Usted está aquí: jueves 31 de enero de 2008 Opinión Las dos orillas del Tíber

Gianni Proiettis

Las dos orillas del Tíber

La semana pasada la noticia dio la vuelta al mundo con tal rapidez que pocos se dieron cuenta. El papa Benedicto XVI, jefe espiritual del catolicismo y monarca del Estado de Ciudad del Vaticano, ha declinado una invitación a tener un discurso en la primera universidad pública de Roma, La Sapienza, para la apertura del año académico. La razón: 67 profesores de la prestigiosa institución, que cuenta con más de siete siglos de vida y una larga tradición de autonomía, habían cuestionado al rector por la invitación al Papa, tachándola de incongruente y recordando que el propio cardenal Joseph Ratzinger, en 1990, en la ciudad de Parma, había definido el proceso de la Inquisición en contra de Galileo como “razonable y justo”.

Frente a la perspectiva de que la inauguración del año académico fuera confiada al pontífice, escoltado por las máximas autoridades civiles, el movimiento estudiantil amenazó una frocesión, que en dialecto romano evoca un desfile gay luciendo sotanas.

¡Ábrete cielo! Luego de un par de días con los asesores vaticanos al borde de una crisis de nervios, el Papa fue aconsejado de no asistir, los voceros pontificios denunciaron “la intolerancia y la censura” por parte de una minoría anticlerical, y la mayoría de los medios condenó a los profesores y estudiantes que se habían permitido un grave desaire al pontífice.

La cosas llegaron tan lejos en días pasados que la propia Conferencia Episcopal Italiana, en voz de su presidente, el cardenal Angelo Bagnasco, se permitió un ataque al gobierno de Prodi, actualmente en fase comatosa, que podría facilitar su muerte no asistida. En fin, un terremoto provocado por el hecho inaudito de que en el corazón de Roma hay bolsas activas de rechazo a lo que es considerado una presencia demasiado invasora.

Lo extraordinario, en esta ocasión, aparte de contadas y honrosas excepciones, ha sido lo fuerte y lo compacto de la clase política italiana, con el gobierno y la izquierda institucional casi al completo, en correr en defensa del Papa y de su libertad de palabra. Libertad entre comillas, vista la extrema previsibilidad del discurso papal en contra del aborto, de las uniones homosexuales, del preservativo, de la razón frente a la fe, etcétera. Y palabra, la del pontífice, muy bien difundida en todos los canales electrónicos públicos y privados.

Así que por una semana los principales medios italianos se han dedicado a linchar el laicismo social, la autonomía universitaria y la racionalidad científica, con las piedras del dogmatismo y de la obediencia vaticana.

Saludado el día de su investidura en 2005 como “el pastor alemán” por el diario Il Manifesto, el papa Ratzinger nunca ha gozado de las simpatías de los progresistas, poco inclinados a perdonarle su infancia nazista, sus nostalgias litúrgicas y sobre todo su persistente desmantelamiento de la teología de la liberación, la única fuerza de renovación en las bases católicas que se haya presentado en el último siglo.

Como cardenal prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, o sea la moderna Inquisición, cargo que ocupaba desde 1981, Joseph Ratzinger ha atacado a obispos y teólogos verdaderamente libertadores como Samuel Ruiz, Paulo Evaristo Arns, Leonardo Boff y Frei Betto; ha propiciado la represión a las comunidades de base; ha descobijado a muchos curas valientes que luchaban a favor de la justicia, y ha preferido defender a individuos siniestros y poderosos como Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, pederasta y morfinómano, que parece salido de una novela negra.

Benedicto XVI ha reinstaurado la misa en latín y, hace unos días, ha retomado la antigua celebración litúrgica de espaldas a los feligreses. “Desde cuando es papa –recuerda Rossana Rossanda– ha cerrado el diálogo ecuménico en el área cristiana, ha negado cualquier espiritualidad al Islam, ha puesto un alto al sacerdocio femenino, ha reforzado la obligación del celibato para los sacerdotes (....), ha rechazado en las tinieblas a los homosexuales, ha condenado el aborto, la eutanasia y la fecundación artificial, ha prohibido la investigación con embriones, interviniendo a diario, directamente o a través de los obispos, en las políticas del Estado italiano.

“Que la derecha vaticana quiera reconquistar al Estado, se entiende –concluye Rossanda–. Que el Estado le abra todas las puertas, no.”

La agresiva intrusión de los puntos de vista vaticanos en la política mundial es criticada también por Noam Chomsky, quien comentando el incidente romano lamenta: “La evangelización del poder político ha alcanzado niveles insoportables.”

La polémica que ha llenado por una semana la prensa italiana, ha conocido momentos de intolerancia –como cuando se ha bloqueado el nombramiento de uno de los docentes inconformes a presidente del Centro Nacional de Investigación o cuando se ha estigmatizado a los académicos disidentes como “malos maestros”–, pero también reivindicaciones laicas y libertarias como las del filósofo Gianni Vattimo, del académico Alberto Asor Rosa y de la periodista Rossana Rossanda, que consideran que la conciencia no es un dominio reservado a la religión y que no tiene cabida la actitud vaticana de portarse como si la conciencia laica no existiera o fuera de orden inferior.

Los laicos, los racionalistas, los que no quieren someterse a los dogmas de fe y creen en la libertad de pensamiento, se han encontrado así en la falsa posición de los intolerantes de la película, por “censurar la palabra del sumo pontífice” en la universidad. Las huestes papalinas que han llenado la plaza de San Pedro el pasado domingo 20, en “un abrazo afectuoso al Papa”, han olvidado que, lejos de ser silenciada, la palabra de Radio Vaticano llega en todo momento al mundo transmitida en 40 idiomas. La potencia de emisión de sus 58 antenas, instaladas en Cesano, un pueblito al norte de Roma, es tan fuerte que una sentencia judicial de 2005 responsabilizó a la radio de contaminación electromagnética, de interferir en todos los aparatos del vecindario y de provocar varios casos de leucemia infantil en la zona.

En aquella ocasión, el presidente de Radio Vaticano, cardenal Roberto Tucci, fue condenado a indemnizar a las asociaciones vecinales y a 10 días de prisión, luego condonados.

 
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