Usted está aquí: domingo 20 de enero de 2008 Espectáculos Réquiem/ El orfanato

Carlos Bonfil
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Réquiem/ El orfanato

Ampliar la imagen Fotograma de El orfanato, primer largometraje del cineasta español Juan Antonio Bayona Fotograma de El orfanato, primer largometraje del cineasta español Juan Antonio Bayona

Con trama similar a la de El exorcismo de Emily Rose, y muy lejos de la atmósfera perturbadora que creó El exorcista (1973), de William Friedkin, el más reciente largometraje del alemán Hans-Christian Schmid, Réquiem, retoma la historia real de la joven de 23 años, Anneliese Michel, quien falleció luego de varias sesiones de exorcismo, para presentar el caso clínico de Michaela (Sandra Hüller, excelente), joven educada férreamente en la tradición y el prejuicio católicos, quien confunde sus ataques de epilepsia, presentes desde su infancia, pero cada vez más agudos e insistentes, con un prolongado intento de posesión del Maligno.

La joven se enamora, tiene éxito en su carrera de pedagoga, un padre amoroso y un novio comprensivo que la inicia en la sexualidad sin mayores sobresaltos. Pese a ello, la presencia e influencia de la madre –una mujer fanática y autoritaria– termina sumiendo a Michaela en una confusión enorme, y le hace creer que ella es la encarnación de una santa que tuvo que padecer infinitos tormentos antes de ganar el cielo, y que las crisis médicas que la trastornan no son otra cosa que pruebas muy duras para purificar su alma.

El planteamiento es interesante, aunque la exposición demasiado larga. Sólo al cabo de una hora el espectador puede penetrar verdaderamente en el conflicto que atormenta a la joven, que no es otro que la fina división entre realidad y delirio alucinatorio.

Antes, los personajes secundarios aparecen desdibujados (padres, amiga íntima, novio) y la propia comprensión de la joven de su fe religiosa demasiado endeble. Resulta difícil imaginar una Michaela tan brillante en los estudios, tan perspicaz en su relación amorosa, comportándose como una niña de siete años frente a la tradición impuesta. Aun cuando esto se explicara por una inmadurez emotiva atribuible a su enfermedad crónica y a su grado de vulnerabilidad social, la cinta no consigue crear un ambiente convincente de misterio, mucho menos de horror, suponiendo que el director hubiera deseado abordar mínimamente este género. Queda la actuación estupenda de Sandra Hüller, muy por encima de las vacilaciones y deficiencias de la trama.

Un caso muy distinto es el de la cinta española El orfanato, primer largometraje de Juan Antonio Bayona. En este caso, otra actriz de primer nivel, Belén Rueda, interpreta el papel de Laura, una mujer que en su afán altruista por ayudar a niños discapacitados regresa a la mansión en la que 30 años atrás transcurrió su infancia de huérfana, para vivir una pesadilla al lado de su esposo y su hijo adoptado de siete años, Simón, quien vive alucinaciones, tiene amigos invisibles y es, además, portador del virus de inmunodeficiencia humana.

Esos amigos de Simón no son otros que los antiguos compañeros de colegio de Laura, fallecidos en circunstancias misteriosas, discapacitados y probablemente víctimas de maltrato.

El niño, conciente de que vive con una enfermedad que amenaza su vida, se identifica con Peter Pan y con el ideal de una infancia prolongada, y lentamente se abandona a un mundo de fantasía alejado de la rutina diaria de supervivencia terapéutica. Cuando el niño desaparece –¿rapto, suicidio, accidente?–, Laura decide buscarlo por todas partes, poniendo en riesgo su propio equilibrio sicológico.

En su primer trabajo, el director español ha logrado crear desde el principio una convincente atmósfera de suspenso, algo cercano a lo que su compatriota Alejandro Amenábar consiguió con Los otros, cinta estelarizada por Nicole Kidman.

El trabajo de fotografía de Óscar Faura es estupendo y, exceptuando un intermedio demasiado truculento –la intervención de una médium (Geraldine Chaplin), que sin resolver el misterio agobia la trama con un diálogo incoherente y pesado–, el resto fluye con un ritmo notable.

La cinta no depende para su eficacia ni del gore, a la moda, ni de efectos especiales al por mayor, como tampoco de esa pátina de ensueño fantástico –variante del realismo mágico– que tanto seduce a Hollywood. Es, simplemente, un estupendo acercamiento a la soledad de un niño amenazado por el sida que encuentra refugio en fantasmas mucho más benignos y en la inesperada solidaridad de su madre adoptiva.

 
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