Usted está aquí: jueves 21 de febrero de 2008 Opinión Construyendo democracia

Soledad Loaeza

Construyendo democracia

Los partidos políticos cumplen una función central en la formación de las actitudes y de los patrones de conducta de sus afiliados, para no mencionar la transmisión de ideas y la educación de opiniones. Guían a sus militantes por los caminos complejos de la política, los entrenan en las reglas del juego del poder; en principio, en el proceso de construcción de la democracia, los partidos cumplen una misión civilizadora. Sin embargo, no hay ninguna certeza de que todos ellos estén comprometidos con la transmisión de valores, ideas y comportamientos democráticos. En la historia de los partidos modernos ha habido muchos cuya idea de la política incluye la agresión –verbal y física– como instrumento legítimo de lucha, que creen en la superioridad de los gritos sobre las ideas, que confunden la propaganda con el debate ideológico, y que calumnian sin ningún escrúpulo, porque están dominados por la obsesión del poder. Estas estrategias revelan con más fidelidad el verdadero talante de quienes las adoptan, que todos sus pronunciamientos de fe democrática.

Los líderes también son maestros, sus comportamientos son lecciones de acción; sus palabras y sus imágenes pueblan el universo político de sus seguidores, y sus argumentos y líneas de razonamiento fijan un marco de referencia para la interpretación del mundo. Partidos y líderes tienen una enorme responsabilidad en la definición de las actitudes y de los comportamientos de largo plazo de los ciudadanos. Tan es así, que la superación de la huella del PRI en nuestra cultura política ha sido uno de los retos más difíciles de superar para el aprendizaje exitoso de las reglas del juego democrático que tendría que imponerse a las subculturas de los partidos, y éstas tendrían que estar inscritas en el ámbito general de la cultura democrática. Sin embargo, la hegemonía de esta última no ha podido establecerse sobre el conjunto de nuestra vida política, que se ha fragmentado en universos partidistas que tienden a ser mutuamente excluyentes.

La subcultura perredista muestra muchas fracturas, así como componentes de intolerancia autoritaria que se contradicen con los principios democráticos. Tomemos por ejemplo la descalificación de que fue objeto la presidenta de la Cámara, la diputada Ruth Zavaleta, por parte de Andrés Manuel López Obrador, y las acciones de los piquetes lopezobradoristas en los ingresos a cualquier acto al que asiste el presidente Calderón.

El 29 de enero pasado la prensa reportó que el líder moral del PRD había declarado que la presidenta de la Cámara, su correligionaria, se había dejado “agarrar la pierna” por el secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, porque se había entrevistado con él en el marco de sus funciones institucionales. La declaración de AMLO, además de ser ofensiva y poco ingeniosa, fue un recurso a las actitudes más desdeñosas del machismo histórico, que de inmediato afloró entre muchos dinosaurios –y dinosaurias– lopezobradoristas. Nombres ilustres se sumaron a la descalificación y reprodujeron las palabras de su líder o hicieron bromas a partir de ellas, sin pararse a pensar que le estaban haciendo un flaco favor a la imagen de una izquierda mexicana que entonces quedó comprometida con el tradicionalismo panista que se empeñan en denunciar. La diputada Zavaleta podría quejarse como lo hace AMLO: “Nos quieren callar”. Pero lo más importante de este incidente es que estas actitudes de la elite lopezobradorista serán imitadas por sus seguidores.

Desafortunadamente, lo mismo ocurrirá con las acciones de los piquetes lopezobradoristas que son la sombra del presidente Felipe Calderón. El 6 de febrero pasado, uno de esos grupos de gritones entró en acción en la explanada de Bellas Artes contra los asistentes a la inauguración de la exposición homenaje al fotógrafo Gabriel Figueroa. Un niño de alrededor de 12 años me gritó a todo pulmón: “Soledad, ¿por qué no apoyas a nuestro jefe?” Acto seguido, se le sumaron nueve o 10 personas que vociferaron insultos y mentadas de madre personalizadas. Lo más sorprendente es que no había pasión alguna; hay más emoción en un juego de futbol en el estadio universitario. Los gritos cesaron cuando crucé la avenida, pero pensé en AMLO: “Nos quieren callar”.

Parecería que los integrantes de estos piquetes pertenecen a la escuela de cuadros de Gerardo Fernández Noroña, donde han aprendido a creer que las tácticas intimidatorias son más efectivas para imponerse al otro que el libre debate o la discusión. Más que ayudar a la construcción de la democracia están elevando obstáculos para el futuro, porque las actitudes de intolerancia y el desprecio por las ideas de esta escuela permanecerán en sus discípulos, aun cuando sus maestros o la corriente a la que pertenecen hayan desaparecido.

 
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