Usted está aquí: miércoles 19 de marzo de 2008 Opinión México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega
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■ Privatización rococó

Era mucho pedirle, pero el inquilino de Los Pinos desaprovechó una oportunidad de oro para abrir sus cartas, hablar claramente de su propuesta energética y, por primera vez en su carrera política, jugar limpio. En lugar de ello recurrió al cliché para “conmemorar” la expropiación petrolera: “Pemex no se privatizará, porque el petróleo es de los mexicanos”, frase inevitablemente repetida hasta el agotamiento cada 18 de marzo a lo largo de los pasados 25 años, durante los cuales la “defensa” gubernamental de este recurso natural y su industria nacional ha sido de micrófono.

Sus cuatro predecesores dijeron e hicieron exactamente lo mismo (también, un poco más atrás, Miguel Alemán), y a estas alturas el capital privado, fundamentalmente el extranjero, pulula en las distintas áreas de una industria petrolera nacional que “no se privatizará”, porque “así lo quiere el pueblo de México, así lo manda nuestra Constitución y así lo asume plenamente mi gobierno”.

Que “es firme propósito de mi gobierno apoyar el fortalecimiento de Petróleos Mexicanos”, prometió Miguel de la Madrid, y desde entonces la inversión en la paraestatal cayó dramáticamente; que “en materia de petróleo no aceptamos ninguna obligación que implicara merma en este mandato soberano”, aseguró Carlos Salinas, y fraccionó Pemex para abrir una de las puertas traseras para que se colara el capital foráneo; que “de ninguna manera aceptaremos que la soberanía y la dignidad de México sean instrumento de intereses políticos del exterior”, subrayó Ernesto Zedillo, y abrió la otra puerta trasera; que en materia energética “es claro el deseo y el mandato del pueblo de México, por eso va mi palabra de que Pemex no se privatizará”, dijo Fox, mientras entregaba el gas natural a las trasnacionales y le daba entrada en otras áreas del sector energético.

Toca el turno a Felipe Calderón: “refrendo (que) el petróleo es y seguirá siendo de todos los mexicanos. Seguiremos ejerciendo plena soberanía sobre nuestros hidrocarburos, así lo quiere el pueblo de México, así lo manda nuestra Constitución y así lo asume plenamente mi gobierno. Petróleos Mexicanos no se privatizará”, y lleva 16 meses actuando en sentido contrario, con el pretexto, igual que los otros cuatro, de la “modernización”.

Como en ocasiones anteriores, el de ayer fue una suerte de acto luctuoso para Petróleos Mexicanos, una paraestatal que, según el discurso oficial, si bien fue “pujante, grande, heroica, tenaz y se esforzó como ninguna otra, ya fue, es vieja, no responde ni es moderna”. Y la “modernidad” no tiene otro nombre que privatización (palabra prohibida en el discurso oficial), aunque en este sentido hay que felicitar al director general de Pemex, Jesús Reyes Heroles González Garza, por su enorme esfuerzo y juvenil creatividad, pues ayer utilizó un maravilloso eufemismo rococó para evitar el término privatización: propuso que la empresa a su cargo “pueda hacerse acompañar” de otras (obvio es que particulares) para “desarrollar diversas actividades propias de su giro, sin afectar la propiedad de la nación sobre sus recursos, la soberanía energética, o la rectoría del Estado sobre el sector”. Se trata, dijo, de encontrar una “solución mexicana” con capital trasnacional. Y muy cerca de él, Carlos Romero Deschamps, en su calidad de alfombra, aplaude y aplaude.

La inexistente Secretaría de Energía también hizo su esfuerzo, aunque fue más tradicional. Georgina Kessel Martínez propone que “sin perder soberanía, sin perder la rectoría del Estado sobre los hidrocarburos, nuestra empresa sea capaz de evolucionar, de tener la agilidad y la capacidad de operar en un entorno global de mayor competencia”. No se les ocurre otra cosa que privatizar. Germán Martínez, el carismático presidente nacional panista, dice que “las anteojeras ideológicas pueden resultar muy caras” (El Universal) y lo dicho ayer por el inquilino de Los Pinos, el rococó de Reyes Heroles y el fantasma Kessel demuestra que el dirigente blanquiazul por fin en algo tiene razón.

Mientras opera debajo de la mesa, el inquilino de Los Pinos sigue rehuyendo el tema, lo disfraza, o como en el caso de Reyes Heroles, recurre a creativos eufemismos. Además de “hacerse acompañar”, son conocidos los de “modernización”, “alianzas”, “asociaciones”, “coinversiones”, “aliados tecnológicos”, etcétera, etcétera. Durante 25 años el gobierno, con sus cinco gerentes, ha “modernizado” prácticamente (léase privatizado). También a Porfirio Díaz le gustaba el término y lo “modernizó” todo: comenzó por los ferrocarriles y concluyó, por que tenía que abordar el Ipiranga, con el petróleo.

Ya como cereza del acto luctuoso, el inquilino de Los Pinos llamó a “todas las mexicanas y a todos los mexicanos, para que dialoguemos de manera abierta, objetiva y serena sobre las alternativas para fortalecer, y fortalecer de veras, a nuestra industria petrolera, y con ello fortalecer a México”. ¿Diálogo de sordos, tipo “consultas populares”?

En fin, el tema no es la privatización de Pemex, sino la del mercado energético nacional, el petrolero en primer lugar. Que no toquen a la paraestatal no garantiza nada, y eso ha quedado más que demostrado tras 25 años de gerentes “modernizadores”.

Las rebanadas del pastel

La más joven de las refinerías mexicanas en territorio nacional está por cumplir 30 años de construida. La dependencia de petrolíferos es creciente, pero Felipe Calderón anunció ayer que “giro instrucciones a la secretaria de Energía y al director general de Pemex para que, sin dilación, inicien los estudios y analicen la factibilidad técnica, financiera y logística que nos permita construir una nueva refinería en el territorio nacional. Esta es una buena manera de celebrar el 70 Aniversario de la Expropiación Petrolera”. Pues no: casi 30 años han pasado y apenas “iniciarán y analizarán la factibilidad” de construirla. Con esa pachorra difícilmente se atenuará la referida dependencia… Y PDVSA, la petrolera venezolana, le ganó el primer combate a la trasnacional Exxon en su afán por quedarse con 12 mil millones de dólares que, obviamente, no son suyos.

 
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