Usted está aquí: sábado 2 de febrero de 2008 Opinión Voces en Álamos

Juan Arturo Brennan/ I

Voces en Álamos

Alamos, Son. Hace unos días concluyó en este pequeño poblado sonorense la versión número 24 del Festival Dr. Alfonso Ortiz Tirado, dedicado a la memoria de este buen médico quien, además, fue un buen cantante, y que junto con María Félix es el personaje más notable de este lugar. En el entendido de que Ortiz Tirado fue un tenor de interesantes alcances musicales, el festival dedicado a su figura es abundante, precisamente, en tenores, aunque no se evade la presencia de otras voces.

Además de nueve noches de gala con otros tantos recitales vocales, el Festival Dr. Alfonso Ortiz Tirado ofreció (como ya es costumbre en prácticamente todos los festivales de cierta importancia en el país) algunos recitales de música de cámara, tocadas y verbenas populares de todo tipo, conferencias y talleres y, entre lo más interesante, un ciclo de cine de terror, cuyas proyecciones se realizaron a la hora precisa y en el lugar adecuado: a la medianoche, en el cementerio municipal de Álamos. Este ciclo de cine terrorífico tuvo un éxito singular, y en su programación estuvieron incluidos clásicos indispensables del género, desde Psicosis, de Alfred Hitchcock hasta El Santo contra las lobas, filmes por los cuales un público bastante numeroso desafió la oscuridad, el frío y la inquietante cercanía de los sepulcros.

Para documentar el pintoresquismo pueblerino, vale decir que no todo fue miel sobre hojuelas para el ciclo Terror en el panteón, ya que no faltaron algunas voces de las damas de la alta sociedad alamense que, crucifijo en mano, fueron a quejarse de que ahí se realizaban ritos satánicos. Seguro que sí, con El Enmascarado de Plata como principal oficiante.

Como suele ocurrir en cualquier festival, el de este año en Álamos tuvo un poco de todo en su parte medular. Entre lo destacado, mención especial merece el sobrio y muy bien cantado recital inaugural del tenor mexicano David Lomelí, particularmente exitoso en su interpretación del Primer soneto del Petrarca, de Liszt, y una espléndida aria de El Cid, de Massenet.

La soprano mexicana Zulyamir Lopezríos ofreció un programa muy atractivo, sobresaliente en las canciones de Reynaldo Hahn y en una austera y decantada versión de los Dibujos sobre un puerto, de José Rolón. Su bienintencionado esfuerzo por comunicarse con los asistentes y hacer de su recital una sesión con cierto perfil didáctico fracasó, en gran parte por la renuencia del público a participar con decoro en el intercambio.

El tenor cubano Yury Hernández enseñó una voz bella y potente, pero se mostró como un cantante carente de conocimientos elementales de estilo, y estropeó un recital que había iniciado bien al concluirlo cantando canciones rancheras de los Fernández, padre e hijo, con pista grabada y con micrófono a toda potencia. Me pregunto si este festival quiere que sus noches de gala se conviertan en palenques-karaoke.

Excelente fue el recital del grupo vocal estadunidense Reconstruction, el cual abordó el repertorio del barroco temprano con gran conocimiento de causa, estilo vocal apropiado, ágil presencia escénica y, sobre todo, un comportamiento musical lúdico y generoso. Muy saludables resultaron sus interpolaciones, a manera de guiños cómplices, de un par de números modernos, cantados en el espíritu antiguo y con la misma excelencia vocal aplicada a lo barroco.

El recital del tenor mexicano Dante Alcalá sufrió de algo parecido a lo que ocurrió con Yury Hernández. Después de varios momentos estimables, destacando sus interpretaciones de arias de Massenet (Werther) y Cilea (La arlesiana), terminó su programa convocando al público a cantar con él. Por desgracia, le hicieron caso, y el Cielito lindo coral multitudinario resultó un colofón populachero y complaciente, que como era de esperarse, agradó mucho al público.

En lo personal, prefiero que canten los cantantes, pero el clamor popular dice otra cosa. De hecho, en los recitales en los que los protagonistas se negaron a la complacencia fácil y al abaratamiento de su programa, las quejas no se hicieron esperar. Y éstas provinieron no sólo de los melómanos, sino de manera muy especial de algunos funcionarios locales que abiertamente manifestaron su descontento porque los tenores no se dejaron llevar por los gritos destemplados que les pedían tal o cual canción favorita.

(Comentario tangencial: no deja de ser significativo que esas peticiones desaforadas del público se referían siempre, invariablemente, a las mismas canciones, a los sempiternos caballitos de batalla de los recitales que transitan a medias tintas entre lo semiclásico y lo semipopular.)

 
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