Usted está aquí: lunes 3 de marzo de 2008 Capital Centenaria

Centenaria

3 de marzo de 1908

El Imparcial*

Centenaria se publicará cada semana. Recogerá, en su grafía original, noticias que publicaban diferentes periódicos hace cien años en la ciudad de México

A propósito de las últimas disposiciones sobre vendedores ambulantes

El vecindario está muy agradecido con el Gobernador del Distrito por los buenos deseos de este caballero en limpiar la ciudad de plagas. Es un drenaje social el iniciado por el señor De Landa y Escandón: la cruzada contra las cantinas, la guerra contra los vagos y, recientemente, la reglamentación de los vendedores ambulantes.

Esta última medida reclama, sobre todas las demás, meditación: meditemos, ahora que va a entrar la Cuaresma.

Es indudable que ésta, como las otras disposiciones del señor Gobernador, está inspirada por la más loable intención de dejar a la capital de la República limpia como una patena. Frota por aquí, pule por allá, restriega por acullá, hemos de ver esas calles y plazas albas y puras, como ángeles y serafines de retablo.

No encontrará un opositor este programa del señor De Landa, a quien en más de una ocasión nos hemos complacido en enviar un shake hands. Y no valgan reparos de fiambres individualismos: la “municipalización” de los servicios públicos ha ganado terreno hasta en la mismísima Inglaterra, la nación del habeas corpus y otras menudencias por el estilo.

El “spenciarianismo” ha hecho su camino y seguramente que el señor Gobernador del Distrito está más cerca de Chamberlain que de Gladstone, el “viejo gran hombre.”

Pero, ¡al asunto!

***

Y bien, el asunto es que la mitad del vecindario se quedó –nos quedamos– el domingo sin postres. No había en la ciudad un vendedor ambulante, ni una naranja tampoco, y el calor arrecia en este veranito extemporáneo, señor Gobernador del Distrito.

Cierto que esta legión de vendedores ambulantes estorban el tráfico, y que la circulación es una suprema necesidad del agua y de los transeúntes. Hasta aquí estamos conformes, con lo que sí no lo estamos es con el informante de El Imparcial –no con el señor Gobernador del Distrito, cuyos argumentos a favor de la dinámica callejera se han adulterado con certeza– al asentar que condenando al ostracismo obligatorio a los vendedores ambulantes el señor De Landa ha tenido en cuenta que éstos son “rateros disfrazados de vendedores.”

Será así, pero suponemos nosotros que si los rateros dieran en disfrazarse de sastres, por ejemplo, no habría razón para que se dejara sin vestir al vecindario. No, señor informante de El Imparcial, el criterio del señor De Landa no es ese, no puede ser por más que, a renglón seguido, no diga usted que el Sr. Gobernador ha resuelto “recluirlos” (a los vendedores ambulantes) a las plazas o calles cerradas y, por consiguiente, de poco “tráfico”.

¡Pues no! ¡Tampoco! señor informante, porque resultaría que el señor Gobernador consideraba que si en las avenidas céntricas no son de consentirse los “rateros disfrazados de vendedores,” en “los barrios” ya es otra cosa; lo que nos recuerda aquella observación de un “repórter,” que dando cuenta de un descarrilamiento, asentaba, por vía de consuelo, que, por fortuna, todos los muertos iban en el carro de tercera.

Y porque conocemos al señor Gobernador del Distrito, decimos nosotros que las razones de su última disposición deben buscarse en otro capítulo de ideas: en necesidades de circulación, en necesidades higiénicas, en necesidades estéticas, pero nunca en necesidades de urbanización penal –si vale el término– y dejando pasar y hacer el raterismo en unos barrios y proscribiéndolo en otros.

Por lo demás, nosotros pensamos –y el señor Gobernador también– que a los rateros –siquiera se disfracen de vendedores ambulantes– no se les debe recluir a las plazas y calles cerradas. En otros espacios cerrados se recluyen a los rateros: en Belem, por ejemplo.

*Se publicó de 1882 a 1883 y de 1897 a 1914

 
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