Usted está aquí: lunes 4 de febrero de 2008 Economía México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega
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El cuento de la “democratización del capital”

Pemex, hacia el mismo destino que la banca reprivatizada y extranjerizada

Ampliar la imagen Elementos del Ejército en la estación de Pemex en Santa María el Tule, Oaxaca Elementos del Ejército en la estación de Pemex en Santa María el Tule, Oaxaca Foto: Notimex

La privatización “silenciosa” del petróleo resulta por demás estridente, y para concretarla el grupúsculo que la promueve como “tabla de salvación nacional” no ha encontrado mejor ejemplo a seguir que el de la desastrosa “desincorporación” bancaria, comenzada en el sexenio de Miguel de la Madrid, redondeada en el salinista, “rescatada” y saneada en el zedillista, y extranjerizada entre éste y el foxista. Todo en nombre de la “democratización del capital”.

Que no nos volverían a saquear, dijo algún iluso 25 años atrás, cuando en realidad desde entonces esa ha sido la norma con los bienes de la nación, y ahora, por si hubiera duda, quieren recetar de nueva cuenta la misma dosis ¿Quién explicará a los mexicanos cómo se “democratiza el capital” de una empresa de la nación a favor de unos cuantos inversionistas?

Lo mismo prometieron Carlos Salinas de Gortari y su secretario de Hacienda, Pedro Aspe, cuando anunciaron la reprivatización bancaria, el 2 de mayo de 1990. En ese entonces, las 18 sociedades nacionales de crédito pertenecían a la nación, pero se reprivatizaban “porque hay que democratizar el capital financiero” (Salinas dixit), y para lograrlo “estimamos que habrá 130 mil inversionistas” (Aspe dixit, una cifra basada en el número de inversionistas bursátiles de la época). Por aquellos años, México tenía 85 millones de habitantes, y con la “democratización” las instituciones pasaron a ser propiedad, hipotéticamente, del 0.15 por ciento de esa población.

Pero ni siquiera fue así, porque en los hechos la banca quedó en manos de la oligarquía de siempre, reforzada por los nuevos ricos surgidos de la especulación bursátil, y el número de accionistas, en el mejor de los casos, no pasó de un par de centenas (0.0002 por ciento de la población citada). Lo único que sí se “democratizó” fue el voluminoso costo del “rescate” bancario, el pago de los 120 mil millones de dólares que costó, cuesta, el destrozo de ese 0.0002 por ciento de “democráticos” inversionistas, porque incluso a la hora de la extranjerización el erario no vio un solo peso de la compra-venta, porque se concretó en el exento, fiscalmente hablando, mercado bursátil.

Ahora nos salen con el mismo cuento de la “democratización del capital” en Petróleos Mexicanos, en un movimiento en el que, como en tiempo de la reprivatización bancaria, los mexicanos, jamás consultados, permanecen ajenos a la toma de decisiones. De la misma forma en que entre la cúpula se “amarró” el tristemente célebre capítulo bancario, la privatización de la industria petrolera nacional se ha pactado en lo oscurito, ajena la sociedad y a los intereses nacionales.

De nada ha servido la onerosísima experiencia del triste circuito bancario en el país (reprivatización-rescate-saneamiento-extranjerización). De nada, haber entregado a intereses foráneos uno de los sectores estratégicos, el financiero, más celosamente cuidado hasta en los países que se dicen a favor de la globalización. De nada, los ejemplos de otras empresas de primer nivel que terminaron reventadas por la voracidad de esos inversionistas que salvarían a la patria (aerolíneas, ingenios azucareros, satélites, constructoras, armadoras, siderúrgicas, casas de bolsa, y las que se quedan en el tintero).

Viene el “nuevo” Pemex, nos aseguran, y, más allá de las empresas trasnacionales que ya se frotan las manos, por la parte mexicana ¿quiénes serían los honorables cuan “demócratas” inversionistas? No podrán ser otros que los mismos que compraron la banca reprivatizada y el interminable inventario de empresas (otrora paraestatales) que en un abrir y cerrar de ojos fueron exprimidas y reventadas, para la inmediata intervención y “rescate” de los dineros nacionales. Sólo hay que dar un paseo por la lista de mexicanos Forbes para saber de quién se trata, comenzando por Carlos Slim (a quien ahora le urge la creación de una “comisión nacional de infraestructura”), sin olvidar al escapista fiscal Roberto Hernández, y otro como Alberto Bailleres, Eugenio Garza Lagüera, Lorenzo Zambrano, sin dejar a un lado a Germán Larrea, que ya no está, pero como dicen los clásicos “estuvo”.

Entonces, ¿democratizar el capital de Pemex?

Las rebanadas del pastel

Como cápsulas de memoria, van algunas citas de una de las cabezas visibles del grupúsculo que pretende privatizar Pemex, Francisco Labastida Ochoa, secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal en tiempo de Miguel de la Madrid, en comparecencia con los diputados (8 noviembre 1984; 52 Legislatura): “las empresas públicas son uno de los instrumentos más eficientes para proteger a los sectores mayoritarios de la población; son uno de los mejores legados que tenemos de la Revolución Mexicana… el artículo 27 constitucional (…) recoge la visión histórica de los mejores hombres del país, de Morelos, de Juárez y de Lázaro Cárdenas. La participación del Estado en la industria es voluntad, finalmente, es voluntad de todos los mexicanos y está consagrada en la Constitución… La empresa pública, particularmente las del sector energético, Pemex, CFE y todas la correspondientes al campo del uranio, fortalecen los derechos de la nación sobre los bienes de nuestro territorio. Las empresas públicas han servido para defender la soberanía y la independencia del país. En México somos los mexicanos los que decidimos qué hacer con el petróleo y qué hacer con la energía eléctrica. No es ningún país, ninguna compañía trasnacional, ningún interés ajeno o externo al nuestro. Las empresas públicas sirven para apoyar el desarrollo de los sectores estratégicos. Las empresas públicas sirven para apoyar a sectores mayoritarios de la población; sirven para dar empleo… Una política económica neoliberal le haría daño al país y haría que retrocediéramos en nuestro desarrollo industrial y económico cediendo no sólo en la economía, sino en la capacidad de decidir nosotros mismos nuestro propio destino”. Eso, claro, 20 años atrás.

 
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