Usted está aquí: jueves 3 de enero de 2008 Cultura Tamayo reinterpretado, invitación a renovar la mirada sobre la obra del pintor

La exposición hace énfasis en la influencia de la ciencia en la temática del oaxaqueño

Tamayo reinterpretado, invitación a renovar la mirada sobre la obra del pintor

El catálogo de la muestra contendrá ocho ensayos que proponen nuevas lecturas sobre el legado del artista

Podrán apreciarse 20 cuadros que no se habían visto en México

Ingrid Suckaer (Especial para La Jornada)

Ampliar la imagen Los astrónomos de la vida (colección privada, Miami, Florida), una de las obras que pueden verse en la exposición Los astrónomos de la vida (colección privada, Miami, Florida), una de las obras que pueden verse en la exposición Foto: Cortesía Museo Tamayo de Arte Contemporáneo

Tamayo reinterpretado es un proyecto de hondo aliento que comprende dos facetas mayúsculas: la muy bien lograda muestra que exhibe el Museo Tamayo Arte Contemporáneo hasta el 20 de enero, invita a profundizar en distintas etapas de la trayectoria del artista. Con magnífica impresión y copiosamente ilustrado, el libro catálogo editado por Turner, que en breve entrará en circulación, contiene, además de interesantes analogías visuales entre la obra de Tamayo y la de sus contemporáneos, ocho ensayos que precisan especial atención, ya que suponen nuevas lecturas sobre el controversial pintor.

De forma radial, la obra de Rufino Tamayo perfila muchas peculiaridades de su conciencia. De manera sucinta, en este escrito sólo se tocará su entrañable relación con el cosmos, de cómo lo percibía y manifestaba: comunión de conocimiento, sensualidad, asombro e incluso temor ante lo desconocido. No se puede transmitir lo que no se es: si Tamayo no hubiera poseído una sabiduría multidimensional de notable riqueza, su obra no contendría la fuerza racional, emocional, instintiva, física y erótica que posee.

Articulada con base en núcleos temáticos, la exposición Tamayo reinterpretado integra poco más de 90 pinturas; 49 provienen del extranjero, de entre las que destacan 20 nunca antes vistas en México: en ese considerable conjunto pictórico hay excelentes cuadros que acercan a la búsqueda cósmica de Tamayo. Procedentes del exterior y que forman parte de destacadas colecciones públicas están El hombre frente al infinito (1950), del Museo de Bellas Artes de Bélgica; Noche y día (1953), del Museo de Arte de Santa Bárbara, y Noche de misterios (1957), acervo de la Galería Nacional de Oslo, adquirido por el gobierno noruego en 1959, a raíz de una muestra de Tamayo que albergó la Kunstnernes Hus (La Casa de los Artistas), y en la que el público, la crítica especializada y la prensa llenaron de elogios al artista.

Influencia de Ortega y Gasset

“Yo soy yo y mi circunstancia, pero si no la salvo a ella no me salvo yo”, estableció José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (1914); a partir de dicho discernimiento desarrolló su filosofía. Leído en Latinoamérica con amplitud, Ortega y Gasset influyó grandemente en Tamayo, quien, desde joven y hasta el final de sus días, remarcó la importancia de percatarse de todo lo que gira en torno de la persona, así como comprometerse con el presente de lleno. El discurso con que Tamayo ingresó al Colegio Nacional el 21 de mayo de 1991, aborda temas diversos que marcaron su vida. En alusión a cómo el ser humano debía volcarse al humanismo a fin de que los avances tecnológicos y científicos estén al servicio de la humanidad y no al contrario, manifestó: “Para mí, esta realidad ha sido clara desde el término de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo evidente la urgencia de que los artistas reflexionáramos sobre las consecuencias de los cambios inherentes al inicio de una nueva era. El arte debe reflejar los cambios originados por la ciencia y el desarrollo tecnológico precisamente porque debe continuar su evolución y su evolución es la del hombre y sus problemas”. Con aquella disertación, Rufino Tamayo, de 91 años y próximo a morir, plasmó una síntesis de la gran importancia que la ciencia y la tecnología tuvieron en su obra.

Con relación a uno de los temas más recurrente en su producción, entrevistado por Manola Saavedra, en 1981, Tamayo declaró: “Yo fui de los primeros pintores en Nueva York que se preocupó por el infinito, por el espacio, por la aventura interplanetaria; precisamente como consecuencia de que en esa época se empezó a hablar de satélites artificiales, naves espaciales y cosas de esas. El artista es una antena que está recogiendo el hecho del momento, que está viviendo su momento”.

Cada quien su experiencia; y también su manera de procesarla. A los 11 años, Tamayo tuvo un acercamiento excepcional con un hermoso fenómeno de la bóveda sideral que lo maravilló: entre abril y julio de 1910 la cauda del cometa Halley iluminó la Tierra. La belleza del espectáculo natural era impresionante; la gente, aterrorizada, creía que anunciaba el fin del mundo. El recuerdo inolvidable de lo que Tamayo presenció se refleja con fuerza en su biografía; las complejas metáforas plásticas que sobre el manto celeste creó señalan el rastro biográfico que le dejó el cometa Halley, pero también cómo aquel suceso se transformó en profundo interés intelectual por todo lo relacionado con el infinito.

Desde las primeras obras de Tamayo el cielo ya está presente, bien a manera de promesa de libertad, o a modo de rotundo encuentro con el misterio; tales atmósferas proclaman el escenario interno que acontecía en el autor y proyectan la profunda curiosidad que le generaba lo ignoto. Pero no fue sino hasta Nueva York desde la terraza (1937), cuando un personaje masculino, que podría ser el propio Tamayo, otea, por medio de un pequeño catalejo, la ciudad y, más allá de ésta, el horizonte astronómico. Además de exquisitez formal y estética, Nueva York desde la terraza (que lamentablemente no se pudo integrar a la muestra que presenta el museo Tamayo) contiene códigos en los que el pintor deja entrever algunas claves de su manera de entender la vida: observa, descubre, describe. Ese es un principio de la ciencia que, a su manera, Rufino Tamayo hizo suyo, pero siempre aportando su propia visión creativa sobre lo que tocaba su ser.

La sabiduría de Tamayo

No se puede comunicar lo que en esencia se desconoce. En gran cantidad de obras Tamayo plasmó elementos que hacen eco de aportaciones de la ciencia y la tecnología relacionadas con la exploración del universo. Además, si se parte de que, por lo regular, toda experiencia se formula lingüísticamente, en rigor, se puede decir que son extensas las entrevistas en las que Tamayo explicó su profunda expectativa sobre lo que sucedía en el cosmos. A veces, sus declaraciones fueron metafísicas: expandía su admiración por el universo; en otras, hizo afirmaciones apuntaladas en hallazgos científicos que conjugaba con su forma de entender determinados hechos precisos.

La periodista Norma Ávila, especializada en ciencia, ha realizado aportaciones cardinales que registran los soportes científicos de los que Tamayo echó mano para elaborar varias de sus pinturas. En su estudio (inédito) La proyección de la astronomía y la era espacial en la obra de Rufino Tamayo, 1946-1989, Ávila, con apoyo de varios astrónomos, demuestra la influencia de diversos eclipses que Tamayo debió observar y luego recreó en sus lienzos.

Más allá de la opinión que en particular generen los ensayos a cargo de Diana C. Dupont, Karen Cordero Reiman, Adriana Zavala, Mary K. Coffey, James Oles, Anna Indych-López, Olivier Debroise y Juan Carlos Pereda, el profuso catálogo Tamayo reinterpretado, uno de los mejores en cuanto a reproducción de la obra de Tamayo se refiere, es una notable vía para ahondar en aquello en que se amparó para realizar su obra. Tocante a sus exploraciones plásticas sobre el espacio, fue un acierto curatorial y editorial haber seleccionado, entre otras, piezas magistrales como Los astrólogos de la vida (1947) y Mujeres alcanzando la luna (1946) pues juntas, estas pinturas plantean un exigente diálogo en el que el cometa Halley cobra especial relevancia polisémica; además, expone una penetrante síntesis del erotismo de Tamayo quien, en medio de mapas estelares, una torre de telecomunicaciones e instrumentos para examinar el cielo, unió lo inexpugnable de la erótica femenina con lo absoluto e inescrutable del universo y proyectó una estimulante correspondencia entre ambos; con agudo placer, también señaló que en el universo convergen todos los tiempos, todas las realidades y todo es sensual. Así las peregrinaciones internas de Tamayo.

 
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