Usted está aquí: domingo 6 de enero de 2008 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez
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Hoy, mano a mano de poetas

A veces la imaginación hace presa de las empresas y éstas consiguen anunciar en un cartel a toreros imaginativos, personales, diferentes, dueños de una propuesta que rebasa los estrechos moldes del clasicismo para remontarse a niveles de poesía, de expresión de sentimientos que rebasan lo estético y se subliman en emociones perturbadoras e indescriptibles.

De ese tamaño es la tauromaquia intensísima de los dos alternantes de esta tarde en la monumental Plaza México: Rodolfo Rodríguez, El Pana, de Apizaco, Tlaxcala, en términos geográficos, pero de algún lugar del Parnaso por su arrebatada inspiración, y José Antonio Morante, Morante de la Puebla, de la pequeña población marismeña de Puebla del Río, Sevilla, por mero gentilicio que no de comunicación con sus demonios, consigo mismo, con sus semejantes y... con los toros.

Enfrentarán estos artistas de luces un encierro de la ganadería tamaulipeca de Los Ebanos, de la viuda e hijas de Manolo Martínez, quien la fundó en 1991 tras adquirir el ganado del hierro de Villalpando, que en 1960 inició el doctor Rafael Ruiz Villalpando, de grata memoria para quienes tuvimos el honor de concocerlo.

No se trata, sin embargo, de toros de la ilusión, meramente pasadores, de entra y sal para faenas “bonitas” antes que artísticas, sino de reses con temperamento y transmisión, cuya bravura y claridad exigen colocación y mando del torero para someter la embestida y encaminarla hacia “las telillas del corazón”, que el arte de torear no es solamente ligar pases, sino exorcizar a cuantos tienen la capacidad de mirar y de sentir.

Ambos toreros son, como diría el inolvidable José El Negro Muñoz, “exabruptos de la raza”, un salirse de los tonos convencionales para emitir ruidos insospechados desde el alma. Ambos, portadores de la mejor tradición torera de sus respectivos países; ambos, objeto de incomprensiones y zancadillas por su manera de decir el toreo; ambos conocen los territorios de su propio infierno –si no fuera así, no serían excepcionales toreros–; ambos fuman puros, y ambos son de los últimos exponentes de una individualidad que se pierde en la masificación del falso progreso.

Rodolfo Rodríguez, El Pana, tiene 57 años de edad y 28 de alternativa, mientras Morante de la Puebla cumplió 29 años de vida y 10 de matador. Además de un arte personalísimo y un sentimiento desbordado, a ambos diestros se les identifica porque, con sus muñecas, brazos, cintura y corazón, han sido capaces, varias tardes, de hacer llorar al público. No se quede con la curiosidad, desamodórrese, vaya esta tarde a la plaza y atrévase a someter su corazón a nuevas, inimaginadas emociones.

 
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