Usted está aquí: jueves 3 de enero de 2008 Opinión Julien Gracq ha muerto

Vilma Fuentes
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Julien Gracq ha muerto

La muerte de un escritor nos turba de una manera particular: la verdadera existencia de un autor, ¿no se halla contenida, entera, en sus libros? Julien Gracq, quien acaba de morir a sus 97 años, ¿puede existir fuera de su obra? Y si ésta le sobrevive, ¿se puede verdaderamente hablar de su muerte, o desaparición, en el sentido ordinario del término, en el momento en que sus libros aparecen, se exhiben, en las vitrinas de todas las librerías? Acaso Gracq no habría querido que se hablase de él como de un vivo o de un muerto: ser escritor le parecía ya un destino bastante extraño sin necesidad del estorbo de las notas biográficas usuales que no agregan sino los detalles de la vida llamada “real” al misterio inexplicable de la escritura.

Louis Poirier, conocido con el seudónimo de Julien Gracq, murió en su casa, situada en una modesta población de Anjou, Saint-Florent-le-Vieil, en donde se apartó a la silenciosa hora del retiro y donde llevaba una vida discreta, lejos de las mundanidades parisienses y de los engaños y artificios de la vida literaria. Esta casa era, de hecho, la natal. Toda su vida, se mantuvo al margen de las intrigas del medio literario, aborrecido al extremo de escribir un panfleto: La littérature à l’estomac, publicado en 1950, y en el cual denunciaba, con una pluma humedecida en vitriolo, las costumbres corruptas, y sobre todo ridículas, desde su punto de vista, de artistas vanidosos que prostituyen la palabra “literatura” y la usurpan para calmar su sed de honores, recompensas, premios, gloria y dinero. El año siguiente publica, en la editorial-librería de la calle de Médicis, José Corti, una novela: Le rivage des Syrtes, libro de una extrema elegancia, de un estilo soberbio, del que emana la atmósfera cercana a lo que se acostumbra llamar “el romanticismo alemán”.

Un verdadero escándalo estalló. La Academia Goncourt decidió atribuir su premio, a pesar de las advertencias tan claras de Gracq, quien, fiel a sus principios, había advertido que no aceptaría ningún premio.

En efecto, tal como los jurados del Goncourt persistieron en su decisión, él persistió en la suya: rechazó el premio Goncourt. Escándalo y ruido en el mundo literario, pero debe reconocerse que la actitud de Julien Gracq asestó, a su manera, un disparo fatal a la institución de los premios literarios y que ésta, sigue viva, cierto, pero como un pollo al que han degollado y sigue corriendo.

Julien Gracq era profesor. Enseñó mucho tiempo historia y geografía en el liceo Claude Bernard, en París. Su formación de geógrafo no es un lado secundario de su obra, al contrario, se halla siempre presente y se le encuentra en numerosos pasaje de sus libros, en la mirada precisa que enfoca lugares, paisajes, ciudades, como su querida ciudad de Nantes que él quería con amor. “Tantas manos para transformar el mundo y tan pocas miradas para contemplarlo, escribe. Pero la particularidad de la escritura de Gracq se halla en la totalidad del espectro de contradicciones que ilustra. Su amistad con el fundador del surrealismo, André Breton, sobre quien escribió tantas páginas plenas de admiración, no era para nada incompatible con el respeto que conservaba con los más clásicos de los autores.

Recuerdo las palabras de Elisa Breton, con quien platicamos Jacques y yo una mañana temprana, en su domicilio de la calle Fontaine, donde vivió tanto tiempo con André. Como le pedí permiso para fumar: “Aquí está el cenicero de André. No se imaginan... Escondía las cajetillas de cigarros entre los libros. André las encontraba y las arrojaba por las ventanas. Había dejado de fumar, casi un año... Julien me invitó a comer, me ofreció un cigarrillo, insistió. Me costó un año volver a dejarlo. Un tentador, Julien...”, suspiró Elisa.

Julien Gracq, el tentador, el burlador, el que burla honores, ha burlado, sin duda, a la muerte. Elisa hablaba de Julien Gracq con un verdadero afecto, el sentimiento de la muy rara amistad. Ahora, reunido con el de ella, su recuerdo es inseparable en mi memoria.

 
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