Usted está aquí: viernes 8 de febrero de 2008 Opinión Se hunde Chalco

José Cueli

Se hunde Chalco

El hundimiento que se registra en Chalco parece simbolizar el hundimiento simbólico de los campesinos indígenas expulsados del campo hacia las afueras de las ciudades. No queda más remedio que destruir la sintaxis, usar los verbos en infinitivo, desmadrar el adjetivo calificativo y acabar con el adverbio. Agregar a cada sustantivo otro sustantivo con características adjetivadoras y definitivamente acabar con la puntuación, en la búsqueda definitiva de un escrito que tenga, como característica que lo singularice, el máximo desorden.

Escribir de derecha a izquierda, de abajo a arriba, con diferentes polvos, de diferentes colores, repetidos como letanías, enumeraciones, sorpresas, jugando al me escondo, no me encuentras, espacios ocultos que se aparecen en caracoleos de milagrería, en ecos del ruega por nosotros, ora pronobis, sustantivo, monótono de lo inefable. Misterio que se acerca y nos envuelve y del que salen de los ojos luces negras, cargadas de lodo anaranjado que destruye el tiempo, dando luz a los nuevos espacios, evocando otras épocas, en que los campesinos bailaban a la sonora luz de la luna danzas indígenas, vestidos de polvos y lodos azules, verdes, morados y rosa mexicano.

Hundimiento chalca que busca desesperadamente una sintaxis de la nada interna, prehistoria registrada en los genes, con las nubes salitrosas amarillo ocre, diente cariado, enlace que no se da, desordenado y pasional, estupefaciente imaginado de un México antiguo, expresión íntima del hombre que no tiene palabras que la designen y por tanto es intuición de cachondeos glandulares y simbolismos fonéticos, en la búsqueda de la ultrarrealidad, que es lo opuesto a lo infrahumano.

Chalco, anhelo anhelante de ordenación cósmica, fantasía sin nombre, que choca con los otros, su otro, su propio otro, pero generador de una emoción total, cachonda e intensa que no encuentra las palabras, por ser el inconsciente de la ciudad, que no llega a la palabra y es aconsciente en un centro parcialmente resolutivo de anhelos, lugar de encuentro de lo antiguo y lo moderno, y salvación de lo fenoménico, destructor de esa sintaxis que es enlace citadino, pero opuesto del pensar indígena. Subrealidad, punto en que los contrarios dejan de verse como contradictorios, y desaparece la relación del hombre con lo real, para entrar al mundo de las sensaciones en búsqueda de sonidos que armonicen, tengan ritmo y formen otro lenguaje en un mundo que está más allá de lo palpable, guarecido en el fondo de la genética, sobre escrito en otro lenguaje, parte irreal que quiere integrar Chalco. ¡Sí, cómo no!, dimensión que vive, dejando de ser, en un enramado de carencias.

Carencias en la que está el otro. Otro que es uno mismo, casi vida, que motiva el deseo siempre insatisfecho, choque de dos, dejando de ser, gana de cachondeo, signo de carencia, ya que todo es circunstancia, incluido el cuerpo, por ello, lo dejado de ser, es la asignación de ese espacio oculto interior que se hunde, un Chalco que está y no está, discontinuo que desaparece para aparecer más adelante en un sucesión de Chalcos y discontinuidad del existir mundano, que sólo es atrapable por la palabra en ritmo, y no se encuentran, porque el inconsciente chalca está muy escondido, es desconfiado como él solo, dejando ser, oración de ausencia que es nuevo renacer.

Chalco, espacio que se deshace en un arcoiris de colores mexicas, rosas, anaranjados, morados, verdes, azules, espejos reflejos, que multiplican los Chalcos hasta el infinito y no tienen palabras que lo designen y simbolizan el hundimiento de los marginales en las ciudades y el campo.

 
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