Usted está aquí: lunes 28 de enero de 2008 Opinión Turbulencias

Gustavo Esteva
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Turbulencias

No sé cómo decir lo que quiero decir. “Están jugando irresponsablemente con fuego frente a la pradera seca”, dicen por ahí. O también: “La caldera está a punto de estallar y le siguen metiendo presión”. Ésa es la sensación a mi alrededor, lo que se huele en el aire.

¿Crisis política? No sé. El uso arbitrario de ciertos términos les ha quitado valor y sentido. Por su fuerza simbólica e importancia real, maíz y petróleo son material flamable, pero otros asuntos aparecen como posibles detonadores. La tierra zapatista, desde luego. Pero también Oaxaca.

¿Oaxaca? ¿No había salido ya de los medios, tras las apabullantes “victorias” electorales de Ulises Ruiz? Se ha restablecido ya su “normalidad”. Un botón de muestra la ilustra. El 22 de enero el presidente municipal de La Trinidad Zaachila, recién rescatado de una turba priísta que lo había secuestrado y pretendía lincharlo, declaró lo siguiente: “No sé qué espera el gobierno del estado para actuar. Tal vez espera que haya violencia, sangre y muertos… No voy a ceder a las presiones de los que buscan la ingobernabilidad, el retroceso y la anarquía”.

¿Ingobernabilidad? El término se usa a cada paso y parece tener apropiado sustento jurídico, académico y popular. En 2006 apareció reiteradamente en pancartas, manifiestos y discursos. Pero es un término equívoco para aludir a la situación actual.

Una erupción volcánica, un terremoto o un ciclón son ingobernables. Ciertos niños o adolescentes se ponen ingobernables cuando se niegan a seguir las normas o instrucciones que se les dan. Un grupo o una sociedad serán ingobernables cuando ya no se les pueda gobernar, cuando desafíen las normas de gobierno y los poderes constituidos no puedan hacerlas valer.

Si de eso se trata, no ha habido ingobernabilidad en Oaxaca. Los oaxaqueños eran y son enteramente gobernables. La mayoría lo son tanto que lo hacen por sí mismos en muchos municipios. No fueron ellos, sino el gobernador y sus cómplices en los tres poderes constituidos quienes desafiaron las normas de gobierno y las violaron impune y sistemáticamente. Lo siguen haciendo. Pero eso no es ingobernabilidad.

Disponemos de otro término de sólido cuño para describir lo que ocurre: gobernanza, el arte de gobernar. De eso se carece por completo en Oaxaca. El movimiento surgió ante esa brutal carencia, cuando llegó a extremos insoportables la gestión de un gobernador corrupto, ilegítimo y autoritario. Los oaxaqueños no se han mostrado ingobernables. Hasta ahora. Pero se les lleva poco a poco, por acción y omisión, a una situación que será verdaderamente ingobernable, un sociomoto de consecuencias imprevisibles.

Algo semejante, bajo formas y circunstancias muy distintas, podría estar ocurriendo en buena parte del país. Lo ilustra bien la reacción por el fin de las protecciones establecidas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que el próximo jueves adquirirá forma espectacular.

Harían mal los campesinos en reducir sus reclamos a la revisión del capítulo agropecuario del TLCAN, algo que evidentemente puede y debe hacerse. El problema no está en el tratado, sino en la política adoptada por todos los gobiernos desde hace más de un cuarto de siglo. Eso es lo que el campo ya no aguanta más. Es un asunto de gobernanza… que puede convertirse en ingobernabilidad.

Desde el golpe de Estado incruento de Miguel de la Madrid se inició una política ciega e irresponsable de hostigamiento a los campesinos. Tras desmantelar todo el aparato estatal construido en medio siglo para apoyarlos, que a pesar de sus ineficiencias y corruptelas los respaldaba, se utilizaron todos los instrumentos del régimen autoritario, incluyendo la reforma del artículo 27 constitucional, para deshacerse de los campesinos. “Mi obligación como secretario de Agricultura”, decía en 1991 Carlos Hank, “es sacar del campo a 10 millones de campesinos.” “¿Qué hará con ellos?”, le preguntó un periodista. “Ésa no es mi área de trabajo”, respondió cínicamente Hank. En 2000 el infausto señor Usubiaga elevó la meta a 20 millones. Y en eso están. Convirtieron el país en el mayor productor de emigrantes del mundo. En vez de acciones efectivas ante el cierre progresivo de esa compleja válvula de escape, el cual se combinará con el fin de la protección en su impacto sobre los campesinos, se usa una propaganda ridícula para esconder la realidad.

Existe un grave problema de gobernanza. Quienes se encuentran a cargo de las instituciones de gobierno se muestran incompetentes en el arte de gobernar. Lo ignoran o lo desprecian. Ignoran también que al recurrir en estas circunstancias a la fuerza policiaca o militar, por debilidad política, agravarán las crisis actuales, en vez de resolverlas. Y así podrán llegar a crear auténticos problemas de ingobernabilidad.

 
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