Usted está aquí: viernes 8 de febrero de 2008 Opinión Taxi al lado oscuro

Carlos Bonfil
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Taxi al lado oscuro

Afganistán, 2002. Dilawar, joven taxista afgano, es capturado por la policía militar estadunidense junto con tres pasajeros y conducido al centro de detención de Bagram, donde es mortalmente torturado durante cinco días bajo la sospecha de haber participado en un ataque terrorista. Las técnicas de interrogatorio a prisioneros son las mismas desde el 11 de septiembre de 2001, y se practican también en la ya célebre mazmorra de Abu Ghraib o en la base naval estadunidense de Guantánamo, en Cuba: tortura sicológica, humillación sexual, intimidación con perros amaestrados, inducción al desequilibrio mental, o simulacro de ahogamiento (waterboarding). El caso de Dilawar es sólo un ejemplo de la tortura que actualmente legitima el gobierno de Estados Unidos como una práctica inevitable en su lucha contra el terrorismo. El vicepresidente Dick Cheney había señalado que en ese combate habría que hacer cosas sucias e ir “al lado oscuro” de la realidad. George W. Bush expresaría, a su modo, el mismo propósito: “Uno por uno los terroristas irán aprendiendo lo que significa la justicia estadunidense”.

El documentalista Alex Gibney, realizador en 2005 de Enron: the smartest guy in the room, exhibe en su nuevo documental, Taxi al lado oscuro (Taxi to the dark side), un clima de impunidad oficial donde el gobierno no necesita ya rendir cuenta alguna de sus actos, donde es posible negar el principio jurídico del habeas corpus y mantener a una persona en cautiverio indefinido sin escucharla y sin siquiera tener que declararla culpable, y perfeccionar a la luz pública nuevas técnicas de tortura, ignorando así lo aceptado en la Convención de Ginebra sobre la prohibición de maltratos a los prisioneros de guerra. Con testimonios de interrogadores, sometidos a juicio marcial y condenados a manera de chivos expiatorios, y con investigaciones de periodistas de The New York Times, y con las declaraciones de fanfarronería aguerrida de altos funcionarios estadunidenses, el cineasta consigue armar una crónica de las prácticas oficiales de tortura y de sus justificaciones, no menos escalofriantes. La aproximación de Alex Gibney es similar a la utilizada por el cineasta Michael Winterbottom en Camino a Guantánamo (2006), y buena parte de Taxi al lado oscuro muestra las contradicciones entre el centro de detención, presuntamente humanitario, y el laboratorio de torturas que exporta sus técnicas hasta Irak y Afganistán. El documentalista presenta también las explicaciones de científicos especialistas en el comportamiento que exploran y describen los límites de la resistencia humana, mismos que la autoridad castrense agota en lo posible, sin obtener resultados confiables. La denuncia es vigorosa: la legitimación de la tortura –a menudo un mero despliegue de ineficacia política–, sólo ha servido para derribar las últimas ilusiones sobre lo que alguna vez pudo ser la democracia estadunidense.

Taxi al lado oscuro se exhibe hoy en Cinépolis Perisur y en la Cineteca Nacional dentro de la gira de documentales Ambulante 2008 (www.ambulante.com.mx).

 
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