Usted está aquí: miércoles 23 de enero de 2008 Política Vejez: otra vez

Arnoldo Kraus

Vejez: otra vez

En un magnífico ensayo, Ovidio en el iPod (Letras Libres, enero 2008), José Emilio Pacheco escribe: “La paradoja final de la poesía, que acaso explique su aislamiento, es ser mala conductora de la dicha y el placer, y en cambio receptáculo privilegiado de la negatividad del mundo. Sus topoi, o lugares comunes o temas privilegiados, son los mismos siempre en todas las lenguas, en todas las épocas, en todas las culturas: el dolor, la muerte, el paso del tiempo, lo efímero de nuestra experiencia de la vida”.

La medicina no es, por supuesto, poesía, aunque, como se ha dicho en más de una ocasión, con frecuencia el lenguaje de los enfermos conlleva ideas poéticas y oraciones que son o semejan poesía. Las razones por las cuales los pacientes se recargan en el lenguaje para exponer lo que esconde la piel son similares a los topoi de Pacheco. “El dolor, la muerte, el paso del tiempo y lo efímero de nuestra experiencia de la vida”, así como el sufrimiento, son temas recurrentes que se repiten y se repetirán por siempre como retrato del ser que mira diferente porque la patología lo ha convertido no en otra persona, pero sí en un ser distinto donde la vida conlleva otras miradas.

Poco importa si los primeros ejercicios médicos consistían en colocar la oreja en el pecho del enfermo para auscultar sus males, o si en el futuro será por medio de la clonación terapéutica o de robots, como se prevengan y se traten algunas enfermedades. Los temas privilegiados en medicina y en poesía serán siempre similares, los poetas continuarán utilizando las letras para exorcizar su dolor y algunos enfermos se recargarán en el lenguaje para darle sentido a su momento de vida.

La vejez –“el paso del tiempo, lo efímero de nuestra experiencia de la vida”– conlleva en la voz de los pacientes una serie de reflexiones que permiten mirar adentro, en ocasiones, incluso más profundo que algunos estudios de laboratorio. En ocasiones la muerte del viejo querido sirve para culpar a los médicos o a los hijos: “La muerte de tu papá se aceleró –recién le habían encontrado un tumor maligno– porque tanto el médico como tú decidieron decirle el diagnóstico. Seguro hubiese vivido más tiempo de no haber sabido la verdad”.

A veces nos recuerda la torpeza y la falta de sensibilidad de algunos galenos: “La semana pasada –cuenta una mujer de 83 años– le pregunté a mi doctor cuánto tiempo más tendría que seguir utilizando el oxígeno. Envuelto en una sonrisa un tanto idiota respondió: ‘Toda la vida’”.

Con frecuencia nos hace saber que la tristeza siempre está presente. Después de interrogar a un enfermo de 70 años, quien pocos meses atrás había perdido a su hija mayor a consecuencia de cáncer de ovario, me comentó que la hija más joven tenía tres meses de embarazo. “Sabe, doctor, la semana pasada le hicieron un ultrasonido a mi hija. Para mi sorpresa el bebé es idéntico al primogénito de la que falleció.”

Otras veces los enfermos atribuyen sus enfermedades y sus cuadros depresivos a factores externos: “Toda mi vida he tenido fibromialgia y depresiones. Seguramente mis males se deben a las transfusiones que me pusieron cuando era joven”.

En ocasiones los pacientes descubren la falta de tacto de la medicina contemporánea. Con ironía contagiosa, un paciente de 87 años, después de leer el resultado de una prueba de laboratorio, me dijo: “¿Qué crees, Arnoldo? Yo ya no existo. En las gráficas del laboratorio están las variables normales del antígeno prostático para los hombres de 40 a 45 años, de 46 a 50, de 51 a 55 y así hasta 76 a 80”.

Algunos pacientes nos recuerdan que su fragilidad es independiente de su voluntad y del deseo de sus familiares, amigos y médicos. Hace poco tiempo, una enferma de 55 años, quien padecía anorexia nerviosa desde los 20 años, tras enterarse que tenía un tumor maligno comentó: “Yo nunca le supe a esto de la vida, así que mejor terminemos pronto”.

El lenguaje de los enfermos viejos no es poesía. Es, simplemente, otra lectura de la vida donde el dolor se combina con la agudeza y con la crudeza que suele dejar el paso del tiempo. Al igual que José Emilio Pacheco, estoy convencido de que los doctores de las próximas décadas, si es que no son suplidos por la ciencia de la robótica, seguirán escuchando las mismas anécdotas que han tapizado las paredes de los consultorios desde que el primer paciente se sentó frente al primer doctor para contarle con sus palabras los significados de su enfermedad.

 
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