Usted está aquí: sábado 2 de febrero de 2008 Opinión Economía: optimismo insensible

Editorial

Economía: optimismo insensible

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, manifestó ayer su preocupación ante las señales –“perturbadoras y serias”– del debilitamiento de la economía de su país, apuntalado por la crisis que sufre desde hace meses el sector inmobiliario, la cual ha impactado negativamente sectores como el manufacturero y ha derivado en la primera caída en la creación de empleos de los pasados cuatro años. Las declaraciones del mandatario estadunidense se suman al conjunto de indicadores que desde Washington han ponderado en días recientes la gravedad de la recesión económica que enfrenta la nación más poderosa del planeta: cabe recordar que esta misma semana la Cámara de Representantes aprobó un paquete de medidas fiscales, enviado por el propio Bush, con el fin de apoyar a los contribuyentes mediante exenciones, estímulos y reintegros. El anuncio de dicha medida, por cierto, no ha acabado de impactar favorablemente en el comportamiento de la economía global.

El gris escenario internacional que se prefigura ante la amenaza de recesión en Estados Unidos ha empezado a mermar las expectativas económicas del gobierno mexicano, no obstante el optimismo que había mantenido. El pasado miércoles, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y el Banco de México coincidieron en reajustar la estimación de crecimiento del producto interno bruto para el presente año de 3.7 a 2.8 por ciento; reducción que se verá reflejada en una pérdida de por lo menos 10 mil millones de pesos en los ingresos tributarios del gobierno federal. Apenas la semana pasada, el titular de la SHCP, Agustín Carstens, había afirmado que “si la desaceleración en Estados Unidos se concreta”, la economía de nuestro país no sería afectada “de manera importante”.

No obstante que esas instancias de la actual administración reconocieron el desalentador panorama que se prevé este año para la economía nacional, el titular del Ejecutivo federal continúa empecinado en exhibir una actitud despreocupada y en minimizar los ineludibles signos de riesgo de una crisis: ayer mismo, Felipe Calderón afirmó que, pese a la reducción en las expectativas de crecimiento para 2008, la economía mexicana se mantiene sólida ante las turbulencias internacionales y prometió la creación de alrededor de 600 mil nuevos empleos, 250 mil menos a los generados, según las cifras oficiales, en 2008.

En un contexto en el que la economía mexicana acusa una enorme dependencia respecto de la estadunidense –circunstancia que hace suponer el grado de vulnerabilidad en que nuestro país se encuentra ante la recesión en la nación vecina–, las declaraciones presidenciales no pueden entenderse: su postura denota una inaceptable falta de sensibilidad social sobre los riesgos que esta situación implica para el conjunto de la población y una actitud indolente para con los más desprotegidos, que son siempre los más afectados durante y después de las crisis económicas, si no es que un intento deliberado de maquillar la realidad.

Con recesión o sin ella, lo cierto es que en el país persiste una realidad económica y social exasperante, configurada por altos niveles de desocupación, deterioro sostenido en la capacidad adquisitiva de los salarios y carestía abrumadora –al parecer incontenible–, causada en buena medida por el propio gobierno federal, que ha puesto en marcha medidas como el gasolinazo, que constituyó, desde su anuncio, una auténtica ofensiva a la economía popular por el cúmulo de alzas que generó. Por el bien del país, más vale que el gobierno abandone su actitud autista y sorda frente al turbio horizonte que se vislumbra en la economía global.

 
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