Usted está aquí: sábado 2 de febrero de 2008 Política ¿Hay que renegociar el TLCAN?

Rodrigo A. Medellín Erdmann*

¿Hay que renegociar el TLCAN?

Ante la total apertura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), hay un clamor de renegociar el capítulo agropecuario, por el impacto negativo que ha tenido en el campo. El gobierno se niega. Se perderían, dice, los beneficios logrados. El problema es que el gobierno mismo ha violado los términos del tratado en perjuicio de los productores mexicanos. No los ha apoyado, y los ha expuesto prematuramente a una competencia ruinosa (autorizando, por ejemplo, la importación de granos por encima de las cuotas acordadas y casi sin impuestos).

El deterioro del campo tradicional viene de lejos. La tecnocracia lo acusa de improductivo e incompetente. Quienes conocemos la realidad sabemos que no es así. Con recursos escasos y condiciones adversas, el campo lograba maravillas de eficiencia, aunque la pobreza aumentaba. ¿Cómo se entiende esta paradoja? Con una comparación: la economía de los campesinos e indígenas era como un barril al que echaban agua con su trabajo. Pero al barril le habían hecho muchos agujeros. Por más agua que echaran, siempre estaba vacío. Ejemplos de agujeros: los intermediarios voraces de insumos y productos; crédito caro e ineficiente; saqueo de recursos naturales; caciques, funcionarios corruptos, líderes charros; altos costos de servicios; bienes de consumo caros. Los programas de apoyo al campo resultan mangueras que echan agua al barril… sin haber tapado los agujeros. Los campesinos e indígenas lograban subsistir y producir en un medio muy adverso. Sin embargo, el diagnóstico tecnocrático acabó por desahuciarlos: los decretó no viables en el esquema neoliberal. Se eliminaron programas de apoyo, se promovió la venta y privatización de la tierra, y el éxodo rural de millones, supuestamente para así lograr eficiencia y competitividad.

En este contexto se firmó el TLCAN y se inició su manejo perjudicial. Y, ante las políticas públicas tan adversas, la mayoría de los barriles acabaron por tronarse. Tal parece que el gobierno hubiera elaborado un plan maestro… para destruir el campo, y lo ha ido logrando. La capacidad productiva se colapsó, fue ya imposible subsistir en comunidades rurales; se rompió su tejido social; se agravó el hambre y la pobreza-miseria extrema; se aceleró la migración masiva hacia el norte: no son masas que persigan el sueño americano, sino que huyen de “la pesadilla mexicana”, aun arriesgando la vida.

La migración masiva parecía positiva como válvula de escape ante el desempleo y la supuesta falta de recursos públicos. Llovieron las divisas con las remesas. La menor producción de maíz en sectores tradicionales “ineficientes” se suplió cómodamente importando el grano y produciéndolo en enclaves “modernos”. Pero las cosas han tomado otro rumbo. La posible recesión en Estados Unidos va a provocar desempleo y mayores agresiones xenófobas contra los migrantes. Las remesas se van a reducir. De este lado, las condiciones del empleo son tan precarias que no se podría acomodar a un número importante de mexicanos que quisieran regresar, o fueran expulsados.

Con las políticas públicas anticampesinas, se ve difícil que el gobierno quiera renegociar el TLCAN. Sin embargo, el mismo tratado ofrece una respuesta. Está estipulada una salvaguarda conocida como “cláusula de escape”: si se provoca una competencia ruinosa tal que algún sector productivo pudiera sufrir un daño irreversible, es posible aplicar esa previsión del tratado (párrafo 3 del artículo 301). No se requiere renegociar para evitar la total destrucción del campo; más bien, hay que aplicar la “cláusula de escape” y cambiar drásticamente las políticas públicas.

Pero el gobierno mexicano –sobre todo la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación– da la impresión de no estar muy preocupado por la situación del campo. Aduce cifras de producción agregadas para demostrar que la realidad es mejor que nunca. Tampoco parece preocuparle la posible inquietud social, pues considera poder manejarla. Sin embargo, llevamos muchos años de apelar al dicho: “Reata, no te revientes, que es el último jalón”… cuando los jalones han seguido y siguen. Se han sembrado demasiados vientos, y puede estar cerca la cosecha. Es tiempo de tomar en serio que “sin maíz [campesino] no hay país, y sin frijol tampoco”. Más profundamente, es una verdad incontrovertible que sin campesinos, sin indígenas, México dejaría de ser México. Por ello hay que seguir luchando.

La agresión hacia el campo no tiene precedentes. Se puede hablar de un auténtico genocidio de la población rural –sin necesidad de balas–, con el correlativo ecocidio medioambiental. La historia juzgará a Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox como los responsables. Para Felipe Calderón y su gabinete aún es tiempo de acatar el clamor social, aplicar la “cláusula de escape”, e iniciar la reconstrucción del campo en serio. De otro modo, tendrán que cargar también con el calificativo histórico de genocidas.

* Doctor en sociología por la Universidad de Harvard, colaboró durante 30 años con comunidades campesinas e indígenas

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.