Usted está aquí: lunes 21 de enero de 2008 Cultura “El espacio de trabajo influye en la obra y en la visión del mundo”

El artista en su estudio

Luz, altura y tamaño de las puertas marcan límites, señala Daniel Lezama

“El espacio de trabajo influye en la obra y en la visión del mundo”

Un edificio del siglo XIX, antigua granja de cerdos, da cobijo a la obra del pintor

Su trabajo más reciente, un mural de seis metros, que incluirá a la Coatlicue

Ericka Montaño Garfias

Ampliar la imagen Yo soy poco maleable, buscaría no adaptarme a un espacio sino encontrar un espacio que se adapte a mis necesidades, dice Daniel Lezama Yo soy poco maleable, buscaría no adaptarme a un espacio sino encontrar un espacio que se adapte a mis necesidades, dice Daniel Lezama Foto: Ericka Montaño

El estudio de Daniel Lezama se encuentra en pleno Centro Histórico, en la calle de Luis Moya, en un edificio construido en el siglo XIX con techos a cuatro metros de altura, grandes ventanas, y ruido, mucho ruido, el del tráfico cotidiano de esa zona de la ciudad.

A todo se acostumbra uno, sobre todo cuando tienes un espacio privilegiado, dice el pintor en entrevista con La Jornada. “No me importa que no esté en un lugar tranquilo, a veces el ruido es muy pesado, pero ya me acostumbré”.

Daniel Lezama convirtió este espacio –ubicado en el primer piso de un edificio que comenzó siendo granja de cerdos– en su estudio, desde 1999, ahí pinta, pero también se da tiempo para leer el periódico, descansar del trayecto de la colonia Del Valle a las calles del centro, algunas veces almuerza ahí, hace bocetos, dibuja o realiza pequeñas muestras de las obras que saldrán del país a alguna exposición y que no será posible ver aquí.

“Este es un espacio lleno de historia, sorprendente. No es un lugar contemporáneo sino más bien arcaico. El techo de 4.5 metros de altura da una sensación de aire y curiosamente yo ya no lo siento tan grande. Es extraño pensar que un ser humano puede, en teoría, ocupar un espacio de dos metros de altura, pero la sensación de asfixia es terrible, mientras que estar en un lugar como éste parece lo más normal del mundo”.

Y narra la historia del inmueble: “la calle de Luis Moya se llamaba Ancha, precisamente porque es muy amplia de banqueta a banqueta, era una de las entradas al centro y zona de granjas en el siglo XIX. En este predio había una granja de cerdos, después se construyó el primero y segundo pisos y la parte frontal, y luego la convirtieron en departamentos de lujo. En la planta baja los muros son muy anchos. En los años 30 se construyó la parte de atrás, y durante la segunda Guerra Mundial, pues se aplicó la renta congelada.

“Ahí se acabó todo, se convirtió en una vecindad tremenda, creo que había más de 50 contratos de renta, entonces vivían como 300 personas.

“El hijo de la dueña, que es el propietario actual, tenía como cinco o seis edificios, y se hizo abogado inmobiliario para salvar sus propiedades. Tardó 20 años en sacar a toda la gente de este edificio, terminó de sacarlos en los años 80, en el último piso quedó un señor, que era pianista, el que se amparó. Cuando conocí el edificio estaba casi vacío, excepto por ese señor, un velador y los locales comerciales de abajo.”

Antes de llegar a Luis Moya, Daniel Lezama tuvo su estudio en Mesones, arriba de la cantina La Mascota, de características similares al actual y que tuvo mientras estudiaba en la Academia de San Carlos. Debido a que sus compañeros ya no quisieron seguir rentando ese espacio, tuvo que buscar un nuevo lugar y recordó el viejo edificio en el que su papá, también pintor, trabajó entre 1982 y 1987. Así que se acercó al dueño, “me dijo: ‘por supuesto te lo ofrezco, adelante, así sirve que le echas un ojo al edificio, porque está muy abandonado’”.

Pese al abandono que se ve en todo el inmueble, tiene algo vital para Lezama: la luz. “Yo trabajo sólo con luz de día, no con lámparas ni nada de eso; además aquí no podría hacerlo, porque el sistema eléctrico es muy precario. No puedo meter algo súper profesional de más de mil vatios o algo así”.

Por eso la luz también influye en su horario de trabajo: de las 10 de la mañana a las cinco de la tarde, en invierno, o de 7 a 20 horas, en verano. Son dos los cuartos que usa para pintar, pero también hay una habitación llena de bastidores, otra donde además de bastidores hay basura y otra más atrás, pero esas no sirven para pintar porque no tienen suficiente luz.

Sin embargo, aquí no trabaja todas sus obras, ya que en la colonia Condesa está con un grupo de artistas y ahí hacen retrato en vivo. En Luis Moya crea el resto de su producción, en diferentes formatos. Justo ahora prepara un mural de seis metros, dividido en dos paneles, que será exhibido en una muestra individual en el Museo de la Ciudad en abril próximo. Esta pieza tiene como tema “una visión alegórica de México, y estará regida por la figura de la Coatlicue, pero una Coatlicue muy sui géneris, no precisamente la del mito, y un poco la visión de las relaciones familiares y míticas entre los personajes”.

Esta será su primera pieza en este tamaño y tiene su razón: “el espacio del museo es muy generoso, el muro del corredor mide 14 metros, uno de seis se va a ver pequeño. Por otra parte, no trabajo formatos grandes, porque a pesar de la altura del techo, las puertas son bajas, unos 2.40 metros, y ese es mi límite de tamaño. De hecho el mural es en dos partes para que pueda salir del estudio” y sea expuesto con otras 40 piezas, la mayoría de ellas obra ya conocida.

Por ello, se puede decir que el estudio influye en la obra, en formatos, en luz, en la iluminación. “Influye un poco en la visión del mundo y también en mi visión de artista. Elegí tener el estudio aquí, podría haber buscado un espacio más contemporáneo. Hay estudios maravillosos, como el de Alberto Castro Leñero en Tlalpan, pero yo no me hallaría; no me imagino trabajando ahí lo que yo hago. Cada quien trabaja su estilo y sus propuestas en un espacio que se acerca a éstas”.

Así, está seguro de que si no tuviera este espacio en el centro buscaría uno adecuado a su obra. “Yo soy poco maleable, buscaría no adaptarme a un espacio sino encontrar un espacio que se adapte a mis necesidades, para mí, este lugar es perfecto, si no fuera por el ruido que de repente sí es crítico, sería perfecto”.

 
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