Usted está aquí: lunes 11 de febrero de 2008 Cultura Naturalezas de la poesía

Hermann Bellinghausen

Naturalezas de la poesía

Decía Luis Cardoza y Aragón que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre. ¿Exageraba? Ante los pasos autodestructivos que lleva la inteligencia contemporánea, pareciera que no. Es más bien de lo poco que ahí está, igual. Existen buena y mala poesía, como siempre. Ni la tecnología ni el mercado ni sus derivaciones en la música de masas le han alterado el sentido, la modesta utilidad humanizante de su inevitable necesidad.

La naturalidad con que habita hoy blogs y páginas web no la cambia: sigue siendo palabras sobre una página, que leídas, cantan.

No se trata de un “género” literario. Allí tenía razón Octavio Paz, hasta eso. Sí lo son la novela, el ensayo, los híbridos de dios y del diablo. Tan sólo la novela, estrellita marinera de la modernidad, migra al cine y la televisión, se vende en panaderías y salchichonerías. Justo es reconocer que fortalece la forma libro, que muchos agoreros creen amenazada, con y sin razón.

Se dirá que la poesía también anda en libros. Por eso la confunden con literatura. Y porque goza de prestigio peculiar entre los literatos, que muchas veces, no siempre, son buenos lectores de poesía, o bien la escriben. Ya antes de Gutemberg el libro era uno de sus vehículos preferidos. Pero la mayor parte de las ediciones de poesía nacen y se mueven en un universo paralelo, aún dentro de cada librería y biblioteca, y hasta llegan a parecer parásitos de los libros-libros. Como negocio, son malos; ocasionalmente no, con las moderadas muletas del subsidio.

En ese universo paralelo que atraviesa lo humano de cabo a rabo, la poesía no progresa ni retrocede, y sin embargo se mueve. Vanguardias o no. Y como decimos de la música, cuando es buena, sencillamente lo es. (Que la música si sea negocio es otro asunto, y no tan nuevo). La poesía es el arte que menos vende.

Materialmente hablando, un poema no vale. O lo que una nuez, una manzana, un grano de maíz. Habrá quien saca dinero de la poesía, al menos para mantenerla en vida editorial (y en ello presta un inmenso servicio a los lectores, que son siempre pocos pero fieles), pero poesía y dinero no tienen nada en común.

Poetas hay que se las ven con el dinero, pero es accidental. Además, la poesía prescinde de los poetas, que pueden ser buenas personas, incluso débiles, egoístas, aburridos, vanidosos, contradictorios, feos, hasta tontos; como cualquiera. Por un corto tiempo de sus vidas, o largo (los hay de vida entera), tienen el don, o al menos la necesidad de la poesía. Uno espera que puedan, como dice Juan Gelman, valer la pena: “La dama que Cavalcanti vio y yo no vi me pone triste como una cárcel”. Sí, “el asombro come de estos desastres”.

Y aunque cada día son más las lenguas muertas, los valladares del idioma son ingratos e impenetrables. La pobre señora Traducción se encarga de trenzar las voces de siglos y continentes. Todos malhablan de ella, “traidora” le han dicho. Pero sin ella cuál Homero, cuál Rumi, Rilke, Eliott, Dante, Góngora.

Desde las primeras tablillas y las entrañas de Gilgamesh hasta los últimos fanzines de las modernas Babilonias, la poesía es una y en general la misma. Poco más, poco menos. Habla con economía de palabras sobre cuestiones básicas. Lo que se es. Usa, o no, la erudición lingüística. Interpreta el mito y la historia, la imaginería religiosa (que al menos en la tradición coránica sólo admite la representación escrita), la confesión delirante o sincera, siempre un poco incontrolable. Cede sin resistencia a las ganas de cantar.

Desde ella, toda lengua es hermosa. Cualquiera. En los siglos iluminados y en las bastardeces y descomposiciones bárbaras, está. En alguna clase de estado, como la fruta, que de semilla a podrida sigue un hilo cíclico y a cada vuelta, madura. De Li Po a Boris Pasternak y Agustín Lara, de Tu Fu a César Vallejo y Bob Dylan, no cambia. Sigue su propia narrativa sin prosa ni prisa. Le basta con el aire para la voz, y la tinta para el papel. Los sueños salen gratis, la imaginación está en las cosas.

Virgilio, Nezahualcóyotl, Pessoa, ¿qué tan diferentes son? El decimero huasteco y querendón y el nordestino que tiende su “literatura de cordel”; la plegaria y la algarabía, la sabiduría de burro que toca flauta. Poesía destila donde la voz y la vida, así antes de la alquimia y más allá de la ciencia racional. Así de simple.

 
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