Usted está aquí: miércoles 23 de enero de 2008 Política El Papa negro de la esperanza

Bernardo Barranco V.

El Papa negro de la esperanza

Desde el pasado sábado 19 de enero, la Compañía de Jesús tiene un nuevo superior general. Se trata de Adolfo Nicolás, de 71 años. El jesuita de origen español, que ha pasado casi toda su vida en Asia, ahora está a la cabeza de la congregación religiosa más importante de la Iglesia católica, no sólo por sus más de 19 mil sacerdotes, sino porque los jesuitas se han caracterizado a lo largo de su historia, que data de 1540, por ser una orden de avanzada en sus opciones y de alto nivel intelectual.

Desde la contrarreforma del siglo XVI hasta el catolicismo social del siglo XIX, la compañía ha jugado un papel de vanguardia y sus iniciativas han abarcado diferentes frentes como el educativo, el social, el intelectual, el científico, el teológico y, por supuesto, el político. En más de una ocasión los jesuitas han estado en el ojo de huracanes y tempestades, gozan también de leyendas negras; sin embargo, su espiritualidad ignaciana, contemplativos en la acción, ha marcado a generaciones de laicos prácticamente en todo el mundo

Adolfo Nicolás sustituye a Peter-Hans Kolvenbach, el holandés que estuvo al frente de los jesuitas durante los últimos 24 años y quien se atrevió a solicitar al Vaticano y a su orden la renuncia, aduciendo su avanzada edad –cumple 80 años en 2008– mientras Benedicto XVI, atención, cumplirá 81.

Nicolás recibió la orden en Tokio, Japón, en 1967 y pasó la mayor parte de su carrera en Asia, siendo ascendido en 2005 a superior de los provinciales de Asia Oriental y Oceanía, cargo con base en Manila, Filipinas. Previamente se desempeñó en varios puestos en la congregación y fue profesor de teología en la Universidad de Sophia, en Tokio. El cargo de prepósito o padre general ha sido acogido como una noticia esperanzadora; siendo un sacerdote culto y dialogante, es una persona muy sensible a la injusticia y a la pobreza.

A la sorpresiva opción por Nicolás pocos le daban crédito, y representa una apertura de la Compañía a las opciones más pastorales y misioneras que han venido resquebrajándose en la Iglesia católica en general. “No te olvides de los pobres”, dijo un jesuita compañero al nuevo general al felicitarlo por su nombramiento después de ser elegido. Lo contó él mismo en su primera homilía como superior de la Compañía, en la misa celebrada en la iglesia del Gesú: “Uno de vosotros me ha dicho en un susurro: ‘¡No te olvides de los pobres!’ Quizá éste es el saludo más importante, como cuando Pablo se dirige a las Iglesias más ricas pidiendo para los pobres de Jerusalén. No te olvides de los pobres: Éstas son nuestras ‘naciones’. Éstas son las naciones para las que la salvación es todavía un sueño, un deseo. Quizá está ya entre ellas, pero no la perciben”.

Ésta es una característica que le acerca a las opciones asumidas por el mítico padre Arrupe, que tanta molestia causó al Vaticano, en especial al papa Juan Pablo II.

En esta trigésimo quinta congregación general, los delegados jesuitas han estado trabajando temas como la participación de los laicos, la intervención de la orden en la promoción de la justicia, el diálogo con las grandes religiones y las nuevas formas de evangelización. De tal suerte que la elección del Papa negro es una señal de autonomía y de sana distancia frente a las directrices esbozadas por Roma.

El mismo papa Ratzinger, en una carta enviada a Kolvenbach, el 18 de enero de 2008, señala los aspectos críticos que tiene frente a los jesuitas. Expresándose de manera directa, le pide primero “la adhesión total a la doctrina católica, en particular sobre puntos neurálgicos hoy fuertemente atacados por la cultura secular, como, por ejemplo, la relación entre Cristo y las religiones, algunos aspectos de la teología de la liberación y varios puntos de la moral sexual, sobre todo en lo que se refiere a la indisolubilidad del matrimonio y a la pastoral de las personas homosexuales”.

Igualmente Franc Rodé, prefecto de la sagrada congregación para los institutos de vida consagrada, formuló en la misa inaugural del 7 de enero que veía con inquietud el alejamiento de la compañía de la jerarquía y le recordaba que la espiritualidad ignaciana era de absoluta subordinación al Papa, y advirtió a los teólogos jesuitas que “deben vigilar sobre la doctrina de vuestras revistas, de las publicaciones, lo hagan a la luz y según las reglas para sentir cum Ecclesia con amor y respeto”. La alusión era clara a las condenas que el Vaticano ha evidenciado contra los jesuitas Jon Sobrino, Roger Haight, Jacques Dupuis, Anthony De Mello.

La experiencia medular de Adolfo Nicolás proviene de Asia, donde los jesuitas son punta de lanza en la formación de elites universitarias e intelectuales, puente de comunicación con Occidente. La presencia de los jesuitas en India, Corea del Sur, Singapur, Filipinas y China es significativa; ahí el cristianismo guarda una imagen positiva, principalmente entre las clases medias, que lo asocian con la modernidad y la prosperidad occidental. Sin embargo, el papel de los jesuitas va mucho más allá, situándose en el plano misionero ante los sectores desprotegidos y en diálogo con las grandes religiones y tradiciones espirituales de un continente que ha crecido en importancia bajo la era global.

El nuevo conductor de los jesuitas expresó en su primera homilía que en el mundo globalizado aumenta el número de pobres, excluidos y manipulados “porque en la sociedad actual sólo tienen cabida los grandes, no los pequeños. Por ello, todas las naciones humanamente lejanas tienen necesidad del profeta, del mensaje de Dios”. Por eso, ahora me uno al coro: “ni papa rosso, ni papa bianco, sólo… Papa negro”.

 
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