Usted está aquí: jueves 20 de marzo de 2008 Opinión Colombia y la intermediación internacional

Carlos Montemayor

Colombia y la intermediación internacional

Los movimientos guerrilleros como las FARC de Colombia, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador, el Frente Sandinista de Nicaragua, Los Tupamaros de Uruguay, la URNG de Guatemala, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional o el Ejército Popular Revolucionario de México, no han surgido por capricho. Son procesos sociales complejos que se originan en muchos pliegues de la injusticia humana, política, económica o militar. No es conveniente reducir estos procesos sociales a un simplismo utilitario, idealista o condenatorio, porque tal simplismo agrava las respuestas y estrategias políticas y militares y esto retrasa las soluciones.

Cuando son prolongados y de dimensión relevante, se resuelven estos procesos complejos de manera diversa: con el triunfo de los insurrectos, con negociación política, con leyes de amnistía o con intermediación internacional. Si los gobiernos optan por la masacre y no por la negociación, no sólo cubren de sangre y de oprobio a los pueblos, sino a continentes enteros. La comunidad internacional reclama aún las masacres en Chile, Argentina, el Congo, Kosovo o Liberia, pongamos por caso, y en México aún no se superan moral ni políticamente la matanza de Tlatelolco de 1968 ni las atrocidades de la guerra sucia de los años 70 y 80.

Por otra parte, después de transcurridas muchas décadas del triunfo de los partisanos italianos que combatieron contra el fascismo y la ocupación nazi, de la revolución de Mao Tse Tung, de la resistencia campesina de Vietnam, de la guerrilla libertaria de Argelia o de la revolución cubana, sería ingenuo, sigue siendo ingenuo, confundir el simplismo de las ideologías con la realidad social compleja de la guerra, la represión o la invasión militar de una región o de un país entero.

Los intereses económicos y políticos de las guerras, de los bloqueos económicos o militares, de la represión, de las masacres, de los genocidios, de las invasiones territoriales, impiden atender con objetividad los canales humanos y sociales que la violencia agiganta. El interés económico y militar del invasor condena de inmediato al puñado de campesinos o a los contingentes sociales que se oponen a ser invadidos o masacrados. Así ocurrió ayer en Vietnam, en India o en China; así ocurre ahora en Palestina, en Irak, en Afganistán, en Pakistán, en Chechenia. Se reclama con razón la memoria del holocausto judío y del genocidio de Kosovo; falta añadir, también con razón, ahora con retraso, los genocidios de armenios, de palestinos, de kurdos, y los que se preparan en el incierto mañana.

Por otra parte, la intermediación internacional ha sido esencial en muchos casos y de diversas maneras, no siempre de forma positiva, sino también negativa: para invadir un territorio o para evitar invasiones; para atacar un país con o sin causa justa; para justificar las guerras o para evitarlas. Es paradigmático hoy el caso de la administración de George W. Bush: el gobierno de Estados Unidos reconoce oficialmente que no había nexos entre el gobierno de Saddam Hussein y la organización de Al Qaeda; le falta reconocer oficialmente que las armas de destrucción masiva que le imputaban falsamente a Hussein eran el recuerdo de las que el propio gobierno estadunidense le entregó para la guerra contra Irán y que él usó para atacar también a la población kurda.

En este contexto, la intervención del gobierno actual de Estados Unidos como sinónimo de participación o intermediación internacional es cuestionable, por no decir ampliamente peligrosa, en ciertas partes del mundo, de manera particular en Medio Oriente y en nuestro continente. La intermediación internacional, insisto, ha sido esencial en el caso de la guerrilla en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Argelia, China, Sudáfrica, incluso Chiapas. Pero hoy el gobierno colombiano ha pretendido actuar con tanta o más impunidad que los gobiernos de Israel, Estados Unidos o Rusia en las masacres de Palestina, Irak, Afganistán o Chechenia. El Plan Colombia está poniendo en riesgo a ese país y a gran parte de la región andina y amazónica.

Recordemos que en la cuarta Conferencia Ministerial de Defensa de las Américas, celebrada el año 2006 en Manaos, Brasil, el entonces subsecretario estadunidense de Defensa, James Bodner, fuera de agenda se propuso lograr el apoyo de todos los ministros de Defensa de la región al Plan Colombia. Como el plan es susceptible de múltiples lecturas militares, financieras y políticas, fue lógica la resistencia de los representantes de Brasil y Venezuela, en primer término, y después de Panamá, Perú y Bolivia. La reacción de Bodner fue, sin embargo, preocupante: expresó que el Plan Colombia se aplicaría “con o sin la solidaridad internacional”. Es claro que Bodner llamaba solidaridad internacional solamente a la docilidad y sometimiento de la región.

El gobierno del presidente Uribe, por plegarse a Estados Unidos con el Plan Colombia, está confundiendo la solución y el territorio de su lucha, se aleja del continente y de la cordura internacional. Con la inminencia del Plan Mérida en México, mal haríamos en querer intermediar en el conflicto. Mal haríamos en considerar ingenuamente a este nuevo plan como una cooperación en buena lid y de buena vecindad. ¿Buena vecindad con un muro de oprobio desde Tijuana hasta el río Bravo, como lo fue el viejo Muro de Berlín o lo es el nuevo de Israel contra el pueblo palestino?

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.