Usted está aquí: domingo 13 de enero de 2008 Opinión 2008, el año de China

Eduardo Bermejo Mora*

2008, el año de China

Ampliar la imagen Vista general del interior del Centro Acuático Nacional, construido en Pekín para albergar los Juegos Olímpicos de verano, que mostrarán al mundo la nueva cara de China Vista general del interior del Centro Acuático Nacional, construido en Pekín para albergar los Juegos Olímpicos de verano, que mostrarán al mundo la nueva cara de China Foto: Reuters

A la vuelta de cumplir tres décadas de apertura y crecimiento exponencial, este año China coronará su presentación en sociedad como potencia global con la organización de unos Juegos Olímpicos que en Pekín se viven menos como una fiesta deportiva que como obsesión colectiva y estatal: al mismo tiempo un acto de reivindicación histórica y una cruzada nacionalista y mediática que pretenden legitimar el modelo de desarrollo elegido por sus dirigentes comunistas hace ya tres décadas.

El gran excluido del sistema olímpico durante los años de guerra fría y marginación, no sólo recupera ahora la centralidad y su peso histórico como organizador de una justa olímpica el próximo verano, sino que también aspira a destronar a Estados Unidos en el tablero de las medallas, no obstante que el viento ha soplado en su contra en las últimas competiciones internacionales, donde los deportistas chinos de altísimo rendimiento no terminan de dar el ancho.

El segundo lugar del medallero lo tienen asegurado, pero la dirigencia china ha elevado las expectativas de su coronación olímpica a un extremo tal que los entrenadores, directivos y deportistas sienten una presión pública inquietante. El binomio perturbador desarrollo ejemplar = excelencia deportiva, no era menos perceptible en la ya extinta era soviética que en la China pragmática del capitalismo centralizado en los albores del siglo XXI. Ayer y ahora para los gobernantes comunistas la legitimación del poder, con elevadas dosis de medallas olímpicas y exaltación nacionalista, sigue siendo una adicción.

No invirtió China menos tiempo, recursos y paciencia para obtener su membresía en la Organización Mundial de Comercio (OMC) que lo realizado estos años para ganar el derecho de organizar unos Juegos Olímpicos y reinventar su ciudad capital para acogerlos. Ambos propósitos, ser socio numerario del club internacional del comercio y ser anfitrión del gran acontecimiento deportivo de la era global, representan para China la más sofisticada, costosa y compleja operación de relaciones públicas en el mundo en estos años de apertura.

Mientras tanto Pekín se reconstruye como el modelo ideal de la sociedad urbana del siglo XXI en versión confuciana. Menos unos ciudad viva que una maqueta, menos un espacio humano complejo e inefable que una gran conglomerado de rascacielos y toda clase de bloques de acero y vidrio como fetiches del éxito alcanzado por el modelo de crecimiento a toda costa, cuyo teórico y mentor –Deng Xiaoping– regresó al centro del poder y las decisiones hace justamente tres décadas

A diferencia de lo ocurrido en Atenas 2004, los estadios y sedes olímpicas en Pekín se concluyen puntualmente: con destreza, majestuosidad y perfección técnica. Un verdadero ejército de trabajadores e ingenieros se ha encargado de ello en el último lustro, y en este cometido los chinos no tuvieron reparos en contratar a las más célebres firmas internacionales de arquitectura, diseño e ingeniería con el fin de asegurarse una infraestructura olímpica de primer mundo.

Nada debería estar fuera de su sitio en la antesala de los juegos y sin embargo lo está. Los riesgos y las presiones que sufrirá China en los ocho meses que le separan de su entronación olímpica no son menores. No son de tipo organizativo o de infraestructura, para ellos los chinos se gastan solos. No hay tampoco luces rojas en la arquitectura financiera de los juegos o en la rentabilidad del negocio que representa. Los peligros están en otras partes y representan el reverso de la moneda, el pelo en la sopa en la fiesta preolímpica de Pekín.

Acaso el más notable de estos riesgos es el ambiental. Cuando en agosto pasado comenzó la cuenta regresiva final rumbo a los Juegos Olímpicos de agosto próximo, la ciudad vivió sus peores días de bruma y contaminación al grado que los directivos del Comité Olímpico Internacional amenazaron con suspender diversas justas deportivas que se celebran al aire libre por resultar de alto riesgo.

Los organizadores saben este problema y les quita el sueño. La planta vehicular de la ciudad se ha duplicado en menos de ochos años y los 3 millones y medio de automóviles que circulan por las calles de Pekín son una fábrica ambulante de gases tóxicos. Éste es apenas uno más de los costos de un desarrollo desorbitado y fuera de control: una expansión urbana sin contrapesos ni límites que no previno su eventual colapso. Para contrarrestar el riesgo, las autoridades chinas instrumentarán un radical programa Hoy no Circula en la víspera de los juegos y durante su celebración. Con esta medida la mitad de la planta vehicular dejará de circular diariamente. Es apenas un paliativo al problema y los más escépticos no creen que con esta medida la ciudad asegure días despejados y aire limpio para los pulmones de los competidores olímpicos. No menos inquietantes resultarán las presiones políticas de aquellos grupos, fundamentalmente externos, empeñados en presentar a China como el viejo y renovado villano del siglo XXI. Vienen de todos los colores y, salvo notables excepciones, su radicalismo opositor no admite concesiones ni matices: pura y dura ofensiva antisistémica que se topa con la pared de sus obsesiones y que se desvirtúa así misma en su ceguera propagandística.

Habrá presiones, y fuertes, de grupos taiwaneses pro independentistas; de los sectores más radicales del movimiento de liberación tibetana –de aquellos que incluso se oponen a la ofertas conciliadoras del Dalai Lama–; de las redes internacionales de apoyo al Falungon y su gusto por el gore como género de la denuncia.

Pero también de los movimientos humanitarios y sociales de Occidente: de Reporteros sin Fronteras a Green Peace hay un largo etcétera de organizaciones sociales que una y otra vez le enmiendan la plana a China por sus innegables rezagos y taras en materia ambiental, derechos humanos, justicia social y libertad de expresión. Todos ellos, en mayor o menor grado, apuestan a reventar o por lo menos desvirtuar los Juegos Olímpicos de Pekín, y existe la percepción de que las autoridades chinas no están preparadas para una sobrexposición de esta naturaleza. Todos los que le quieren pasar la factura a una China y su inevitable ascenso mundial harán cuanto sea posible para desacreditarla.

Este año que comienza China concentrará las miradas del mundo. Será el gran protagonista de la aldea y elevará a rango literal la etimología de su nombre: el país ubicado en el centro del universo. China 2008: de la marginación olímpica al protagonismo indiscutible; de la exclusión a la eclosión de un modelo de desarrollo que ha abierto un capitulo inédito –y no por ello exento de riesgos– en la historia de la civilización humana. China al centro y Pekin como el nuevo ombligo del mundo. Esta doble condición medular de China y su capital como hazañas civilizatorias de nuestro tiempo alcanzarán su punto climático en el verano de este año.

El día 8 del octavo mes de 2008, a las ocho de la noche con ocho minutos y ocho segundos, se encenderá el pebetero olímpico del Estadio de Pekín, el ya desde ahora famoso “nido”, situado en el eje axial de la vieja capital imperial y que se encuentra perfectamente alineado con el Salón del Trono del Emperador en la Ciudad Prohibida, y con la enorme fotografía de Mao que pende de la Puerta de la Paz Celestial, a los pies de la Plaza Tienanmen. El ocho es un número propicio altamente valorado en la tradición cabalística china. La fecha, la hora y el lugar elegido para el comienzo de los Juegos Olímpicos no podría estar más cargado de simbolismos y significados. El número 2008 marca la hora de China, el tiempo ancestral de su antigua y renovada capital que es ya también nuestro tiempo; somos nosotros los ciudadanos de su globalidad.

* Cónsul cultural mexicano en China

 
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