Usted está aquí: miércoles 30 de enero de 2008 Política Guerra contra Lutero

Carlos Martínez García

Guerra contra Lutero

Se puso belicoso y le hizo honor a su apellido. El diputado del Partido de la Revolución Democrática, Juan Guerra, recurrió a un estigmatizado personaje para dar su opinión sobre los nuevos consejeros del Instituto Federal Electoral. Su dicho refleja tanto ignorancia como proclividad a echar mano de lugares comunes que ofenden a colectividades identificadas con la persona a la que se le carga un perfil negativo.

El diputado federal perredista tiene razón cuando afirma que el PAN y el PRI pretenden elegir candidatos a modo para que conformen el Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE). De la misma manera está en lo cierto cuando sostiene que debieran llegar a ese organismo relevos independientes, de amplia y bien conocida trayectoria pública. De no suceder esto último, y aquí es donde viene mi objeción, insiste el legislador, “es como dejar la Iglesia en manos de Lutero” (nota de Elihú Juárez, Milenio Diario, 25/1/08). ¿Tan maligno le parece el reformador alemán? ¿Es de la misma calaña de quienes buscan repartirse el botín del IFE? ¿Frente a los postulados enarbolados por Lutero le parecen mejores, y preferibles, los del papado romano que excomulgó al heresiarca germano? ¿Cuándo va a sacar el rosario y el agua bendita para exorcizar a los crecientes seguidores que el ex monje agustino tiene en México?

Uno de los mecanismos de quienes estigmatizan a personas y/o colectividades consiste en creer que los receptores del señalamiento descalificador exageran al criticar la etiqueta que les adjudican. No es para tanto, argumentan los emisores del comentario despectivo o con aspiraciones de ser chistoso. “Mi intención no fue calumniar u ofender, no sean tan sensibles”, arguye el repartidor de adjetivos. Sin embargo, la construcción social de estereotipos tiene raíces que reflejan sedimentaciones culturales que, en términos amplios, se generalizan entre los integrantes de una sociedad. En este sentido un dicho como el de “poner o dejar la Iglesia en manos de Lutero” para nada es inocente ni exento de juicios de valor. Al contrario, refleja una formación valorativa cultural que es la tenida socialmente por “natural”, mientras las otras formaciones son estigmatizadas por considerarlas extrañas, ajenas, y hasta malignas, para eso que siguen llamando la idiosincrasia nacional mexicana. Y da la casualidad (¿?) que tal idiosincrasia está marcada por el catolicismo popular.

Con su contundencia habitual Octavio Paz sentenció que los mexicanos somos “hijos de la Contrarreforma”. Sí, porque mientras una gran parte de Europa vivía transformaciones religiosas, que conllevaron cambios sociales y políticos profundos, la potencia que colonizó lo que hoy es México fue bastión del catolicismo cerrado que le dio la espalda a los fundamentos del mundo moderno. En España también hubo quienes a la par de Lutero, pero de manera independiente a él, llegaron por su lectura de la Biblia a los mismos descubrimientos, como Juan de Valdés, y aquellos que influidos por el teólogo alemán se aglutinaron en núcleos reformistas. Éstos, al ser descubiertos por la Inquisición, fueron extirpados y sus principales líderes enjuiciados y llevados a la hoguera. Unos cuantos evadieron los controles inquisitoriales y huyeron de España, entre ellos los brillantes Francisco de Enzinas, quien hizo la primera traducción del griego al castellano del Nuevo Testamento (1543); Juan Pérez de Pineda, también traductor y escritor de una obra esencial para entender las persecuciones contra los protestantes en aquella época, se trata de la Epístola consolatoria (1560); Casiodoro de Reina, traductor al castellano de toda la Biblia, que se publicó en 1569; y Cipriano de Valera, revisor de la traducción de Reina (1602) y traductor de la obra más conocida de Juan Calvino, Institución de la religión cristiana.

Por su dicho, el diputado Juan Guerra confirma en su persona que el juicio de Octavio Paz le queda a la medida: es un hijo de la Contrarreforma. Por lo menos en lo que se refiere a considerar a Martín Lutero sinónimo de lo peor, lobo rapaz, en cuyas garras sólo se encuentra la destrucción. Por lo visto el legislador ignora que, de acuerdo a valoraciones hechas por especialistas a fines del siglo pasado, Lutero fue considerado uno de los personajes históricos más importantes del segundo milenio. Cuestión que tal vez le cause repulsa a Juan Guerra. Porque si no quiere a la “Iglesia en manos de Lutero”, ¿en las de quién las prefiere, en las del Concilio de Trento, en las del oscurantismo medieval que persiguió al hereje?

De acuerdo con Wikipedia, Juan Nicasio Guerra Ochoa es licenciado en derecho y tiene maestría y doctorado en sicoterapia. En su caso vemos que lo doctor no quita lo contrarreformado, lo antiprotestante. Tiene una larga militancia en la izquierda y una considerable trayectoria en puestos de representación popular. Fue integrante de la Comisión de Concordia y Pacificación, de su experiencia en ella escribió un libro (Historia personal de la Cocopa, Editorial Grijalbo). Los tiempos que estuvo en la comisión, con viajes a Chiapas y estancias en la entidad para mediar entre el gobierno federal y el EZLN, parece que le dejaron pocas enseñanzas sobre la existencia en aquel estado, Chiapas, de altos porcentajes de indígenas protestantes. Éstos, en algún sentido, son herederos de Lutero, personaje cuyas manos considera Guerra son en extremo depredadoras.

 
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