Usted está aquí: domingo 17 de febrero de 2008 Opinión Crónica de un siglo mexicano

Emilio Carballido

Crónica de un siglo mexicano

Ampliar la imagen Emilio Carballido, durante la ceremonia en que se le impuso su nombre a un parque de la colonia San Pedro de los Pinos, en 2005 Emilio Carballido, durante la ceremonia en que se le impuso su nombre a un parque de la colonia San Pedro de los Pinos, en 2005 Foto: María Luisa Severiano

En agosto de 2006, el Fondo de Cultura Económica (FCE) editó en un volumen 52 obras cortas del dramaturgo Emilio Carballido, escritas desde los años 40 al 2000, las cuales retratan la evolución de la ciudad de México. Como preámbulo, el autor redactó esta suerte de semblanza de lo que hasta ese momento había sido su paso por las letras. Hoy, con motivo del fallecimiento del escritor, acaecido hace unos días, publicamos este texto –con la autorización del FCE– a manera de homenaje a quien bien se definió como “cronista de un siglo mexicano”, en tanto salen a la luz los cuatro materiales inéditos (tres obras de teatro y una novela) que el narrador veracruzano encargó publicar a su compañero Héctor Herrera

En el trabajo literario uno aprende a descubrir y respetar las proposiciones de forma que vienen implícitas cuando se nos aparece un proyecto. Así como hay un tono que es el más adecuado, hay una simetría escondida, que se va mostrando y es necesario obedecerla, para bien de la obra en elaboración.

Esta serie de textos sobre nuestra capital no parecía brotar como una cadena. Más bien, pensaba yo, nacía de circunstancias aisladas, como las fotos caseras que el azar acumula en los álbumes y en los cajones.

De los años 48 y 49 son las más antiguas, de 2001 la más reciente. En un principio yo buscaba reunirlas de 14 en 14. Ellas decidieron agruparse en series de 13.

La progresión fue creciendo con los temas recientes y actuales de cada época, que caían ante mis ojos y eran capturados en otra instantánea. Hubo también regresos a épocas anteriores: recuerdos ajenos y obras leídas hacían proposiciones y así hay obras cuya acción transcurre al empezar el siglo XX.

Fue hasta la tercera serie que advertí algo: seguía yo las cuentas del calendario azteca, donde años de 13 meses hacen un siglo de 52 años. Advertido esto, me ha dado particular curiosidad y gusto que las últimas obras redactadas lo fueran en el último instante del siglo XX y en el preámbulo del XXI.

He aquí que escribí un siglo mexicano. Reviso y veo que he sido cronista y no sólo dramaturgo, y que dejo material para historiadores, antropólogos y hasta lingüistas, pues sí copia uno las evoluciones y los giros cambiantes del habla popular.

Concebidas desde un principio para estudiantes de teatro y grupos de aficionados, las cuatro colecciones resultan como esos libros de estudios para piano, donde hay escalas, acordes y dificultades crecientes, pero al fin de cuentas se trata de que cada estudio sea una pieza grata de oír en sí misma, que da gozo al estudiante dominar las dificultades técnicas e interpretarla con hondura y sin tropiezos digitales. Así estas obritas: están graduadas, las hay fáciles y arduas; hay algunas que son especialmente complejas y con reparto numeroso, destinadas a los estudiantes de dirección.

Están ordenadas por equilibrios de tono y de estilo, no siguen en estos libros un orden cronológico sino estético, ya que el primero es muy fácil encontrarlo. También las hay que, juntas, por sus temas, pueden formar un programa completo para una función. Pero eso lo descubrirán quienes las practiquen.

A los jóvenes que serán dueños de este siglo, va minuciosa información sobre nuestra naturaleza humana cambiante en el marco que crece y se distorsiona de nuestra amada, terrible ciudad. Todos somos un reflejo del micromundo en que vivimos, todos somos parte de su historia. Asumirlo es tener la raíz más afianzada, el rostro más definido.

Que las reciban, pues, los jóvenes y los mayores que deseen ejercerlas en espacios escénicos. También los simples lectores de teatro. La última colección de 13, con que la serie termina, está dedicada, igual que las anteriores, a los alumnos de la Escuela Nacional de Arte Teatral, y a sus maestros, de los cuales fui compañero durante más de 40 años.

 
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