Usted está aquí: martes 29 de enero de 2008 Opinión Ricardo Rocha: in memoriam

Teresa del Conde

Ricardo Rocha: in memoriam

Este pintor decidió abandonar el mundanal ruido desde hace algunos años, murió en Colima, donde vivió durante la última etapa de su vida, el miércoles pasado. Aunque padecía enfisema, tengo para mí que ya no quería vivir más debido a su condición precaria de salud.

Lo recordamos, entre otras razones,  por haber sido líder del grupo SUMMA, al que pertenecieron Mario Rangel Faz, Gabriel Macotela, Santiago Rebolledo,  Oliverio Hinojosa, quien falleció prematuramente en 2001, y Manuel Marín.    Como otros integrantes de los grupos de trabajo colectivo, Ricardo Rocha intentó sacar el arte a la calle por medio de pintas, carteles , producción de estampas, tal y como lo hizo con la fotografía Adolfotógrafo (1954-2005), por conducto de Peyote y la compañía.

El grupo SUMMA tuvo sus inicios a partir de que Ricardo Rocha integró, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), un taller de experimentación plástica y pintura mural. La intención no fue sólo pintar bardas y trasmitir mensajes escritos, sino entablar diálogo con los habitantes de la ya entonces atiborrada urbe.

Las discrepancias entre unos grupos y otros (Felipe Ehrenberg no me dejará mentir) propiciaron la gradual desaparición de estas mociones de experimentación colectiva. Debo decir que a los habitantes de la urbe (excepto a quienes nos interesamos en estos quehaceres grupales) no les prestaron demasiada atención. Puede ser que los grafiteros actuales hayan logrado en mayor medida tal propósito.

Adherido al establo de la galería Pecanins, la pintura de Ricardo fue muy celebrada sobre todo en la década de los 70. Por medio de ritmos poéticamente medidos, practicaba una caligrafía que asimilaba signos, más que palabras, en sus composiciones abstractas. Esta modalidad de incorporar no propiamente caracteres, sino simulacros de caracteres a su pintura, tuvo sus inicios hacia 1974 y le produjo un reconocimiento del que gozó por varios años. No le interesaba el reconocimiento, sino su propia congruencia, y terminó por abandonarla.

Harto de la ciudad, después de sus trabajos con el grupo SUMMA, Ricardo decidió trasladarse al campo y empezó otra etapa de su producción encaminada a representar los ciclos de la tierra.

“Ahora vivo en el campo, al que llegué por nostalgia (...) En el campo fui descubriendo cosas que ya poseía intelectualmente: espacio, luz, color. Por otro lado descubrí el maíz, me interesé mucho en su ciclo y participé en sus fiestas”, manifestó Ricardo Rocha al crítico de arte –de ascendencia portuguesa– Antonio Rodríguez en 1988. Estas palabras quedaron recogidas en un libro titulado Doce expresiones plásticas de hoy, que Bancreser publicó en 1988.

Escribimos en el mismo volumen, además de Antonio Rodríguez, Jorge Alberto Manrique y yo. Los antologados fueron Alfredo Castañeda, Arnaldo Coen, Felipe Ehrenberg, Ismael Guardado, Ángela Gurría, Raúl Herrera, Myra Landau, Joy Laville, Luis López Loza, Rodolfo Nieto, Emilio Ortiz (ambos habían fallecido cuando el libro apareció) y Ricardo Rocha. Éste, junto con Landau, se suma a la lista de quienes ya  se pasaron a retirar definitivamente.

Ricardo pudo haberse asimilado a la generación de Ruptura, como sucedió con Arnaldo Coen y en cierta medida también con Raúl Herrera. Tan es así que participó en dos de las versiones del Salón Independiente, en la primera que tuvo lugar en 1968 y en la de 1970. Recibió información y solidaridad de parte de  sus colegas “rupturistas”, pero no participó en las discusiones y reuniones que llevaban a cabo, sino que se sumó a la generación sucesiva, que es la que queda representada en el grupo SUMMA.

Era un maestro comedido en la División de Posgrado de la ENAP (San Carlos) y sus alumnos lo seguían con fruición.

En 1987 tuvo una muestra individual en el Museo de Arte Moderno y fue allí donde pudo advertirse su cambio de tónica. De ella recuerdo los cuadros ventana. Eran ventanas objetivadas que en vez de vidrios ostentaban paisajes, un poco en tónica magritteana. Tras los paisajes que pintaba en Jocotitlán, advertía  desde su propia ventana los maizales azotados por el viento.

En 1989 el Instituto Mexiquense de Cultura le publicó un catálogo con el título Ventana al campo. Para entonces había realizado incluso murales, además de seguir practicando diariamente la pintura de caballete y el dibujo. Raquel Tibol escribió entonces que poco a poco los renglones y las líneas de la escritura habían ido formando sombreros, cuerpos y árboles. Años atrás Salvador Elizondo, quien siempre hizo gala de un magnífico ojo en cuestiones de pintura, ya que él mismo fue pintor, prologó su muestra individual en el Museo Carrillo Gil,  interpretándola como una travesía de la escritura a bordo de una nave al garete.

Desde hace tiempo sabíamos poco de Ricardo Rocha, su gusto por el aislamiento y la soledad se acentuaron.

La mañana del pasado día 24, Blanca Garduño, quien actualmente guarda nexos como promotora cultural y curadora en Colima, me notificó su muerte, seguía pintando, me dijo, unos maravillosos cuadros pequeños, casi en tamaño miniatura.

 
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