Usted está aquí: jueves 28 de febrero de 2008 Opinión Mujeres en campaña: EU 2008

Elizabeth Maier*

Mujeres en campaña: EU 2008

Cuatro décadas después de que el movimiento feminista sacudió como un terremoto cultural las relaciones sociales estadunidenses, revindicando la plena deconstrucción de las múltiples y endémicas expresiones de subordinación y marginalización que vivían las mujeres por razones de género, hoy día la presencia e influencia política de las mujeres estadunidenses resalta como uno de los fenómenos más dinámicos y significativos de la contienda electoral. Por primera vez en la historia del país vecino una mujer tiene la posibilidad de ser comandanta en jefa de las fuerzas armadas. La viabilidad de la candidatura presidencial de Hillary Clinton sin duda la coloca como presidenciable del todavía superpoder contemporáneo.

Curiosamente, el discurso centrado en la inequidad de género parece haberse quedado en el siglo pasado, y ha sido sustituido actualmente por una taquigrafía discursiva asentada en temas significativos de la disputada hegemonía cultural: la disyuntiva entre los derechos de las mujeres o los del feto y la despenalización o no del aborto; la sexualidad y el sitio de los derechos ciudadanos de las minorías sexuales, y la promoción de un modelo único y bíblico de la familia o el reconocimiento de la contemporánea diversidad familiar. Empero, la simple presencia de una candidata mujer remite constantemente a la inequidad sexual, lo que es todavía para ciertos sectores una opción inaceptable.

La influencia de las mujeres sella un estilo novedoso de fusión privada/pública al quehacer político, entretejiendo la calidez de referencias tradicionales de madre y cuidadora con un destacado ejercicio profesional y la gran fuerza de carácter que exige de las mujeres superar la exclusión de género para poder competir en los ámbitos público y masculino. Estamos ante la presencia de un abanico de mujeres excepcionalmente capaces, inteligentes, fuertes y decidas a competir por el poder, aun cuando sea desde el papel de pareja.

Hillary Clinton, Elizabeth Edwards y Michelle Obama ejemplifican algunas de las nuevas representaciones femeninas estadunidenses: profesionistas exitosas, defensoras de los derechos de las mujeres, esposas, madres y mujeres listas para asumir responsabilidades en el manejo político del país. Sin duda, son expresiones de la supermujer del siglo XXI. Con ellas también surge una nueva representación de la pareja que implica redefiniciones estructurales para el ámbito político.

A diferencia de las tradicionales representaciones matrimoniales del Partido Republicano, calladas y en segunda fila siempre en los eventos y el proceso, las parejas de los candidatos demócratas son socias plenas de la aventura política, fungiendo como Elizabeth Edwards de asesora principal del recientemente autoeliminado John Edwards, o compartiendo la elaboración de estrategias y promoción de campaña, como Michelle Obama. Si la figura de pareja presidencial no pertenece al proceso democrático moderno, cada vez más vamos a ver a los dos integrantes de la pareja con aspiraciones y capacidades políticas. Surcar las fronteras y contenidos de un nuevo papel para las parejas de los(as) funcionarios(as) elegidos(as) se perfila cada vez más como unos de los retos de la política posmoderna. 

Empero, si el género es una variable determinante de estas elecciones, no garantiza la incondicionalidad política. No es suficiente ser mujer para contar con el voto femenino. Esto es un hecho que Hillary Clinton ha tenido que descubrir de manera dolorosa. El género y muchos otros factores se articulan en la definición de los votantes. Hoy vivimos en un mundo complejo, donde las lealtades políticas ya no se determinan a partir de identidades homogéneas, sino que la multiplicidad de dimensiones de identidad se conjuga en la constitución de los electores.

Esto quedó muy claro en un acto proselitista para el senador Obama en California hace dos semanas, donde Caroline Kennedy –hija de John Kennedy–, Oprah Winfrey, Michelle Obama y Maria Shriver –feminista, periodista y esposa del gobernador republicano de California– explicaron su apoyo al primer candidato afroestadunidense viable para ganar la presidencia. Anotaron su frescura, inteligencia, sensibilidad para los grupos vulnerables, su capacidad de unificar y soñar, su intención de promover un cambio en el quehacer político, pero, sobre todo, su don de inspirar y promover la participación ciudadana. Fue Maria Shriver quien resumió la esencia de estas nuevas representaciones políticas femeninas, negociando el mundo emotivo asociado a lo femenino con el valor, determinación, fortaleza y reflexión analítica. Señaló que cada mañana hay que saber mantenerse “fìel” a sí misma y aun pronunciarse públicamente, a pesar de que su marido acababa de respaldar a John McCain dos días antes. Por lo mismo recalcó la importancia de “hacer algo que te dé miedo cada día”, para vivir valientemente, como Eleanor Roosevelt afirmaba que procedía. Y recordó la necesidad de comprender el proceso como una ola colectiva de participación y no como la llegada del hijo pródigo. Evocó un dicho hopi de empoderamiento propio y conjunto que afirma: “Somos nosotros la gente que estamos esperando”.

La fusión de lo privado y lo público, de lo sensible y lo inteligente, lo emotivo y lo valiente que traen las mujeres a la arena política impregnan el proceso electoral estadunidense de un aire nuevo, más acabado, integrado y auténtico. Las elecciones primarias demócratas de los próximos días indicarán si la complejidad femenina estadunidense se siente más representada por un afroestadunidense que apuesta a la esperanza y el cambio, o por una mujer muy capacitada y fogueada en las batallas políticas tradicionales.

* Investigadora del Colegio de la Frontera Norte

 
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