Usted está aquí: martes 26 de febrero de 2008 Cultura Prolegómenos de ¡Qué viva México!

Teresa del Conde

Prolegómenos de ¡Qué viva México!

Todos hemos oído hablar de la película de Sergei Eisenstein. Aquí y allá hemos visto algunas secuencias y algo sabíamos de sus orígenes, de la amistad del director soviético con Diego Rivera, iniciada en Moscú en 1927 y de sus métodos fílmicos que influyeron en varias generaciones de cineastas y de camarógrafos, incluidos Emilio El Indio Fernández y Gabriel Figueroa, objeto hoy día de homenaje en el Palacio de Bellas Artes.

La presentación del libro El nacimiento de ¡Qué viva México!, de Aurelio de los Reyes, en la Cineteca Nacional el 11 de febrero, coincide con aniversarios de nacimiento y muerte del artista soviético.

Eisenstein nació en 1898 y murió 50 años después (1948), de modo que ahora conmemoramos el 60 aniversario de su fallecimiento. La leyenda alrededor del cineasta quiere que su cerebro, mayor que los cerebros normales, haya sido conservado por científicos como motivo de estudio.

La lectura del libro entrega las alternancias de una vinculación entre el director y quien fue su patrocinador, Upton Sinclair, que terminaron en lo que significó una tragedia para el primero. Eisenstein jamás se recuperó de no haber dado fin a su proyecto mexicano, del que existen versiones que terminaron en manos de otros realizadores, como el auspiciado por el propio Sinclair: Thunder over Mexico (1933), que Sol Lesser produjo.

En el capítulo titulado “Una tragedia americana” –basándose en prolífica investigación de archivos– De los Reyes da a conocer algo que me resulta inédito. La Paramount había encargado a Eisenstein  la adaptación de la novela de Theodor Dreiser, An American Tragedy, aparecida en 1925. Con ello le tendió una trampa, pues de antemano la compañía sabía que no habría de producirse, pese a que la adaptación fílmica fue terminada por el director y su equipo. Los aficionados al cine conocemos la trama porque finalmente la historia de Chester Gillete, condenado a la silla eléctrica, dio origen a la película A place in the sun, protagonizada por Montgomery Clift, Elizabeth Taylor y Shirley Winters (1951), con dirección de George Stevens, en blanco y negro.

El libro comentado en la Cineteca está poblado de anécdotas. Eisenstein encontró aburrida a Marlene Dietrich y estúpida a Greta Garbo, porque ésta le preguntó, ¿quién era ese hombre llamado Lenin?, durante una cena de gala ofrecida en su honor por un multimillonario. Es obvio que la diva lo hizo para burlarse de él, según mi criterio.

El 22 de octubre de 1930, la Paramount canceló el contrato con Eisenstein. La cancelación se debió a una pugna interna entre ejecutivos liberales y conservadores. Los primeros eran “empresarios arriesgados y románticos” y los segundos fueron banqueros neoyorquinos.

Después de eso, parecía que el viaje a México quedaba cancelado, sobre todo porque el primer contacto del director con nuestro país se llevó a cabo en Tijuana, lo que le produjo profundo desencuentro.

Del 13 de octubre al 9 de noviembre de 1930 se exhibió en el Metropolitan Museum de Nueva York una exposición de arte mexicano promovida por el ex embajador de Estados Unidos en nuestro país: Dwight D. Morrow, quien patrocinó los murales de Diego Rivera en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca. Tal muestra antecede a muchas otras, pero su verificación en este caso se debió a la crisis de 1929. El cineasta se encontraba en Nueva York durante su vigencia, mas no la visitó. Todavía no decidía si ir a filmar a Japón o viajar a México. Contaba entre sus quehaceres vinculados con nuestro país con la escenografía de una obra teatral de Jack London, titulada El mexicano, a lo que se sumó su consabida curiosidad por las celebraciones del Día de Muertos, que quedan condensadas en la más famosa de las fotografías que aquí se le tomaron durante su estancia y que corresponde a Agustín Jiménez. Ha sido multirreproducida e ilustra la portada del libro.

Pese al desencuentro en Tijuana, la idea de México volvió a rondar la mente de Eisenstein: “Tal vez prefirió la cercanía de México a Estados Unidos, que la de Japón a Moscú. Pareciera decir: mientras más lejos de Rusia, mejor”, aventura De los Reyes.

El documentalista Robert Flaherty, autor de Nanuk el esquimal, revivió en el ruso la idea de la película sobre la vida en México, que se realizaría “sin ninguna intención política”. El libro es un relato que se lee como novela, capaz de generar un guión fílmico. El problema generado por el vencimiento de la visa estadunidense otorgada a Eisenstein lo puso en peligro de ser deportado a su país, cosa que según el progresista senador Borah, quien se ocupó del caso, “generaría un escándalo internacional”. Pero la visa mexicana, concedida de palabra mas no precisada por el gobierno de nuestro país, pese a la insistencia de Narciso Bassols y de Genaro Estrada ante el “jefe máximo” (es decir, Calles) sumió al cineasta en el limbo.

Finalmente, el 4 de diciembre de 1930 pudo viajar por ferrocarril a nuestro país, donde permaneció hasta 1932. El regreso a la Unión Soviética, vía Nueva York, implicó otra odisea.

 
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