Usted está aquí: lunes 7 de enero de 2008 Opinión Pensando en Edward Said

Tariq Ali

Pensando en Edward Said

Pienso con frecuencia en Edward Said, en especial, mas no solamente, cuando leo acerca de los sórdidos arreglos en los que se involucra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) con Israel y sus simpatizantes estadunidenses. Extraño la impetuosidad de Edward y su indignación moral. Él no se hubiera subido al carro de los marchitos “bantustanes” que la OLP quiere aceptar, y habría destruido moralmente a los apologistas de tales planecitos o a sus acompañantes intelectuales que piensan que defender la idea de una Palestina laica significa guardar silencio ante el embargo que Estados Unidos y la Unión Europea imponen a Hamas y que, exhaustos por años de lucha y por recibir cheques de ONG corruptas, anhelan un acomodo con el enemigo en casi cualquier término.

Ya en sus últimos escritos, Edward Said apoyaba la idea de un solo Estado en Israel-Palestina y un rompimiento con la corrupción y bancarrota de la OLP. No habría estado de acuerdo con cada uno de los puntos y las comas de la obra magistral de Mearsheimer y Walts, The Israel lobby (www.amazon.com/exec/obidos/ASIN/0374177724/counterpunchmaga), pero habría aplaudido con fuerza su publicación, porque rompe un tabú. En estos terribles tiempos extraña uno su voz.

Que Said era un implacable oponente del proyecto sionista y de las políticas imperiales no está en duda, pero no fue un oponente obtuso de todas las cuestiones estadunidenses. Amaba Nueva York. Era su casa y lo sabía, y eso no es una cuestión menor. Con frecuencia hablaba de la ciudad con gran pasión y humor.

Los colegas de Edward en Columbia solían referirse a su gran oficina como Cisjordania y él apreciaba la broma. Al visitar Gran Bretaña o Francia era a la vez entusiasta en algunos sentidos (por ejemplo en lo que se refiere a la historia intelectual francesa) y lejano en otros. Era un turista inquisitivo, un bon vivant que encajaba en la descripción de Edward Gibbon de una persona que posee una “virtud que raya en el vicio; un temperamento flexible que se puede asimilar a todos los tonos de la sociedad, de la corte a la choza; con un flujo feliz de humores que pueden divertir o divertirse con cualquier compañía o situación”.

Edward se involucraba con gran gozo en las ideas contemporáneas pero, a diferencia de algunos de sus seguidores, no intentaba compensar su vacuidad construyendo un domo hueco para enmarcar y agrandar el original. Por otra parte no era uno de esos que sienten que el siglo XX se equivocó en darle mucha importancia al intelecto y a la razón, a la convicción y al carácter.

Los horribles errores de “nuestro bando”, los horrendos crímenes cometidos por la civilización occidental en el Congo y el judeocidio de la Segunda Guerra Mundial han hecho a la opinión pública occidental (que lamenta tarde el genocidio) bastante indiferente al sufrimiento palestino. Entonces, en algunas ocasiones, en estado melancólico y sintiéndose más inseguro que de costumbre, Said necesitaba alguna reafirmación de que hacía algo que valía la pena. Los tributos de la posteridad lo habrían hecho sentir muy bien.

La mejor manera de honrar su memoria es conservar una apasionada independencia contra los despotismos de cualquier variedad independientemente de si se visten a sí mismos con el uniforme de la democracia o si se vapulea al pueblo con el bastón de mando del mariscal de campo para que se someta.

© Tariq Ali

Traducción: Ramón Vera Herrera

 
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