Número 140 | Jueves 6 de marzo de 2008
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus



Sexo anónimo
Placer sin rodeos

El sexo sin preámbulos es buscado en más lugares de los imaginados. Las identidades no importan, la prevención no existe. Sólo la calentura que crea lenguajes sin palabras para ligar y satisfacer las ganas. En este reportaje, primera de dos partes, se describen algunas de las múltiples formas de gozar sin comprometerse a nada con nadie.


Por Antonio Contreras

“Tener sexo anónimo fue un descubrimiento en muchos sentidos. Para empezar, jamás me imaginé que me fuera a gustar tanto. Durante mucho tiempo critiqué los cuartos oscuros, los clubes de sexo y los baños públicos porque creía que sólo entraban viejitos o chavos no muy agraciados. Error. Descubrí que asiste todo tipo de gente, como para que nadie se quede con las ganas; descubrí también mis facetas exhibicionista y vouyerista”. Quien habla es Rodolfo, de 32 años. Dice que dos o tres veces al mes acude a alguno de esos lugares para tener sexo “sin compromiso”.

El sexo sin compromiso es la premisa básica del sexo anónimo, el cual ocurre en espacios públicos o semipúblicos entre personas que se desconocen y que quizá nunca más se vuelvan a ver. Es un fenómeno casi exclusivamente masculino en el que las etiquetas de la orientación sexual no caben. Es sexo y nada más. En México, como en muchos otros países, se puede practicar sexo anónimo en parques, gimnasios, callejones, campus universitarios, servicios sanitarios de mercados y tiendas departamentales, etcétera. El sexo anónimo se diferencia del sexo casual en que este último sucede cuando en un espacio y tiempo determinados coinciden dos o más personas calientes y dispuestas a satisfacerse mutuamente.

El sexo anónimo no es casual: se busca. Y los lugares para encontrarlo son los cines porno, cuartos oscuros, clubes de sexo y saunas públicos, además de otros sitios cuya vigencia depende del grado de anonimato que conserven, o sea, hasta que autoridades administrativas o policiacas o ladrones y extorsionadores hagan acto de presencia. Por ello, es difícil inventariar los puntos donde hay actividad sexual anónima. Internet y más recientemente los celulares con bluetooth se han revelado como eficaces medios para conseguir sexo anónimo.

El tacto toma la palabra
Aunque a los cines porno acude todo tipo de gente, predomina un perfil viril. Se trata en su mayoría de hombres que tienen sexo con otros hombres, concepto que define una práctica más que una identidad sexogenérica. “No soy gay, pero ¿a quién no le gusta que se la mamen?”, comenta un parroquiano, quien apenas sospechó que se le estaba entrevistando, abandonó la sala.

La mecánica del ligue es sencilla. En un primer momento, los hombres que desean ser felados deambulan por los pasillos para ser vistos, posteriormente ocupan una butaca, cuidando que las butacas de a los lados estén vacías, para que el interesado se siente junto a él. Es un código que se aprende instintivamente y da resultado cuando al primer hombre no le interesa quién le practique el sexo oral. Para los más experimentados, el deambular se acompaña de cruce de miradas y actitud corporal. En estos casos hay búsqueda específica de pareja sexual, es decir, se compara y se selecciona de entre los asistentes.

La comunicación verbal no es necesaria; de hecho, cualquier intento de establecer una plática pone en riesgo el acto sexual, que se reduce al desahogo de una necesidad. “No vine a conocer a nadie, sólo quería ver la película porque se aprende mucho… Sí, posturas, técnicas…”, se justifica el parroquiano antes de marcharse.

Como él, muchos de los asistentes niegan ser asiduos a los cines porno. Simplemente pasaban por acá, están haciendo tiempo o sólo querían distraerse. Por esta razón, la interacción social antes o después del sexo, así como la posibilidad de una relación futura es prácticamente inexistente. En el transcurso de una función se pudo observar a dos hombres, en diferentes butacas, aparentar que dormían mientras eran felados. Así, en los cines porno la experimentación sexual se constriñe a la masturbación mutua o al sexo oral, mejor conocido como guagüis.

De acuerdo con la investigación Los locales de sexo anónimo como instituciones sociales, de los españoles Fernando Villamil y María Isabel Jociles, los aficionados al sexo anónimo “tienden a separar tajantemente la actividad encaminada a tener sexo del resto de actividades, de forma que sexualidad es precisamente aquello que no es sociabilidad. En este esquema, el sexo es concebido como necesidad, desahogo, instinto.”

El lenguaje del cuerpo
Otro territorio del sexo anónimo son los baños públicos, específicamente en los “vapores y turcos generales”. Si en los cines pueden darse casos de personas que ignoraban lo que sucede dentro, en estos lugares la finalidad de los asistentes es explícita: sexo. Quienes ingresan a los cuartos de vapor y sauna saben lo que ocurre ahí, aunque finjan que no. La desnudez de sus cuerpos los delata.

La clientela es diversa, lo mismo que las fisonomías. Los hay jóvenes y no tanto, delgados y obesos, aunque son mayoría los cuerpos medianos. Las prácticas sexuales van desde la masturbación hasta la penetración. Los encargados de los baños y los masajistas —donde los hay— permanecen en el área de regaderas y no hay nada que identifique el lugar como gay: ni banderas de arco iris ni carteles de prevención de infecciones de transmisión sexual. Aquí se viene a pasar un buen rato, no a hacer conciencia.

Ernesto afirma no ser gay, sino “sólo calenturiento”. Acepta que acude con frecuencia a los baños públicos, porque “aquí la gente no tiene tantas broncas para tener sexo. Empecé a venir hace como dos años —ahora tiene 28— y seguiré viniendo después de que me case… Sí, claro, todos nos tenemos que casar, ¿no? Experiencias desagradables no he tenido. Bueno, tal vez la primera vez. Un señor se sentó junto a mí, aquí en el vapor, y me dijo que esto de los baños era algo así como una hermandad, que tenía que aflojar con todos para que pudiera seguir viniendo. La verdad sí me asustó. Me salí y tardé como 15 días en regresar”.

Para conseguir sexo no hay que hablar, el lenguaje corporal basta. Una erección es una invitación más que evidente. Las charlas previas o posteriores al sexo son por lo general irrelevantes, ya que parte del atractivo de estos espacios es la sensación de lo prohibido, de lo fugaz, sin necesidad de entablar inútiles conversaciones o tediosos cortejos.

Jacobo Schifter Sikora, en su libro Caperucita rosa y el lobo feroz, un estudio sobre el sexo anónimo en Costa Rica, escribe: “El sexo público es un lenguaje que se escribe con el cuerpo. Podríamos más bien aducir que llegamos a conocer más íntimamente a una persona que nos representa un guión de sus deseos más profundos, que a otra que nos habla como una cotorra.”

Rodolfo, quien fue abordado en el área de regaderas cuando se alistaba para irse, acepta que los baños públicos lo “prenden”. Lo único que le desagrada, dice, es la insistencia de algunas personas. “Si alguien que no te gusta te mete mano, lo haces a un lado y ya, pero hay otros que son aferrados y quieren a huevo tener sexo contigo. ¿Una experiencia agradable? Pues todas, pero la mejor fue la primera vez que vine, cuando descubrí que soy exhibicionista. Estaba con un chavo que me gustó mucho desde que lo vi. (Sentados en la banca del vapor) nos estábamos fajando y masturbando. A punto de eyacular abrí los ojos porque quería ver su expresión, y me di cuenta que varios nos estaban mirando; eso me excitó muchísimo y lancé chorros de semen. Los que miraban empezaron a aplaudir… ja, ja… no es cierto, pero dos o tres se vinieron al mismo tiempo que yo y eso me hizo sentir ¡uf!”

Riesgos del sexo anónimo
Con todo lo placentera que pueda ser la experiencia, el sexo anónimo conlleva riesgos que es preciso considerar. En primer término, la probabilidad de contraer infecciones de transmisión sexual si se practica el sexo inseguro. En segundo lugar la posibilidad de ser asaltado o extorsionado. En el DF, la Ley de Cultura Cívica prohíbe ejercer o solicitar servicios sexuales, amparo legal para los operativos policiacos que de cuando en cuando se realizan en lugares de encuentro como los descritos. Riesgos que, quizá en algunos, no hacen más que multiplicar la excitación.