Usted está aquí: jueves 17 de enero de 2008 Opinión El Correo Ilustrado

El Correo Ilustrado

Sugiere que el gobierno pondere bien la cultura

A La Jornada, un enfático agradecimiento por haber publicado la ponderada reflexión del cónsul general de México en Río de Janeiro, don Andrés Ordóñez. Le recomienda a la ciudadanía colaborar para convertir la cultura mexicana y sus derivados, las artes y las industrias culturales, en “asunto de Estado” y darle prioridad en la agenda de nuestras relaciones internacionales.

Cuando aquellos otros ciudadanos, los encargados del destino de México, viajaron para estudiar en Estados Unidos, hacer su maestria o doctorado en Inglaterra o Alemania o en España, cuando visitaron Japón o Canadá o Italia, ¿cómo es que no se percataron del lugar que le dan esos países a sus culturas y a los motivos –y la forma– en que la promueven en el extranjero? ¿Cómo explican haber optado por visitar o estudiar fuera de México, si no fuera porque las instituciones académicas y culturales de esos países pregonan su existencia en el extranjero con enorme eficacia?

Pero si por su comportamiento confiesan ignorar el valor de nuestra música, nuestro cine, nuestras artesanías, nuestra literatura... vaya, si ignoran nuestra historia pasada y presente, no entiendo por qué tampoco los convencen las cifras económicas.

Ordóñez proporciona datos: el aporte de la cultura equivale al 6.7% en nuestro PIB. En 2007 la cultura nos redituó $642 mil 557 millones, “con la derrama de empleos y consumo que eso significa”. Hace siete años, 13.36% de nuestro comercio exterior se debe a la cultura, 22 mil 205 millones de pesos. Estas cifras... ¿no son contundentes?

¿Por qué será que secretarios y subsecretarios, titulares en turno de nuestras instituciones, no pueden entender que el desarrollo del país depende de su lozanía cultural y que proteger nuestra cultura y apoyar de manera activa y racional el desarrollo de nuestras industrias culturales, dentro y fuera del país, es altamente redituable?

Me pregunto: ¿habrá en la Secretaría de Relaciones Exteriores alguien que lea La Jornada? ¿Habra en la Presidencia quien lo haga? Tal vez sería mejor preguntar: ¿acaso habrá alguien en las más altas esferas del gobierno actual –incluido el Congreso– quien siquiera se interese en el tema?

¿Hola? ¿Hay alguien allí? ¿Hola? ¿Hola?

Desde São Paulo, un muy cordial saludo

Felipe Ehrenberg, neólogo


En México somos fiesteros, no deportistas, dice

Once años de carrera como atleta necesitó Ana Gabriela Guevara para “descubrir” que en México no ha habido, no hay y, posiblemente, no habrá en decenios ni estructura ni vocación deportivas. En consecuencia, tampoco atletas triunfadores.

Duele decirlo y más aceptarlo, pero si nuestro país tuviera sistema, estructura y vocación para el deporte, con más de cien millones de habitantes, tendría que ganar en cada olimpiada, en promedio, la tercera parte de las medallas que ganan Estados Unidos (con 300 millones de habitantes) y diez veces más de las que obtiene Cuba (con 11 millones), por citar sólo a dos vecinos.

Los mexicanos somos fiesteros, no deportistas competitivos. Hemos sido el único país del llamado tercer mundo que fue sede de una olimpiada, espléndidamente organizada, pero en la que los atletas anfitriones obtuvieron el menor número de preseas de la historia. Sólo nueve: tres de oro, tres de plata y tres de bronce.

Hemos organizado con bastante éxito dos campeonatos mundiales de futbol, en ninguno de los cuales nuestra selección nacional pasó del sexto lugar, cuando en la mayoría de ellos el equipo anfitrión termina como campeón o subcampeón.

Hemos tenido bastantes campeones mundiales del Consejo Mundial de Boxeo (profesional), cuyo presidente, desde hace muchos años, sigue siendo el empresario mexicano José Sulaimán…

Los pocos clavadistas, marchistas, maratonistas, boxeadores, taekwandoistas y tenistas aficionados que han ganado medallas olímpicas se han debido, casi exclusivamente, a que han sido “garbanzos de a libra”. O a que, como en la época del general Humberto Mariles, la equitación tenía estructura, recursos y orden, pues dependía del Ejército Mexicano.

¿Entenderán las familias y las autoridades mexicanas que la formación de un atleta competitivo de clase mundial comienza desde la escuela primaria, sacrificando otras actividades y con disciplina férrea durante muchos años? ¿Lo entenderá Ana Gabriela Guevara?

Leonardo Ffrench Iduarte, Cuernavaca, Morelos

 
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