Usted está aquí: martes 18 de marzo de 2008 Opinión Astillero

Astillero

Julio Hernández López
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■ Metamorfosis

■ ¿Haiga sido como haiga sido?

■ Números y conteos envenenados

■ Riesgo de aferrarse al fraude ajeno

Cuando el Partido de la Revolución Democrática se despertó esa noche de elecciones intranquilas, se encontró transformado en su cama en un gigantesco insecto kafkiano. Un catálogo exhaustivo de prácticas electorales fraudulentas había sido convertido en telón de fondo para el montaje de un nuevo episodio de suspenso en el que a última hora había asomado como presunto triunfador el contendiente que a lo largo del día había parecido sufrir los peores embates adulteradores, y el personaje que a lo largo de la temporada ejercía el papel de villano mudó de caracterización y se asomó como supuesto despojado, víctima de males demoscópicos y mapacheriles similares a los de 2006. Chucho convertido en Jesús sacrificado que incluso ha de recurrir al voto por voto y casilla por casilla mientras la dupla alejandrina se acomoda con rapidez y gusto en los sitiales envenenados de los ganadores oficiales, haiga sido como haiga sido.

Gregorio Samsa ve de pronto que lo que en el curso del día era un cochinero electoral en la noche se transmuta en resultado electoral discutible, pero legitimado; posible de ser llevado al extremo del litigio, pero, por tanto, aceptada la materia del juicio. Hubo irregularidades suficientes para anular esos comicios internos y para que los presuntos ganadores y perdedores aceptaran que ningún resultado política y éticamente válido podrá desprenderse de ellos, pero triunfa la ambición de lo inmediato y en ese trote se empatan los colaboracionistas tramposos y la opción renovadora, reformista. La doctrina vencedora es la del pragmatismo vial: cada quien se queda con su golpe y ya veremos lo que los ajustadores decidan o la manera en que se arreglen los del seguro de accidentes vehiculares.

El lance evoca necesariamente pasajes de lo sucedido en 2006. En aquella ocasión se desgastó emocionalmente a los seguidores de la opción tenida popularmente como ganadora, moviendo los resultados preliminares de tal forma que los observadores de esa evolución creían estar presenciando la consolidación de tendencias en favor de su candidato tabasqueño, mientras los programadores cibernéticos preparaban el desenlace atípico que daría la “victoria” a quien había estado a la zaga durante largo tramo. No deja de ser irónico que ahora el PRD haya entrado en este tobogán electoral merced a datos suministrados por empresas encuestadoras, tal como en 2006 sucedió con aquellos “saltos de popularidad” que según eso habían convertido súbitamente a un panista desangelado en la revelación demoscópica. Dos de los directivos de empresas encuestadoras que fabricaron la falsa percepción del “crecimiento” de Felipe Calderón ahora trabajan en su gobierno, uno como director del Cisen y otro como coordinador de Imagen Pública de la Presidencia formal de la República.

El vuelco en la lucha por el control del PRD pretende colocar al segmento que mantiene congruencia en la lucha contra el fraude electoral en una plataforma en la que por ambición pretenda quedarse con el resultado de un proceso que en caso de no haberle favorecido estaría denunciando. Al picar el anzuelo de que se dé por vencedor (sin matices, condiciones ni objeciones profundas) en razón de encuestas de opinión, de las que debería desconfiar, y con base en resultados que surgieron de una de las peores jornadas electorales internas de partido alguno, el presidente de la Alejandría negra y amarilla acabaría legitimando el proceso enchuchadamente pervertido y, si el conteo formal de los votos diese un giro hacia Ortega, entonces se habría perdido la autoridad política y moral para descalificar lo que se había aceptado cuando era favorable. También sería desastroso que quienes han luchado contra el fraude electoral de 2006 acabaran aferrándose a una presunta victoria sustentada en un fraude interno fabricado por los mismos que ahora se colocan como víctimas contestatarias.

Hoy más que nunca son necesarias la claridad, la legitimidad y la congruencia en el ejercicio del liderazgo del PRD, pues Alejandro Encinas representa la única oportunidad de intentar la dificilísima tarea de reformar un partido terriblemente dañado. Encinas necesita una fuerza sin fisuras ni cuestionamientos para enfrentar las pretensiones del calderonismo y de sus aliados poderosos que buscan marginar a la izquierda electoral o convertirla en pieza mercantil o instrumento de convalidaciones. Alejandra Barrales, por su parte, con una base social evidente y fuertemente en su favor (en el de Encinas, en el de López Obrador) tiene como problema de legitimidad no el de los números concretos electorales, sino el de la definición de su relación con el gobierno capitalino y la eventual dependencia de un factor de poder, el de Ebrard, que tiene más de futurismo que de compromiso estricto con la izquierda.

En momentos de definición histórica como los que hoy se viven, con una derecha empecinada en avanzar en el proyecto de privatización de la riqueza petrolera, favorece a las fuerzas nacionalistas el hecho de que la coalición de intereses extrapartidistas que apoyaba a los chuchos no hubiese logrado imponer de inmediato una victoria artificial, pero formal (aunque fuese por 0.56 por ciento). El movimiento que encabeza López Obrador tendrá menos obstáculos explícitos sin los troyanos caballos de Los Pinos, pero estos habrán dejado una semilla envenenada si hacen que Encinas y Barrales parezcan menos dotados de legitimidad, producto de forcejeos aritméticos o de arreglos cupulares de última hora.

Astillas

Los amables lectores de esta columna vaquera han de recordar que una de las dificultades del jaripeo que aquí se practica de lunes a viernes proviene de su inmediatez, ya que, a diferencia de otros espectáculos bravíos similares, en éste se abordan instantáneamente toros, cuacos y vaquillas informativos conforme van saliendo de sus encierros, sin la ventaja que dan la reflexión, el complemento y el contexto del día siguiente e, incluso, para darle más presión al asunto, con un horario de entrega que no puede esperar a ruedas de prensa o noticias que se producen ya entrada la noche…¡hasta mañana!

 
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