Usted está aquí: martes 18 de marzo de 2008 Opinión Ésta no es la primavera

Marco Rascón
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Ésta no es la primavera

¿Esto es lo que se merece la izquierda mexicana? ¿Ésta es la fuerza para combatir a la derecha y al priísmo juntos? ¿Éste es el referente para luchar, sacrificarse y morir? ¿Ésta es la patria nueva que se nos ofrece? ¿Éstos son los medios que justifican los fines? ¿Son válidos los fines con estos medios? ¿Es una maqueta de 2006?... ¿Qué hacer?

Convertida en una elección de Estado, donde no se cayó el sistema, sino que desapareció (a manos de las encuestadoras convertidas en máximo órgano electoral) y sin cifras de votantes ni resultados por estados, y que no aguantaría la exigencia de conteo voto por voto y casilla por casilla, hizo que a los que tenían en la punta de la lengua el grito de “¡fraude!” les salió el “¡ganamos!”, surgido de la manipulación.

La incoherencia entre las posiciones y los resultados da elementos para cuestionar los principios éticos, legales y democráticos, pues fue claro que los apoyadores de Alejandro Encinas veían perdida la elección nacional y por ello denunciaban robo de boletas y de urnas, rasuramiento del padrón, que al mismo tiempo ejecutaban en su territorio. Estrategia: reventar la elección en el territorio de los otros, mientras manipulaban en el propio. A las siete de la tarde, en conferencia de prensa, el equipo de Encinas anticipaba todas estas irregularidades y, horas después, ¡el fraude los había favorecido!

Por su parte, el grupo de Jesús Ortega a lo largo del proceso mantuvo la posición de defender la elección que vaticinaban que ganarían, tejiendo con ello lo que sería la cuerda con la que serían ahorcados y paseados por la plaza. Hoy, la esperada cabeza de Camilo Mouriño no será presentada en el Zócalo, pero sí la de Jesús Ortega.

Lo de la torre de Pemex fue un anticipo de lo que sucedería este 16 de marzo, y entre las cosas que se dijeron y se han hecho no hay el mínimo honor. No falta mucho tiempo para que las siglas del PRD sean asociadas a lo peor de las prácticas políticas del país, en esto que ha sido la obra magistral de destrucción no sólo de organización y espacios ganados, sino de los principios.

Hacia fuera todas las elecciones se pierden y hacia adentro se ganan, pero en ambas el común denominador es el fraude, como recibimiento y como aplicación. La larga estela de derrotas y el agrandamiento del PRI gracias a la posición obtusa han resultado del enamoramiento de las prácticas priístas.

Por todo ello, Arturo Núñez, gran experto en esto de la manipulación electoral, supo mantener la situación al filo de la navaja y dar el golpe sin cifras propias, declarando el proceso legal y sin mayores problemas cuando de su oficina salió hasta el robo de las boletas, y de su ineficiencia los paquetes electorales fueron desviados, no entregados y manipulados sin control.

Alejandro Encinas tiene enfrente, desde ayer, las facturas de los grupos para ser cobradas. La refundación anunciada carece de posibilidad ante el hecho de que él no tiene ningún poder, pues si a los diputados se les reclama que están ahí por Andrés Manuel López Obrador, ¿qué dirán de él si toma la más mínima distancia crítica o autocrítica?

La gran pregunta en este momento es si los de Nueva Izquierda aceptarán la secretaría general del partido después de todo lo que ha sucedido, lo cual establecerá que Encinas sucede, sin fuerza propia, a Leonel Cota y jugando el mismo papel de marioneta y que Nueva Izquierda seguiría como hasta ahora con la secretaría general, lo cual significa que nada cambiará.

Los que apoyaron a Encinas hicieron una estrategia para anular 20 por ciento de las casillas, pero no lo lograron, y esa ineficiencia es hoy su triunfo. ¿Hasta dónde impugnará Nueva Izquierda?

Más allá de la elección, está la constante y la defraudación como una cultura política ya propia en el PRD. En el fondo todos son víctimas por haber abandonado los principios y las convicciones, por esta ilusión de tener poder sin adjetivos y ganarlos sin importar los medios.

El informe de Samuel del Villar sobre la elección de 2002 es un manifiesto y un testamento de lo que se tenía que corregir y que, por el contrario, se profundizó; fue una advertencia de lo que significaría para el PRD abandonar los principios y dejar de ser un partido democrático, progresista y de izquierda.

Ésta es la obra magna del lopezobradorismo, que vendiendo la idea del poder y su reparto ha causado el más grave daño a la izquierda, tanto como no hicieron ni los años de la confrontación directa con el régimen ni la represión: fue el despojo de la identidad misma basada en principios.

En las circunstancias actuales del país, lo que la sociedad está dispuesta a cambiar y luchar por ello es para demandar un poco de congruencia entre los que formalmente los convocan. Sin embargo, a la mitad de la batalla, los que les dicen que son su vanguardia se disparan entre ellos, dejando todas las expectativas a merced de los adversarios. Ésta no es la izquierda ni la primavera.

 
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