Usted está aquí: martes 18 de marzo de 2008 Opinión Tillmans: lo cotidiano transfigurado

Teresa del Conde/ II y última

Tillmans: lo cotidiano transfigurado

En conjunto, la exposición de Wolfgang Tillmans en el museo Tamayo es una instalación enorme, ideada o regida por el propio artista, teniendo en cuenta el espacio de exhibición, cosa que revela no sólo su interés por la perspectiva en sí, evidenciada asimismo en sus tomas en picada, como aquella de las calcetas distribuidas en el piso captado de subida, invirtiendo el orden normal de la perspectiva clásica, así como en las vistas de recintos arquitectónicos de otros periodos, sino igualmente en su aprecio y consideración sobre el recinto arquitectónico que ahora la alberga.

Aunque la exposición contó con la curaduría de Russell Ferguson y Dominic Molon, y es proyecto del Museo de Arte Contemporáneo, de Chicago, y del Hammer, de Los Ángeles, resulta obvio que la muestra mexicana, gracias al trabajo museográfico que toma en cuenta muy en primer término los ámbitos del recinto, resulta muy distinta de su exhibición en otras sedes.

Hay un fuerte cariz arquitectónico en ella, que quedó además testimoniado por la raccolta, una verdadera cosecha, que Tillmans realizó en esta ciudad, ilustrando sobre sus actitudes ecologistas, combatientes de los transgénicos mediante su visión acerca del maíz.

Toca de cerca cuestiones religiosas, sin realizar comentarios adversos: únicamente muestra, como sucede con las fotos de propaganda en colores diversos o con la alocución del papa Benedicto XVI en la que asevera que el infierno sí existe, lo que queda ampliamente demostrado por medio de elementos que hablan de un infierno terrenal.

Sin embargo, su actitud es positiva, combatiente y abierta, a lo que suma calidades estéticas detectables en fotografías tradicionales, como la de los dos chicos besándose o la de los muchachitos desnudos trepados en el ramaje de un árbol, e igualmente en la del dandy sportivo captado sobre un murete integrado por cajas de zapatos. No pudo evitar la toma muy realista de unos genitales masculinos que hace recordar vivamente su contraparte femenina: la pintura de Courbet, El origen del mundo, que perteneció a Jacques Lacan y ahora pertenece a las colecciones del Museo de Orsay.

Hay temas clásicos, como el del espinario: el muchacho que se saca una espina del pie, que Raúl Anguiano retomó con sentido nacionalista en una de sus más conocidas composiciones con ese carácter. Con Tillmans el espinario es algo punk y ostenta un anillo en la nariz.

En la pasada nota, escribí que la ausencia de cédulas explicativas, de datos técnicos o de identificación de sitios o de personajes es propositiva y forma parte del concepto museográfico, que se caracteriza por la exhibición sólo aparentemente aleatoria (en realidad pensada bajo parámetros geométricos y espaciales) de piezas de diferentes dimensiones, algunas diminutas, las que lejos están de pasar desapercibidas.

Esto, que puede parecer un acierto, tal vez resulte limitante para no pocos espectadores (y me incluyo entre ellos), pues, por ejemplo, no todo mundo conoce a los artistas ingleses Gilbert & George (Gilbert Proesch, nacido en 1943 y George Passmore, en 1942), que desde 1968 han convivido y trabajado juntos como si fueran “esculturas vivas” en performances y otras acciones.

Aparecen como siempre, muy trajeados, dos auténticos caballeros británicos, captados en blanco y negro, uno de ellos reflejándose en espejo.

En suma, la exposición constituye buen ejemplo de modalidades fotográficas, en conjunto teñidas de elementos conceptuales que además ilustran sobre posibilidades nuevas y sencillas de disposición museográfica.

 
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