los porcentajes entonces publicados encerraban un pequeño enigma: una distancia de cuatro puntos porcentuales entre los posibles resultados finales. Es decir, estos conteos predecían de 4 a 8 por ciento de ventaja entre el ganador, Alejandro Encinas, y el derrotado, Jesús Ortega. La distancia entre ambas estimaciones era tan amplia que les restaba capacidad de predicción. De hecho, las tendencias podían cambiar en unas horas, que fue lo que aparentemente ocurrió.

Dos días después de este primer anuncio, cuando se multiplicaron las denuncias de irregularidades, el antiguo priísta y viejo experto en resultados electorales, responsable del Comité Técnico Electoral perredista, Arturo Núñez, aceptó la presión de los lopezobradoristas para detener el conteo del PREP que mostraba un peligroso acercamiento entre los dos principales candidatos. El miércoles por la mañana, contados los votos de casi 71 por ciento de las casillas, Alejandro Encinas acreditaba 42.62 por ciento del voto y Jesús Ortega 42.33. Núñez tuvo la prudencia de evitar la histórica frase “se cayó el sistema”, pero como si lo hubiera dicho, porque su decisión de detener el conteo, a petición de los encinistas que decían que se estaba manipulando la evidencia para alterar los resultados, tendrá el mismo efecto que tuvo la denuncia del 6 de julio de 1988: sustituir el recuento de boletas con el marchanteo de posiciones. Uno se imagina el intercambio: “Te doy tres espacios de comité en Zacatecas a cambio de una presidencia estatal en Baja California. Y si no te gusta te mandamos a nuestros profesionales de la protesta, egresados de la academia Fernández Noroña, para que te convenzan”. Núñez también anunció que los votos de Chiapas, Durango, Oaxaca, Puebla, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas se concentrarán en la ciudad de México para que aquí hagan el conteo sus expertos. O sea, igualito a como se hacía antes del Cofipe, pero a nivel nacional: los políticos del centro resolvían desde aquí los conflictos locales y todos vivíamos muy tranquilos porque así se resolvía el problema de los ciudadanos que no votan bien, tan confusos ellos, que necesitan la ayuda de los técnicos que sí se saben lo que les conviene.

La extensión de la participación electoral ha sido uno de los grandes fenómenos de la transición mexicana, como lo ha sido el anclaje en nuestra cultura política de la creencia de que la única legitimidad duradera de la autoridad es el sufragio. Sin embargo, muchos perredistas, tanto los de origen priísta como los de la vieja izquierda revolucionaria, tienen todavía dificultades para aceptar las implicaciones del voto democrático. La que les resulta más incómoda es que si la gente vota libremente, sus candidatos pueden perder. Esta posibilidad les resulta inaceptable porque están verdaderamente convencidos de que, más allá de lo que piensen los ciudadanos, ellos son la mejor opción, porque son los auténticos representantes del pueblo, aun cuando éste no se haya enterado o se empeñe en preferir a otros. Con este comportamiento los dirigentes perredistas han demostrado que son más lentos de aprendizaje que los ciudadanos de a pie, que hemos adquirido y ejercemos nuestro derecho a votar para darle el uso que en un momento dado nos conviene: elegir al candidato que nos gusta, castigar al partido que nos disgusta, y una vez que votamos asumimos las consecuencias de nuestra decisión: ganar o perder. La dirigencia del PRD, en cambio, está muy dispuesta a organizar elecciones internas, pero cuando se trata de aceptar los resultados se dejan llevar por la vieja costumbre priísta de corregir a los ciudadanos, que es también una manera de expropiar voto.

La costumbre electoral es difícil de adquirir, porque no consiste sólo en depositar una boleta de votación en una urna, también hay que aprender a aceptar que uno puede perder; en lugar de justificar el rechazo a los resultados con el argumento de que “me hicieron trampa”, se trata también de entender las razones de la derrota. Asimismo, hay que saber que las pérdidas, como las victorias, son temporales, de manera que será posible revertir un resultado adverso en un plazo predeterminado. Al paso que vamos, sin embargo, no hay que excluir la posibilidad de que en algunos sectores políticos haya una regresión al pasado, cuando “vivíamos mejor”, y los técnicos del voto nos ahorraban el nerviosismo de la incertidumbre que generan las elecciones y emitían el voto correcto porque los demás seguro que nos equivocábamos.

 
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