15 de enero de 2008     Número 4

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


ARGENTINA
¿Hacia una agricultura sin agricultores?

Armando Bartra

Soya: desierto verde

“Máximo rendimiento a corto plazo”

La economía argentina vive un impetuoso proceso de agriculturización encabezado por la soya y favorecido por el gobierno pues, vía impuestos a las exportaciones, sostiene el pago de la deuda externa y el superávit fiscal.

En consecuencia, durante los pasados 15 años desaparecieron unas 100 mil unidades agrícolas familiares y hoy casi 95 por ciento de la población vive en ciudades. Porque en éste, como en otros países del cono sur, se expanden vertiginosos monocultivos globalizados, una “agricultura extractiva” que desplaza a la ganadería, concentra la tierra, arrasa bosques, acaba con la producción familiar y despuebla los campos.

La soya comienza a emplearse en la producción de biodiesel, pero su principal uso es ganadero, siendo China y la Unión Europea los mayores compradores, dado un espectacular incremento en el consumo de cárnicos, por el cual en Europa hay que cebar a mil millones de animales de granja para alimentar a sólo 380 millones de habitantes

El agronegocio soyero se extiende rápidamente en Argentina desde los años 80 del pasado siglo, cancelando la rotación ganadería-agricultura; se acelera en la década de los 90 con la variedad transgénica RR, de Monsanto, resistente al herbicida Roundup de la misma corporación, paquete tecnológico que mediante labranza cero, mecanización total e incremento exponencial de pesticidas permite cultivar suelos antes considerados no aptos para la agricultura; y se dispara en los años recientes por la apreciación de la leguminosa en más de 40 por ciento y la dramática devaluación del peso argentino en 2001.

Así, en el ciclo 2006-07 la mancha soyera creció cerca de 500 mil hectáreas, y se produjeron casi 50 millones de toneladas sobre 16 millones de hectáreas, el 50 por ciento de la superficie agrícola del país.

La integración vertical del sistema soya es férrea: en la cúspide están trasnacionales graneleras como Cargill y Bunge, que se asocian con empresarios argentinos, quienes a su vez rentan decenas de miles de hectáreas a grandes y medianos agricultores o se apropian a la mala de los terrenos de campesinos posesionarios pero indocumentados. El saldo: 80 por ciento de las tierras de cultivo bajo arriendo, y una brutal concentración de tierra y producción, correlato de la dramática disminución del total de explotaciones agropecuarias ocasionada por la reducción del número de las pequeñas y medianas, y el incremento absoluto de las mayores de 10 mil hectáreas.

El modelo extractivo con que se produce la soya destruye bosques, humedales y estepas (en los pasados cuatro años se han deforestado un millón de hectáreas), acaba con la biodiversidad, altera los ciclos hídricos y contamina con agroquímicos los suelos y aguas. También provoca que surjan plagas resistentes, lo que obliga a usar más pesticidas y eleva los costos. Pero poco importa el deterioro productivo a un agronegocio especulativo y predador, cuya consigna es “máximo rendimiento a corto plazo”.

La soya es una marea verde que empuja a la ganadería bovina empresarial hacia las tierras marginales, de las que a su vez son expulsados los rebaños de cabras de los campesinos arrinconados en eriales inhóspitos, donde la vida languidece y “el ganado de los pobres” muere de sed. Directa o indirectamente la soyización está acabando con los pequeños agricultores argentinos, pero también con la población rural en general, pues un cultivo tecnificado de 10 mil hectáreas de la oleaginosa no emplea más de 20 personas.

Resistencias

El Movimiento Nacional Campesino Indígena

La descampesinización forzada de Argentina encuentra airada oposición. En 1989, en Santiago del Estero, la especulación fundiaria y un intento de apropiación de tierras emprendida por empresarios soyeros y ganaderos, generó una fuerte reacción por parte de posesionarios que desde hace medio siglo ocupaban los obrajes abandonados por una añeja explotación silvícola para leña y durmientes que en la década de los 60 salió de la región después de deforestar 5 millones de hectáreas. Los campesinos tuvieron que hacer frente a las motoconformadoras de los invasores, que unidas con cadenas arrasaban el monte para luego quemarlo y establecer potreros o siembras de soya transgénica, culminando así la labor predadora iniciada años atrás por los obrajes forestales.

Se crea, entonces, el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MoCaSE), que desde hace casi 20 años resiste los reiterados intentos de expropiación. Experiencia que retoman numerosos activistas provenientes del estudiantado y que paulatinamente replican a su modo los pequeños productores de otras provincias, como la Red Puna (Jujuy); el Movimiento Calchaquí-Comunidades Unidas de Molinos (Salta); el Movimiento Campesino de Misiones (MoCaMi) y la Unión de Trabajadores sin Tierra (UST), de Mendoza; La Unión de Jóvenes Campesinos de Cuyo (UJOCC-Cuyo), y el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC), los cuales, con el MoCaSe-Vía Campesina, conforman en 2005 el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNIC), una articulación horizontal de organizaciones de segundo o tercer grado, integrada a su vez a la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y a Vía Campesina.

Y cada organización provincial está formada por grupos regionales o locales. Así, son parte del MCC, la Asociación de Productores del Noroeste de Córdoba (Apenoc), la Organización de Campesinos Unidos del Norte de Córdoba (OCUNC), Unión Campesina del Noreste de Córdoba (UCAN), Unión de Campesinos de Traslasierra (Ucatras) y Organización de Trabajadores Barriales Unidos (Otrabu), que agrupan alrededor de mil familias de 34 comunidades.

En Argentina hay cerca de 250 mil unidades domésticas agropecuarias que, representando a 82 por ciento de la población rural, ocupan apenas 14 por ciento de la tierra cultivable. Se trata de pequeños productores, a veces indígenas, con agricultura de autoconsumo de la que venden excedentes, además de producción extensiva de caprinos y ovinos, aprovechamientos forestales para madera, leña y carbón y actividades artesanales, lo que se complementa con trabajo asalariado estacional.

El activismo del MNIC y otros agrupamientos rurales, como las organizaciones mapuches de Neuquen y Río Negro, se centra en la defensa de la tierra y el agua, de las condiciones económicas de la producción y de servicios básicos como salud y educación. Es un movimiento joven pero vigoroso que, entre otras cosas, ha logrado que el término “campesino” esté dejando de ser sinónimo de torpeza tecnológica y primitivismo social, para ser motivo de orgullo. Lo que no es poca cosa en un país de agroempresarios.

Del chivero al consumidor

La Red de Comercio Justo

Además de la tierra y el agua, los campesinos del noroeste de Córdoba que cuidan chivas tienen que pelear el mercado, pues los cabreros (compradores), los matanceros y los carniceros son los que se quedan con la tajada de león. “Lo poco que se producía –cuenta Ceferino Romero– a la hora de ser comercializarlo se encontraba con muchos intermediarios que se llevaban la mayor ganancia. Y el pequeño productor, que era el que trabajaba, no ganaba nada”.

Por esto los campesinos organizados en Apenoc empezaron atendiendo problemas de la producción con compras conjuntas de alambre, forrajes y medicinas, con las que redujeron a la mitad los precios que se pagaban individualmente por productos de peor calidad. Y también abordaron los asuntos de la comercialización.

Para equilibrar el mercadeo se creó una Red de Comercio Justo animada por campesinos y activistas que trabajan en la capital de la provincia y, mediante recursos públicos del Programa de Cadenas Productivas, se formó un Fondo Rotatorio que permite el pago anticipado de productos para la venta en la ciudad de Córdoba.

Paralelamente se promovió la diversificación, de modo que hoy venden cabrito, miel, mermelada y otros dulces. La Red de Comercio Justo es modesta y no sustituye a las vías convencionales de mercadeo, sin embargo su influencia es grande, pues desde que el campesino sabe que mediante el sistema alternativo él puede recibir más y el consumidor gastar menos, los tradicionales compradores de cabras están teniendo que pagar mejor.

La orilla izquierda

“Es que nos gusta este modo de vivir, sin que nadie te mande”

Hasta hace 30 años los campesinos de Iglesia Vieja, Las Abras y Las Pirguas, asentados en la margen izquierda del río Pichanas, eran privilegiados porque gracias a un canal de tierra podían regar sus parcelas obteniendo buenas cosechas de algodón, garbanzo, maíz, alfalfa, avena, sandía y melón en una zona como la de Serrezuela, en el noroeste seco de Córdoba, donde con las puras lluvias no se puede sembrar.

“Antes había un río y todos regábamos nuestras chacras de ese río –recuerdan los pobladores–. Entonces había abundancia: vendíamos o cambalacheábamos zapayo, poroto, choclo (...) y se vivía bien. Pero cortaron el río con el dique y nos quedamos nosotros sin agua y sin nada. Ahora las chacras se llenan de monte que ni parece que alguna vez fueron cultivadas. Hasta las cabras, y mire que aguantan, se mueren de hambre y de sed.”

En 1978 se termina un dique sobre el río Pichanas y en el margen derecho se construyen canales revestidos para regar unas 6 mil hectáreas. Tierras que no van destinadas a los antiguos pobladores sino a 60 nuevos colonos, con el agravante de que éstos reciben 4 mil litros por segundo mientras que a las 300 familias de la orilla izquierda les tocan sólo 900. Por si fuera poco, los presuntos colonos se ausentan o venden irregularmente de modo que las 60 parcelas quedan en manos de unos 15 propietarios que usufructúan 75 por ciento del agua de riego. “Hay un tal Valentín –dicen los campesinos– que tiene tierras en los dos diques del Departamento de Cruz del Este, y en Pichanas riega más de 3 mil hectáreas.”

“La gente del margen izquierdo quedó con las manos cortadas, porque se llevaron toda el agua para la margen derecha”, lamentan. Y es que al canal de tierra sólo llega el líquido cada tres meses y mucho se pierde porque no está revestido, de modo que los campesinos que a pesar de todo decidieron quedarse tuvieron que cambiar de vida: trabajan a jornal, algunos hacen leña y carbón, otros tienen hornos de tabique y la mayoría atiende rebaños de chivas para vender cabritos y quesillo, pero la poca agua que llega y se embalsa no alcanza para nada y los animales se malpasan y mueren.

Los campesinos reclamaban, pero los responsables provinciales de la administración del agua no les hacían caso: “Nos ignoraban. Y por ahí si nos atendían, quizá tampoco nos escuchaban”, comentan. Hasta que en 2002 los parceleros del margen derecho vaciaron completamente el dique dejando sin una gota de agua a los campesinos. Y la paciencia se acabó. Apoyados por la Apenoc, los de la orilla izquierda se organizaron en una Asamblea del Agua y decidieron hacer un corte de carretera en Paso Viejo y tomar el dique. Y no se movieron hasta que llegó el funcionario de gobierno responsable de la situación.

Gracias a la acción, ahora el agua les llega cada mes de modo que en los últimos años los de la orilla izquierda han hecho siembra. Además, a fines de 2007, lograron que se les entregaran dos parcelas del margen derecho, tierra que han tenido que defender cuerpo a cuerpo, pues golpeadores de los latifundistas quisieron recuperarlas. Y al cosechar, a los de Pichanas se les ilumina la cara. No sólo a Ismael Sánchez y “Pipo” Ramos, hombres mayores que aún se acuerdan de la última gran cosecha de garbanzo hace 30 años, también a los niños y jóvenes que entonces no habían nacido y no sabían lo que es cultivar y cosechar su propia comida.

Los hombres y las mujeres de la orilla izquierda conmueven y son admirables por su indoblegable perseverancia, por su terca decisión de seguir siendo campesinos en tierra de agronegocios. ¿Por qué –les pregunto– aguantaron casi 30 años en este erial y pastoreando cabras que se les morían de sed? La respuesta es desarmante: “Es que nos gusta este modo de vivir, sin nadie que te mande.”

*Los dibujos son de Carlos Julio, cura y monero, cuyo evangelio de las viñetas ilumina cientos de carteles, volantes, trípticos, periódicos y folletos campesinos


“El grito que nos mueve”

“Resistimos contra las grandes empresas que alambran nuestros campos, desalojan las familias, acaparan los bienes naturales y guardan su plata en bancos extranjeros. Las mismas grandes empresas que contaminan ríos, trabajan a cielo abierto llevándose nuestros minerales e intoxican cielos fumigando.”

Movimiento Nacional Campesino Indígena. Vía Campesina


El boom de la soja

“En nuestra región no encontramos ni una planta de soja, pero en el sur, que antes era todo ganado vacuno (...) hoy se ven mares verdes de ese cultivo, y los grandes ganaderos no han querido deshacerse de sus vacas y buscan la parte norte y noroeste de Córdoba para ubicarlas. Entonces dinero y corrupción se sienten con derecho a hacer grandes cerramientos con alambres (...) avanzando así sobre propiedades de campesinos que llevan (...) varias generaciones viviendo en sus campos y de sus campos. Por eso creemos que la mejor forma de protegernos es reuniéndonos con la comunidad. Todas las familias (...) deben juntarse a defender sus derechos sobre esta tierra (...) Pero deben juntarse a discutir también otras problemáticas: el agua, la salud, la educación (...) problemas que afectan a todos y se tienen que solucionar entre todos.”
Ceferino Romero, miembro fundador de la Asociación de Productores del Noroeste de Córdoba (Apenoc), entrevistado por la revista Tartaburé


“La tierra para el que la trabaja.
La tierra para el que la sueña”

“La tierra no es una mercancía. La tierra es todo. La tierra es donde vivimos, donde criamos nuestros animales. Es el carbón, las cabras (...) Pero estamos faltos de agua y faltos de tierra porque estamos alambrados a la vuelta. Si te encierran en una hectárea no criás nada, y te tenés que ir porque te morís de hambre. Hace años éramos bastantes en el campo. Pero hemos perdido mucha gente porque vamos migrando a la desocupación de la ciudad”.

Movimiento Campesino de Córdoba

“Las vaquitas son ajenas. De nosotros son las penas”. Dicho campesino.