Usted está aquí: miércoles 13 de febrero de 2008 Opinión Barack Obama y el cambio

Luis Linares Zapata /II

Barack Obama y el cambio

Para que el cambio real que promete iniciar se lleve a cabo en Estados Unidos, Barack Obama asume, como condición indispensable, que éste se empuje de abajo hacia arriba. No se puede esperar, alega, que una transformación política, social y cultural de la magnitud y profundidad como la que augura conseguir con el auxilio de la gente provenga de las cúpulas atrincheradas en Washington o de otros sectores de elite financiera o industrial. El movimiento que lo hará posible exige, por tanto, la participación decidida de una gran capa de los ciudadanos. Y bajo esta premisa, ha dado inicio al más atractivo fenómeno electoral en la historia reciente de esa escindida nación vecina.

El movimiento provocado por el carismático candidato demócrata ya se muestra por todos los rincones del país. Estados del norte helado, del conspicuo y educado noreste, del sur profundo con sus abundantes poblaciones negras, en el medio oeste plano y tradicional con sus mayorías blancas, o el noroeste con sus sociedades dedicadas a las empresas de punta, han respaldado, con decisión pocas veces vista, la oferta de Obama y sus ambiciones de encabezar la cruzada entrevista.

No es solamente un elocuente tribuno que deslumbra a sus audiencias con sus conceptos, movimientos escénicos y la fluidez de sus palabras. Tampoco es un soñador aventurero que ignora las enormes dificultades de lo que propone a sus conciudadanos. Sabe que, para cambiar, hay que imaginar lo deseado y, después, luchar para su concreción. Ha trabajado como activista de campo de manera ardua donde los obstáculos son duros y múltiples. Las barriadas más problemáticas de su estado (Illinois) lo vieron, durante años, acudir, con tesón corajudo e inteligente, en pos de sus extraviados habitantes para ayudarlos a rescatar sus propios destinos.

Barack Obama, ya como joven senador, ha rechazado, con honesta y tajante convicción, el trato con los lobbies que inundan, con sus convenencieras cuan atractivas ofertas, las oficinas y hasta las cuentas bancarias de los legisladores interesados en los proyectos que tales agentes patrocinan. Un ave por demás rara en ese medio ya consolidado de intereses mutuos que, en numerosas ocasiones, afectan negativamente a la población que dicen defender. El mismo patrón de trasparencia lo ha hecho extensivo Obama al financiamiento de su campaña que, irónicamente, es la mejor fondeada de todas. Mejor incluso que la de su rival demócrata, la también senadora Hillary R. Clinton, que, desde los inicios de su tentativa, pudo amasar enormes recursos financieros. Explicable situación debida, en gran parte, al activismo de su esposo (Bill Clinton), que sabe, conoce y usa todos los resortes del Poder Ejecutivo ejercido durante ocho largos años de bonanza económica. Aun así, Hillary tuvo necesidad de prestarse, de su propio bolsillo, la nada despreciable cantidad de 5 millones de dólares para sostener su tren de gasto promocional.

Las diferencias entre los dos contrincantes demócratas son ciertamente notables. Ella se mueve con agilidad y fluidez entre las cúpulas del poder establecido. Mira hacia sus iguales. Domina los círculos más conspicuos de las decisiones de gran calado. Tiene inmejorable experiencia directa de los entretelones que condicionan el accionar de cualquier presidencia. Los vivió en carne propia y con resultados agridulces durante su estancia en la Casa Blanca. Maneja, como pocos, los detalles de los programas que ha venido adelantando como objetivos de sus aspiraciones presidenciales. Puede, sin mayor esfuerzo y hasta con inteligente elegancia, exponer los más intrincados detalles de su plan para la seguridad social y la salud universales. Plan que tanto pesar le ocasionó cuando fue encargada, por su esposo, de proponerlo como núcleo de la oferta de Clinton en sus primeros años de gobierno. Ocupa, con cuidados varios, un centro ideológico y programático que no ofenda el talante conservador de millones de sus posibles votantes. Sus apoyos básicos, en esta etapa al menos, provienen de las clases medias bajas y menos educadas, así como de mujeres blancas maduras.

Barack, en cambio, es un político inspirador del movimiento que encabeza. Su atención la dirige, en primer lugar, hacia los de abajo. De sincero arraigo entre la juventud, los afroestadunidenses y las clases medias altas y educadas. Lo promueven gentes de extracciones distintas que, cada vez en mayores y más entusiastas cantidades, acuden a sus llamados. Obama apela siempre a sus votantes, a los ciudadanos en general que requieren auxilio y con los cuales establece fuertes contactos. Ha defendido, con inusual valor, posturas de difícil tratamiento entre audiencias, sobre todo en ciertos momentos delicados y hasta apabullantes por soplar con aires contrarios, como su tajante oposición a la guerra preventiva de Irak; máxime cuando tales aires venían desde el manipulado Nueva York del 11 de septiembre. Introdujo la primera iniciativa para regular aspectos de la industria nuclear, sector intocado hasta hace muy poco tiempo. Es decir, ha sido un legislador atrevido, con visión ética y de largo aliento.

Obama pretende modificar, de raíz, las formas, costumbres, los privilegios de los políticos de Washington, y afectar los enclaves que traban y desvían los programas públicos. Sus prioridades son sociales para incluir a todos y no dejar fuera de los beneficios, como actualmente sucede, a una gran porción de los americanos. Pero, sobre todo, ha conseguido infundir la sensación de que un cambio profundo es indispensable para el futuro de ese país. Quiere transformar no sólo la política, para que sea una actividad digna y responsable, sino que el cambio toque a la misma sociedad para hacerla más justa, menos excluyente, más solidaria.

Las probabilidades de que un negro sea el candidato de los demócratas, contra todo pronóstico inicial, crecen en la medida en que su electrizado movimiento toma ímpetu. Las primarias de este martes dan una señal inequívoca de su afianzamiento. La desesperación, en cambio, cunde en la tienda de enfrente. Todo apunta hacia una tambaleante Hillary que perdió la ruta y hasta cierta compostura hasta llevarla a cambiar de estratega. El ya próximo supermartes dos será el definitivo enfrentamiento, cuando estados con numerosos delegados entren en la contienda. Si Barack gana después la presidencia de los Estados Unidos, será el primer político de izquierda (dentro de ese contexto ideológico que se define, allá, como liberal extremo) de ese país y una señal más de los tiempos actuales y futuros del continente.

 
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